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Nicaragua nos duele a todos

Cómo entender lo que ocurre en Nicaragua? ¿Cómo explicar la transformación de la Revolución sandinista que todos respetamos? ¿Cómo enfrentar el dolor de ver morir a los jóvenes en las calles? En un mes de protestas sociales ya se cuentan al menos 100 muertos y cerca de 1.000 heridos. Resulta imposible, en términos humanos, entender la magnitud de lo que está pasando en ese pueblo hermano.

Veo el recuento de vidas perdidas: Álvaro Conrado (15 años), Carlos Bonilla (17), Richard Pavón (17), Darwin Urbina (24), Alvin Molina (27), Michael Cruz (30), Orlando Pérez (24). Todos me miran sonriendo desde sus fotos extraídas de Facebook, y a través de sus imágenes puedo presentir cada una de las historias truncadas frente a la muerte.

En los medios de comunicación se leen dos historias. La del Gobierno nicaragüense, que plantea una conspiración de la CIA. En su discurso del 21 de abril, Daniel Ortega acusó a los jóvenes de ser “pequeños grupos de la ultraderecha” que quieren “destruir la paz”. En su último discurso, el 30 de mayo, sostuvo que “el demonio está sacando las uñas para destruir a un país que tenía paz”. En la mente de los Ortega las masivas concentraciones son producto de rebeldes sin causa que solo quieren perturbar la paz.

La otra historia se construye en un largo proceso de acumulación y estallido de descontento social. Y es que a lo largo de la década se fueron sumando decepciones como la lenta gota que horada la piedra. El dúo Daniel Ortega y Rosario Murillo han provocado este punto de inflexión con una serie de decisiones impopulares y actitudes dictatoriales. Repasemos solo alguna de ellas: i) la aprobación de construir un canal interoceánico por una empresa china a un costo económico y social elevado; ii) la ampliación de la actividad minera, monocultivos industriales y el incremento de la ganadería a gran escala, que han generado fuertes conflictos de tierras con los campesinos; iii) el descuido ambiental, cuya última manifestación fue la desidia del Gobierno frente al incendio de la reserva en Indio Maíz; iv) la reelección presidencial, generada por un fallo de la Corte Suprema, y las acusaciones de fraude electoral en las últimas dos elecciones presidenciales; v) el amplio malestar que genera el enriquecimiento ilícito de funcionarios públicos, denuncias de desfalcos millonarios, hasta el poco transparente uso de recursos del Alba.

En ese contexto detona el conflicto por la reforma del seguro social. Las protestas comenzaron por los directamente afectados, los jubilados y jubiladas. A éstos le siguieron las y los jóvenes estudiantes, y luego otros sectores de la población. Finalmente se incorporaron los empresarios, fieles aliados hasta hace poco del Gobierno. Así, la crisis actual no es una nube oscura en un cielo despejado, sino que tiene antecedentes importantes que la explican. Tal vez el Gobierno nunca esperó una reacción social tan contundente y, acostumbrado a imponer su voluntad, reaccionó con una escalada de violencia absolutamente desproporcionada.

Para la exdiputada nicaragüense Edipcia Dubón, esto es un “choque de trenes”, porque Ortega quiere permanecer en el poder, y los nicaragüenses quieren que se vaya. “Yo creo que esto solo se va a resolver en la medida en que la acción articulada de los nicaragüenses sea más fuerte, de manera que lo arrinconen. La única salida que tiene Ortega es irse”.

Todo parece anunciar que el ciclo Ortega ha llegado a su fin. Sin embargo, el Presidente sostiene: “Aquí nos quedamos todos”. Frente a esto solo nos resta acompañar las palabras del nicaragüense Sergio Ramírez, poco antes de recibir el Premio Cervantes: “Aspiro a la paz, a que cese esta represión absurda contra la población civil”. A la paz, la justicia y el fin de la crisis a través del diálogo en Nicaragua aspiramos todos.