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Pañuelitos verdes

/ 22 de junio de 2018 / 10:57

Tenían que congregarse para ir a una reunión, pero muchas de ellas no se conocían. Idearon entonces una fórmula para reconocerse. Todas ellas debían llevar uno de los pañales de sus hijos desaparecidos alrededor del cuello o en la cabeza. Convertido en pañuelo, en símbolo de lucha, debía llevar bordado el nombre del retoño buscado. Luego decidieron desbordarlo, pues la lucha era por todos. Y ahora centenares de millones de jóvenes, que bien podrían ser sus nietas o bisnietas, llevan al cuello el pañuelo verde para luchar por el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.

Estuve ahí, pues un viaje que realicé a Buenos Aires coincidió con el multitudinario cerco al Congreso hasta que se logró algo histórico: la mayoría de los diputados, pequeña pero mayoría al fin, aprobó la despenalización del aborto. Ya sé que falta la sanción del Senado, pero con tantos miles en las calles, tengo fe en que esta norma sea finalmente promulgada.

Pero volvamos a ese jueves histórico sobre la avenida Callao: la mayoría eran chiquillas entre 15 y 25 años. Muchas estaban acompañadas por sus madres e incluso por sus abuelas. También había algunos, una clara minoría, hombres, hermanos, parejas, en fin, compañeros.

Su alegría, su entrega, su sacrificio de estar toda la noche sufriendo frío y sueño me ganaron el corazón. La movilización coincidió con una ola de frío glacial, pero las chiquillas saltaban, gritaban y al final lloraban, de alegría, de la inmensa felicidad de saber que son dueñas de su propio destino. Y me dije: —Hay futuro, con estas chicas hay un inmenso futuro.

Los combatientes de mi generación y de la anterior conquistaron la democracia. Soñó con un gobierno popular que construyera escuelas y hospitales, y lo logró. Y estamos a punto de pasar la posta para que nuestros hijos nos den nuevos amaneceres, para lograr el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto también en Bolivia.

Por supuesto que los acompañaremos. Lucharemos codo a codo y hombro a hombro. Porque la vida está en esa lucha. En la construcción de una mejor sociedad para todos. Con un Estado fuerte, pero también con una economía plural y libre. Sin racismo y sin propiedad sobre el cuerpo ajeno.

Y todo esto me recuerda al subcomandante Marcos y esa frase que hizo historia en 1996: “La libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay quienes desvelan y caminan la noche para alcanzarla”. Hoy nuestros hijos caminan la noche… con sus pañuelitos verdes.
 

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Preferiría jugar

/ 12 de octubre de 2018 / 04:01

¿Hasta qué punto los seres humanos somos dueños de nuestro destino? ¿Cuántas veces nos encontramos en el jardín de los senderos que se bifurcan y elegimos el camino correcto? ¿Cuántas no? Si tuviera que volver a nacer y elegir, por supuesto que evitaría cometer muchos errores, sobre todo los que dañaron a otras personas, en particular a aquellas que quería, e incluso a algunas aún quiero; pero en lo central volvería a elegir el mismo camino, las mismas luchas, la misma entrega, las mismas pasiones y esa búsqueda permanente de la verdad, del bien común, de la felicidad.

He ganado y he perdido en este camino. Siento haber realizado mi vida, pero también he tenido que decir adiós demasiadas veces. Hace ya rato que me he prometido una columna sobre los amigos que perdí, los que fueron quedándose en el camino, con aquellos que nos dijimos adiós. Y fíjese qué curioso, en casi todos los casos fue la política la piedra de ruptura. No hablo de amores, que eso es harina de otro costal.

Éramos adolescentes cuando comenzamos a militar en la izquierda con M. y habíamos decidido entrar juntos al trotskismo, entonces provino el primer sisma. Él decidió ser guevarista y me expulsó del grupo de amigos que teníamos: el 32 de febrero. Me acuerdo como si fuera anteayer que juntos lloramos en los jardines de colegio diciéndonos adiós. Arrogante como solo se puede ser de joven y creyéndome dueño de la verdad, dije que no me importaba, porque al final la revolución era mi prioridad. Vinieron otras rupturas, incluso con amigos periodistas con los que compartí ideas y sueños, y un día decidieron migrar a la orilla del frente. Y ya se sabe que nadie te golpea más que el exconverso.

Pienso en eso cuando recapitulo lo que debería haber hecho y lo que no, y recuerdo la frase del periodista Jhon Reed: “En cuanto a mí respecta, no sé qué ayuda pueda prestar; no lo sé todavía. Solo sé que mi felicidad se edifica en la miseria de otros, que como porque otros pasan hambre, que estoy vestido cuando otras personas andan casi desnudas en las heladas ciudades del invierno; y ese hecho me envenena, turba mi seguridad, me hace escribir propaganda cuando preferiría jugar”.

Reed es el único no ruso enterrado en el Kremlin. Su tumba está a pocos pasos del sarcófago de Lenin. Estudiante aventajado de Harvard, abrazó las ideas de cambio y fue cronista de las revoluciones de México y de Rusia. Su obra Diez días que conmovieron al mundo está entre las más usadas en clases de periodismo del planeta. Y él quería jugar, pero eligió entregar su vida por los demás. Yo quería ser profesor de literatura, y aquí me tiene, sintiendo a Bolivia en mis venas, sabiendo que es el país de mis desvelos y de mis luchas. 

* Periodista.

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‘Like or not like’

/ 28 de septiembre de 2018 / 04:00

Circo romano, millares de plebeyos dando rienda suelta al morbo observando cómo seres aún más miserables que ellos se matan sobre la arena porque no tienen más remedio, porque si no matan, mueren. Los gladiadores son reclutados en el lado más oscuro de las ciudades: son esclavos que antes fueron soldados, son delincuentes o rebeldes que se niegan a obedecer a los poderosos. Con esos hombres Espartaco conformó el ejército más poderoso de los humildes y humillados. Al final fue vencido, pero ganó la batalla de la gloria.

¿Cómo se llamaba el comandante romano que lo derrotó? No lo recordamos. Lo que importa es el nombre del griego esclavo y general que acompañará por siempre a la historia y a los desposeídos. Él supo interpretar los sueños de libertad, les dio una causa, les enseñó a pelear unidos. Dicen que su cuerpo nunca se encontró. Debe ser que estaba en cada uno de esos hombres y mujeres que quisieron tomar el cielo por asalto, para que sus hijos no sean esclavos ni tengan que pelear para la sola diversión de los poderosos y de pueblos sedientos de sangre.

Pero volvamos al circo. Cuando uno de los gladiadores caía herido, su contrincante preguntaba al soberano si lo mataba o no. Y el todopoderoso consultaba al público. Salvaba la vida el que recibía la señal del dedo pulgar levantado. Lo que hoy llamaríamos una marea de likes.

La televisión moderna y las redes sociales han devenido en nuevos circos romanos con sus leones, sus cristianos, sus gladiadores y sus todopoderosos. Hay empresas que hoy calculan minuto a minuto cuántos televidentes están viendo un determinado programa. Hablamos del rating, que también ha sufrido una gran modificación en los últimos años, pues ya no basta medir el encendido, sino también la cantidad de reproducciones que recibe la nota o el fragmento de programa en Facebook o en Instagram, etc. Y ahí, hábiles hackers descubrieron cómo usar robots para vender likes, pero no se puede hacer lo mismo con las reproducciones o con los videos compartidos.

La dictadura de los jefes de prensa ha terminado. Ellos dictaban qué era importante como noticia y qué no lo era. Hoy es el espectador el que hace click y elige qué es trascendente y qué no lo es. Les doy un ejemplo, en ATB digital tenemos la lista de las 10 noticias más vistas cada día. En los últimos 100 días no hay una sola nota elegida por el público que tenga que ver con las plataformas del 21F. El público busca a Thanatos, y las notas más vistas son de crónica roja.

Ya es un lugar común decir que la comunicación está viviendo la mayor revolución de su historia. Cambian los formatos, los espectadores son protagonistas y el circo se renueva. Bienvenidos, nuevos tiempos.

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Salvador, el eterno

/ 14 de septiembre de 2018 / 04:56

Once de septiembre de 1973. Tengo 10 años, las uñas rotas, los zapatos llenos de polvo. Llego a casa y veo el noticiero. Han bombardeado La Moneda, la casa de gobierno de Chile. Se acaba el Gobierno de izquierda elegido por voto popular. Años después, vería la foto del presidente mártir sacado por los esbirros, envuelto en un poncho boliviano. Cuánta significación en esa instantánea.

Y en medio de estas dos viñetas, los estribillos de las canciones “Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado” “Y en una plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes”. Junto a Pablo Milanés, el disco de Víctor Jara, regalo de Erika y yo comenzando la adolescencia y descubriendo el miedo, la pintura en las paredes, los bolsillos de nuestros abrigos rotos para poder esconder los panfletos, las lecturas clandestinas… Descubriendo lo lindo que era caminar ladera abajo tomado de la mano de esa camarada, empanaditas para que los “tiras” no sospechen que vamos panfleteando papeles que piden amnistía y libertad. Llevando en nuestros corazones la subversión y las ganas de creer.

Vinieron las historias de las decenas de bolivianos que se exilaron en el vecino país durante la dictadura de Banzer; de los chilenos que fueron parte del ELN y de otros grupos de izquierda boliviana; de amigos del frente Manuel Rodríguez. Los poemas de Pablo Neruda, las canciones de Violeta Parra.

Y luego, la caída del dictador, las pruebas de que metió la mano en la lata y que llenó de dinero robado a los chilenos sus cuentas en Estados Unidos. Vino Baltasar Garzón, la clínica de Inglaterra, el regreso con el rabo entre las piernas del Chacal de Santiago.

Me dicen Chile y recuerdo a Allende, y que si tuviera un nuevo hijo lo llamaría Julio Salvador, por mi abuelo, por Allende. Salvador murió en su ley, como mueren los hombres de verdad. Tan diferente él de los socialistas de opereta que cogobernaron con la derecha, que solventaron que la educación pública fuera carísima, que reprimieron a los mapuches y que, a diferencia del hombre que murió en La Moneda que quería mar para Bolivia, nos negaron ingreso soberano al Pacífico.

Faltan pocos días para el fallo de la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Más allá del resultado, siento que ya ganamos; que agendamos frente al mundo nuestro caso; que recibimos el apoyo de mucha gente; que Chile tendrá que ceder, poco o mucho, pero ceder. Que nos acompaña la sombra del hombre que supo morir para ganar la vida eterna, la verdadera, la que anida en los corazones de quienes quieren para todos, todo. Y ese todo incluye mar para Bolivia.

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La hora del ‘croupier’

/ 31 de agosto de 2018 / 04:12

Nos encanta entrabarnos en discusiones al divino botón. Claro, detrás de las palabras están los intereses y todo depende no del cristal con el que se mira, sino de la mirada que nos conviene tener al momento de escoger el cristal.

Así, los sectores más conservadores de la oposición han decidido boicotear las elecciones primarias; dicen ellos “en defensa de la democracia”. Por supuesto, todo es de dientes para afuera. Ellos saben que no presentarse a las primarias es suicidarse: es permitir que el MAS gane las elecciones del 19 de punta a punta.

Si ahora la oposición tiene la oportunidad de arrebatarle los dos tercios al oficialismo en la Asamblea y lograr un Parlamento más equilibrado, con elecciones (que claramente se darán y en las que sin duda se presentará Evo Morales como candidato) sin oposición, como ya ocurrió en Venezuela, los anti-Evo no tendrían curul alguna.

Mucho más lúcido es Juan del Granado, quien ha dicho claramente que “si no se concurre a las primarias, la oposición quedará fuera de la batalla electoral”. Indudablemente el Diablo sabe más por viejo que por Diablo.

¿Y las plataformas? Pues claramente les queda dos caminos: o se constituyen en partido político uniéndose grupos de cuando menos cinco departamentos y recaudando firmas, o se suman a los partidos tradicionales. Aquí se muestran los límites de estos grupos de ciudadanos, cada vez más esmirriados, que con todo derecho reclaman por sus ideas, pero que deben proyectarse a la política más allá de la protesta.

Y mientras esas determinaciones se toman entre los no militantes, en los partidos de la oposición también se debe decidir si se va en unidad o no. Hasta ahora fueron pateando la elección de uno o varios candidatos, porque creían que estas determinaciones podrían realizarse al año. Ahora están obligados a asumir definiciones. Lo mismo vale para mi amigo el ciudadano Carlos Mesa. Hasta noviembre tiene posibilidades de cantar el corillo mexicano “o me voy o me quedo”; después, a lo hecho pecho.

Como conozco a los políticos bolivianos, lo más seguro es que no vayan juntos, sino que entre ellos compitan por ocupar la segunda posición buscando la segunda vuelta y acumular (ahora sí) todo el voto antiproceso de cambio. La jugada es audaz y peligrosa, pues sin don Evo logra más del 40% y les lleva 10 puntos, todas las esperanzas de la oposición se habrán roto. Y es que la política es como un casino que atiende 24 horas y donde cada tanto tiempo, como ahora, se escucha el grito del croupier: “hagan su juego, señores”.

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Enseñanzas del ‘Gringo’

/ 17 de agosto de 2018 / 03:54

Más allá del resultado de la renuncia de José Alberto Gringo Gonzales, quiero resaltar el cariño que el experiodista logró acumular en su vida como político. En principio aclaro que el Gringo fue mi compañero en la universidad, y siempre lo consideré mi amigo. Hecha esta salvedad y más allá de lo fraterno, no cabe duda de que tras su sorpresiva renuncia hubo dos reacciones: la de los masistas y movimientos sociales, que pretendieron cambiar la resolución; y la de la oposición, que intentó aprovechar el drama humano del Gringo para sembrar dudas y cosechar politiquería.

Al final primó la primera versión. Pero todo esto nos deja cuando menos dos enseñanzas: la gente quiere a los sencillos y a los conciliadores. Gonzales siempre trató de conciliar; además viaja en trufi a su casa sin usar el auto oficial que le corresponde ni tampoco el servicio de guardaespaldas a los que tendría derecho. Esta vez la cara de bonachón corresponde a su personalidad.

En la otra acera la oposición, cuyos grupos focales y encuestas arrojaron que algunos ciudadanos dicen que los gobernantes están alejados de ellos, apuntala la tendencia Vuando señala que Evo pasó de las ojotas a viajar solo en avión, o que el vicepresidente posee un chalet en la zona Sur además de un avión. De poco sirve que la nota luego aclare que el domicilio de Álvaro García Linera fue comprado con un préstamo bancario para vivienda, y que la aeronave pertenece al Estado boliviano. Saben muy bien los propagandista que la gran mayoría de los ciudadanos lee los títulos y muy pocos, la nota.

En la medida en la que Evo y Álvaro se acerquen a la gente y muestren ser parte del pueblo boliviano, con seguridad retomarán la imagen de ser genuinos representantes de los sectores más humildes y de la clase media más comprometida con el país.

Recuerdo grupos focales que señalaban que creían más en volantes y en notas impresas en papel periódico (también conocido como sábana) que en aquellas que estaban hechas en papel cuche, que es mucho más caro y lujoso. “Es que cuando cuesta mucho, da que dudar de dónde viene la plata” me dijeron.

Ir al mercado, pasear con la gente, escucharla es casi obligatorio en el político del siglo XXI. El ciudadano quiere a uno de ellos en el poder. Por esa razón, es prácticamente imposible que un empresario millonario gane el voto de la mayoría. Así que a hacer lo que decían los romanos cuando señalaban que “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecer honrada”.

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