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En Malasia surge Anwar Ibrahim

En las recientes elecciones parlamentarias de la Federación malaya, realizadas el 9 de mayo, el triunfo de la oposición al gobierno de Najib Razak significó la defenestración de la Organización Nacional de los Malayos Unidos (UMNO, por sus siglas en inglés), el partido político que se mantuvo en el poder desde 1957. Esa victoria también marca el fin de una administración corrupta en ese reino multiétnico de 32 millones de habitantes.

Tal logro fue posible gracias a la coalición de varios sectores contestatarios agrupados bajo el influjo de Mahathir Mohamad (92), ungido nuevamente como primer ministro. En su anterior mandato (1981-2003), Mohamad controló férreamente el país, a veces nadando contra la corriente entonces prevaleciente en el sudeste asiático. El gran perdedor de las elecciones fue el premier Najib Razak, implicado en el escándalo de la desaparición de 4,5 billones de dólares de las arcas fiscales. Los arreglos políticos que favorecieron los resultados electorales establecieron, entre otros, la liberación del líder popular Anwar Ibrahim, quien se encontraba encarcelado desde hace varios años acusado de sodomía, delito severamente penado por la Justicia local; grotesca condena que devino de un montaje calumnioso impulsado por sus adversarios políticos. Hoy, liberado, Anwar está a la espera de asumir en los próximos meses la función de primer ministro, instancia que el actual mandatario, Mahathir, ha prometido solemnemente promover.

Mantengo con Anwar Ibrahim una sólida amistad nacida en las luchas estudiantiles y juveniles desde 1972, durante el febril periodo de la Guerra Fría, mientras él encabezaba la Unión Nacional de Estudiantes Musulmanes, y yo era secretario general de la Asamblea Mundial de la Juventud (WAY). Visité varias veces Kuala Lumpur y participé incluso en alguna de las campañas electorales que libraba mi amigo para llegar al Parlamento. Años más tarde volvimos a actuar juntos en la Unesco, en París, cuando Anwar dirigía el Ministerio de Educación.

Varón de principios no negociables, pío musulmán, esplendido orador, Anwar es considerado el “hombre providencial” que podría poner orden en la convulsionada Malasia. El autorizado Wall Street Journal saluda esa posibilidad con marcado entusiasmo, y compara el retorno de Anwar a la epopeya protagonizada en Sudáfrica por Nelson Mandela, quien forjó el arcoíris de la unidad nacional luego de lustros de discriminación racial. La analogía es pertinente, porque en Malasia las importantes minorías chinas e indias requieren un pie de igualdad con sus pares de la etnia malaya. Los 10 años y medio que Anwar estuvo preso también avalan la comparación con Mandela. Tiempo en que esculpió su formidable cimiento intelectual, que puede apreciarse en su libro The Asian Renaissance, que me obsequió en 1996. En esa obra se compara el renacimiento europeo con el auge que comenzaba a observarse en Asia y que ahora se consolida con el irrefrenable ascenso de China en la escena internacional. Sus reflexiones acerca del rol del islam en el diálogo de civilizaciones diversas cobran actualidad, por cuanto los extremos musulmanes continúan luchas intestinas que rebalsan sus espacios geográficos y a través de acciones terroristas que perturban la paz mundial.

Si Mandela disculpó a sus opresores del apartheid, Anwar ha perdonado a su carcelero y ácido adversario Mahathir Mohamad por haber orquestado su prolongado cautiverio. Humanista, para Anwar prevalece la concordia nacional frente al rencor personal. Acosado por los periodistas como futuro primer ministro, declaró que entre sus prioridades está el desmantelamiento de la estructura de corrupción que ha prevalecido en la administración anterior, la purificación del sistema judicial, el reordenamiento de la economía, la más amplia libertad de prensa y la inserción plena de Malasia en el mundo globalizado.