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Frente a la desertificación, labranza cero

La desertificación y la sequía son problemas de dimensión global; y si los países no actúan, la degradación de los suelos nos acabará antes que el cambio climático. La desertificación es el estado final de la degradación del suelo, y es  causada fundamentalmente por la actividad humana, con una afectación que ha llegado a poner en riesgo la seguridad alimentaria del planeta, ya que más del 90% de nuestros alimentos se origina en la tierra.

En 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la creación de la Convención para la lucha contra la Desertificación, como un acuerdo internacional vinculante que relaciona el medio ambiente y el desarrollo con la gestión sostenible del suelo. Declaró el 17 de junio Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, con el objetivo de visibilizar el problema y sensibilizar a la población sobre la importancia de cuidar el recurso suelo. Esta fecha nos brinda una oportunidad para recordar la urgente necesidad de neutralizar esta amenaza, con una firme participación de la comunidad y principalmente de los Estados, comprometidos con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.

En 1994, el Estado Plurinacional de Bolivia se adhirió a la Convención y en 1996, ratificó su participación mediante la promulgación de la Ley 1688. En 2012 promulgó la Ley Marco de la Madre Tierra, estableciendo como una prioridad la prevención. El Capítulo II de la norma sostiene: “Ante la certeza de que toda actividad humana genera impactos sobre los componentes, zonas y sistemas de vida de la Madre Tierra, se deben asumir prioritariamente las medidas necesarias de prevención y protección que limiten o mitiguen dichos impactos”.

La identificación de la prevención como prioridad es estratégica, ya que el tiempo apremia. Los expertos han determinado que el 66% de las tierras del mundo han sido degradadas, y que de seguir al paso que vamos, nos quedan apenas 60 años de suelo. Ante este escenario, las prácticas agrícolas juegan un rol vital. La desaparición de imperios en la historia humana está relacionada con la degradación de los suelos. Así ocurrió con los antiguos griegos y los mayas, y en ambos casos la labranza era la principal labor agrícola. No fue la tala de árboles la primera causa de la degradación, sino la labranza.

La razón es que el suelo labrado genera un proceso destructivo, que se inicia con la pérdida de cobertura y protección; sigue con la reducción de la biodiversidad, la proliferación de bacterias que con el oxígeno y el aire aceleran la descomposición de materia orgánica. El proceso continúa con la eliminación de los macro poros del suelo conectados naturalmente, reduciendo la capacidad de infiltración de agua. La escasa cantidad de agua que logra infiltrar “lava” el suelo, provocando contaminación ambiental. Esto deriva en el desplazamiento de sustancias solubles (arcilla, sales, hierro, humus, etc.), fenómeno que se conoce como lixiviación. Estas alteraciones y la infiltración de agua desencadenan inundaciones extremas en tiempos de lluvia y sequías devastadoras inmediatamente después de que pasan las precipitaciones pluviales. Si a esto se suman los efectos del cambio climático, el panorama es desolador.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) viene trabajando en un nuevo paradigma que responda a esta urgente situación: la intensificación sostenible de la producción. Esto implica una agricultura sin labranza, con tecnificación para alcanzar los más altos niveles productivos y, lo que es fundamental, aplicando prácticas que frenen la desertificación y la sequía. De ello depende la subsistencia de 8.000 millones de personas, de las cuales un 90% vive en países en desarrollo.

*es representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Bolivia.