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Multilateralismo fracturado

Se acumulan señales inquietantes del debilitamiento de los mecanismos multilaterales de diálogo político. Esta no es una buena noticia, pues contribuye al surgimiento de un escenario internacional donde las nuevas y viejas potencias intentan imponer sus intereses mediante acciones unilaterales y de fuerza.

La consolidación parcial de un orden internacional basado en mecanismos multilaterales de diálogo político y de resolución de controversias entre las naciones ha sido uno de los grandes logros de la humanidad. Pese a sus limitaciones, poco a poco la comunidad internacional fue aceptando que ciertas cuestiones debían tratarse con la participación de todos los países, enmarcados en normas mínimas de derecho.

Si bien estos esquemas no impiden que los desequilibrios de poder sigan siendo relevantes en las negociaciones, al menos imponen restricciones y límites que equilibran mínimamente el tablero de juego. Las Naciones Unidas, la OEA y centenas de acuerdos y normas internacionales sobre derechos humanos, seguridad o preservación del medio ambiente fueron productos de este impulso. Para los países con una fuerza reducida, como Bolivia, éstos son instrumentos invaluables para hacer escuchar su voz y evitar quedar como rehenes de las estrategias de los más poderosos en ciertas situaciones.

Sin embargo, desde hace varios años este orden está en crisis, debido al debilitamiento de la hegemonía occidental, el surgimiento de nuevas potencias, la radicalización política y la proliferación de conflictos civiles y guerras asimétricas, en los que intervienen factores externos sin ningún pudor.

La ruptura unilateral del acuerdo nuclear con Irán por parte del gobierno de Trump es una demostración de esta decadencia, que devalúa la utilidad y credibilidad de los pactos multilaterales para resolver conflictos complejos. No es el único evento que va en esa dirección, basta ver las estrategias de varias potencias regionales en Siria o en el este de Europa para constatar el retorno del egoísmo nacionalista y del uso de la fuerza para resolver problemas. Todo esto, además, maquillado de una falsa moral en la que por ejemplo los derechos humanos o la protección de ciudadanos son reivindicados en la medida en la que justifiquen la defensa de intereses particulares, y que son puestos de lado cuando ya no les son de utilidad para sus intereses.

Aunque con menos dramatismo, en América Latina también estamos sufriendo esta tendencia. El bloqueo de los mecanismos de diálogo regional sobre la cuestión venezolana y la tentación de recurrir a sanciones y no a una acción diplomática inteligente para ayudar a estabilizar la situación en ese país es un ejemplo de este debilitamiento. La historia nos ha enseñado que esas vías no solo no resuelve

n los problemas, sino que pueden empeorarlos. Estamos viviendo tiempos peligrosos, nuestra política exterior debe estar a la altura de esos retos.