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El dolor ajeno

La abuelita llegó a Emergencias el jueves. El diagnóstico no dejó lugar a dudas, estaba afectada por un coágulo que amenazaba su cerebro, por lo que debía recibir tratamiento urgente en la unidad de Neurología. Esa especialidad está a dos cuadras del Hospital Obrero, en el Materno-Infantil. Se hicieron consultas para su traslado. La respuesta fue que no había cama disponible.

El viernes por la tarde se supo que había dos camas disponibles en el hospital Materno-Infantil, pero ya no había ánimos entre los funcionarios para dar curso al traslado. Se buscaron contactos de ayuda para que se aprovechen las vacancias y la señora pueda ser atendida. Los contactos intentaron ayudar, pero ya era noche de viernes. Y sábado y domingo no se hace ese tipo de trámites, no se hacen transferencias.

Hubo que esperar a que el calendario marque lunes para que la burocracia empiece a moverse. Aquel día por la tarde por fin se autorizó y realizó el traslado de la mujer. La enfermedad había progresado paralizándole medio cuerpo, con el añadido de que casi cinco días de camilla en Emergencias del Obrero le habían agregado una nueva dolencia, neumonía.

Por lo que uno escucha, esta es historia de casi todos los días y no solo en ese servicio de salud. La indolencia de los funcionarios de las cajas de salud prácticamente no tiene contemplaciones con nadie. A favor de ellos uno piensa que deben ver y atender muchas emergencias, sin camas disponibles y otras tantas necesidades que prácticamente ya nada les conmueve. Al extremo de que da lo mismo que se den las condiciones para resolver el problema de un paciente que no resolverlo. Con el extraordinario añadido de que durante el fin de semana no se tramitan este tipo de emergencias.  

En estos temas puede faltar todo menos dinero. Se sabe que las cajas de salud captan mucho dinero de sus afiliados, a los que se les descuenta un porcentaje de sus salarios y rentas por ley, por obligación y por planilla.

Los graves problemas no se registran únicamente en la unidad de Emergencias. Parecen haber llegado a formar parte del propio sistema circulatorio de los servicios de salud. Por ejemplo, ya no conmueve ni a los propios enfermos o asegurados tener que ir desde la medianoche a hacer fila para recibir una ficha al día siguiente, por la madrugada, para poder ser atendidos por un médico general, aunque el paciente esté gimiendo por un especialista. No, primero la cola, la amanecida, la ficha para la atención general y después la autorización para la especialidad que, semanas e inclusos meses después, exige otra fila, otra amanecida y otra ficha a la madrugada. Hace mucho tiempo que las víctimas no reclaman, que ya asumieron que así nomás debe ser.

Claro que uno sospecha que éste no es el primer sistema de seguro de salud del planeta. Que en otros países habrán tenido este tipo de problemas y ya los resolvieron. Que no es necesario siquiera un esfuerzo mental extra, sino simplemente copiar de donde las cosas ya funcionan. Pero nada, ni señales de algún esfuerzo de aunque sea copiar el sistema que sí funciona en otros países. Ni siquiera alguna expresión de preocupación de que el problema existe. Nos acostumbramos, nos adiestraron para hacer de cuenta que está predestinado que así sea. Somos un excepcional experimento que ha llegado a demostrar que el dolor ajeno ya no duele.