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Los grafitis de Mayo del 68

Eran otros tiempos. No había las sonadas redes sociales contemporáneas; la comunicación estaba atrapada en un oligopolio mediático; las paredes eran (casi) los únicos espacios alternativos, pero altamente expresivos. Fue así como los muros del Barrio Latino, cerca de la Universidad de Sorbona en París, se erigieron en sitios comunicativos donde los jóvenes destilaron su rebeldía durante la protesta de Mayo del 68, hace 50 años. Los jóvenes rebeldes se armaron de pinturas y aerosoles para poner su impronta discursiva en las paredes parisinas. Aquellas movilizaciones estudiantiles se convirtieron paulatinamente en una bola de nieve que puso en jaque al gobierno de Charles de Gaulle.

¿De qué hablaban las paredes? Hablaban contra la “sociedad opulenta” diagnosticada por Herbert Marcuse. Una sociedad inclemente que estaba haciendo estragos con los lazos sociales. Una sociedad industrial atrapada en la racionalidad productiva y tecnológica. Una sociedad modelada para el consumo desmedido. O sea, una sociedad encaminada a la deshumanización. En efecto, los grafitis eran punzantes con esa sociedad devenida en una maquinaria alienadora. Por caso, en un muro de la Facultad de Derecho fue estampado el mensaje: “La sociedad es una flor carnívora”. Otro ejemplo en la Facultad de Derecho en Assas: “La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos”.

Una de las críticas estaba dirigida a la autoridad y a la jerarquía, las cuales tenían múltiples rostros: Dios, profesor, gobernante, padre… Quizás por estos rasgos muchos estudiosos de esta revuelta la han denominado como un movimiento libertario casi anarquista. De allí la propuesta emancipadora de una mayor libertad: “La emancipación del hombre será total o no será”, se leía en otro grafiti en un rincón parisino de Censier. O aquel famoso “La imaginación toma el poder”.

Uno de los ejes discursivos de esta revuelta juvenil está asociado, de manera difusa y contradictoria, con la cuestión revolucionaria. Sí, por un lado, estos jóvenes franceses intentaban diferenciarse de los “socialistas” para que su movilización no sea catalogada como revolucionaria, sino como una revuelta. Esta intención se condensó en mensajes como por ejemplo “No es una revolución, majestad, es una mutación” o “Abajo el realismo socialista. Viva el surrealismo”. Aquí se percibe la influencia del teórico del surrealismo, el francés André Bretón, que fue ilustrado en un grafiti en la Facultad de Derecho en Assas que decía: “La revuelta y solamente la revuelta es creadora de la luz; no puede tomar sino tres caminos: la poesía, la libertad y el amor”. También hubo otras alusiones respecto a esa idea socialista convencional. Por ejemplo un mensaje pintado en un muro de la Universidad de Sorbona que decía: “Heráclito retorna. Abajo Parménides. Socialismo y libertad”.

Estas contradicciones discursivas reflejadas en los mensajes de los grafitis despertó la susceptibilidad de Jacques Lacan. Meses después de la revuelta del 68, apelando a uno de esos mensajes (“¡Las estructuras no andan por la calle!”) Lacan les dijo a sus estudiantes: “A lo que ustedes aspiran como revolucionarios es a un amo. Lo tendrán…”. O sea, mutaba de una forma de dominación a otra, del discurso del amo al discurso de la universidad. Quizás aquí esté la imposibilidad de la utopía de Mayo del 68 que se reflejó en la consigna del grafiti “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.