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Arquitectura e ideología

Una autoridad nacional refiriéndose al viejo Palacio de Gobierno, edificación de finales del siglo XIX del arquitecto Núñez del Prado, expresó que era “frío, excluyente, racista y clasista”. Es decir, confundió muchos temas entre arquitectura e ideología que deben ser aclarados.

Hace años publiqué un ensayo en el que mencionaba que la arquitectura per se no tiene ideología. Una edificación que se compone de ladrillos, yeso, maderas o fierros no conlleva ideología. Lo que confiere sentido ideológico o una tendencia política a toda arquitectura es la práctica social que se desarrolla dentro de ella. Así, podemos revisar innumerables ejemplos históricos de edificios que fueron cambiando de usos y prácticas y, por ende, de ideología. Quizás el caso más ilustrativo es la Casa del Fascio que construyó Mussolini con el arquitecto Giuseppe Terragni, un inmueble de línea modernista en la localidad de Como en Italia. Desde 1932 hasta 1945 fue sede del Partido Fascista de esa ciudad; y a la caída del régimen después de la Segunda Guerra Mundial se transformó en la Casa del Popolo. Desde entonces sirve para usos diversos de diferentes gobiernos demócratas. Ese mismo edificio pasó de “ser” fascista a “ser” demócrata por su práctica social.

En el siglo pasado, casi todos los regímenes socialistas de Europa del Este dirigieron sus revoluciones, en plena época de la Guerra Fría, desde palacios que pertenecían a crueles zares o a despiadadas monarquías. Con un mínimo de criterio, los líderes de los respectivos politburós no descalificaban esos castillos como “excluyentes, racistas y clasistas”, sino más bien, conscientes de su valor patrimonial e histórico, les daban otra práctica social: una práctica revolucionaria. Como todos sabemos, esos regímenes socialistas se desgastaron y prostituyeron hasta ser expulsados, junto con toda la órbita soviética, para convertirse en las democracias actuales que conocemos. ¿Y desde dónde gobiernan esas democracias en estos días? Pues desde esos mismos edificios históricos.

Pretender que un amasijo de materiales de construcción puedan ser unos de derecha y otros de izquierda es una reducción pueril del verdadero sentido ideológico (ahora se dice sentido común) que portan las sociedades por encima de los edificios. Si pensamos como esa autoridad, podríamos colegir que en los últimos 10 años salieron decretos y leyes desde ambientes “racistas y clasistas”; o peor aún, que el aluminio compuesto y las luces led que adornan chabacanamente las fachadas del nuevo edificio son revolucionarios.