Icono del sitio La Razón

Una cumbre asimétrica: Kim y Trump

El encuentro en Singapur entre el poderoso mandatario estadounidense y Kim Jong-un (simplemente el “Presidente de la Comisión de asuntos estatales de la República Popular Democrática de Corea”, título oficial de sus funciones) fue a todas luces un duelo singular entre dos personalidades distintas en estilo, origen y objetivos. E incluso disímiles también en el físico (desde la estatura), el vestido y el decorado capilar. El Presidente norteamericano, que lleva solo 17 meses en la Casa Blanca, le dobla en edad al asiático, de 32 años, quien sin embargo ya suma siete años como dictador.

Trump, a la cabeza del país más poderoso de la Tierra, se enfrentó al dirigente de una pequeña nación, pobre, de tan solo 20 millones de habitantes. Pese a las diferencias anotadas y al riesgo que asumía en esa inédita cita, al magnate inmobiliario le sirvió más el instinto que los planes de contingencia preparados por sus servicios de inteligencia. La química fue inmediata y la confianza mutua se consolidó en los 40 minutos de íntima conversación, seguida de cinco horas de arduas negociaciones.

Las comparaciones de idilios similares como el protagonizado en 1972 entre Nixon y Mao Tse Tung o la aproximación con Hanoi en 1975, encuentros que pusieron fin a la hostil relación de Estados Unidos con China y Vietnam, respectivamente, no fueron precedidas por aquel agudo nivel de encono y agresividad. Recuérdese que unos meses antes, Trump amenazó con pulverizar el territorio norcoreano “con el fuego y la furia” jamás vistos.

Se ha criticado que el acuerdo marco al que se llegó peca de impreciso por la vaguedad de sus conceptos. Pero en su conferencia de prensa, Trump dejó entender, subliminalmente, la existencia de otros compromisos no escritos. Las críticas en Washington pecan de precipitadas porque siguen esclavas de prejuicios acumulados a lo largo de 70 años de desconfianza y menosprecio con el adversario. Hasta hoy, para algunos se hace difícil concebir que el joven Kim Jong-un con su hábil política de disuasión nuclear hubiese doblegado al gigante norteamericano a sentarse de igual a igual, en una mesa generalmente reservada a los grandes del planeta.

No obstante, Trump consiguió lo que más quería: la completa, verificable e irreversible desnuclearización de la península coreana. A su vez, Kim Jong-un obtuvo la promesa de terminar con los juegos de guerra americano-surcoreanos y el repliegue de los 30.000 militares estacionados cerca de Seúl. Además, logró garantías para que no se obstaculice su permanencia en el poder. Los puntos antes señalados serán cumplidos paulatinamente, en tanto que las sanciones económicas impuestas a Pyongyang serán levantadas únicamente cuando las condiciones aceptadas por el mandatario norcoreano se materialicen. Entretanto, el establecimiento de relaciones diplomáticas tendrá lugar prontamente.

Las reacciones en los países mayormente concernidos por esa fresca relación cordial fueron altamente positivas, según declaraciones recogidas en Seúl, Tokio, Beijing y Moscú. Aunque se presume que una posible reunificación de las dos Coreas merecería otro tipo de evaluación.

Por inesperada, la amalgama Kim-Trump, que acerca a dos contendores que estaban al borde de una conflagración nuclear, hace pensar que ellos podrían compartir el Premio Nobel de la Paz. El romance iniciado entre ambos fue rubricado por Trump con la contundente calificación alusiva a su ocasional contertulio: “es una persona talentosa y un hábil negociador”. Por añadidura, dejó entrever que no está lejano el día en que el norcoreano visite la Casa Blanca.