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Chuta, otra vez Fukuyama

Se ha hecho frecuente escuchar, tanto en el mundo académico como especialmente en el político que estos ya no son tiempos de izquierda ni de derecha, sino de… ¿tiempos de engrosar un centro que se ha hecho difuso, porque allá caben todas las sangres que no se concilian entre ellas, puesto que su ilusión es básicamente no ser percibidos como partes del idilio con una izquierda cuestionada y una extrema derecha resistida? De acá surge la paradoja que la gramática actual sí le concede estatuto de credibilidad al centro-izquierda y a la centro-derecha, que al final de cuentas siguen siendo expresiones de ideologías con visiones distintas de sociedad desde ubicaciones dispares en la estratificación social.

Recordemos que el concepto tiene su origen en la revolución francesa, cuando en la Asamblea se disputaban el poder sentados a la derecha los girondinos en alianza con la nobleza monárquica, propugnando el sufragio sin los no propietarios, en contraposición a los jacobinos, quienes ocupaban el ala izquierda y defendían un sufragio universal, con el que finalmente instauraron la República. Desde entonces, las izquierdas simbolizan la defensa de los intereses populares con proyectos de corte socialista, en tanto que las derechas representan intereses elitistas con expresiones como el liberalismo o el conservadurismo, legitimando las formas de acumulación del capitalismo.

Cuestionar la vigencia semántica de derechas e izquierdas no debería equivaler a desconocer la existencia de ideologías. Es decir, de aquellas particulares formas de percepción, representación y proyección del mundo ligadas a los intereses de un grupo, o de una clase, y que se verbalizan en la disputa del campo político por el poder y la hegemonía. Ya en el siglo pasado lo intentó Fukuyama, proclamando el fin de la historia como espacio de confrontación de ideologías, porque auguraba que el discurso único del libre mercado había llegado para suplir a las utopías. Pero la historia misma se encargó de demostrar que utopías e ideologías seguían vigentes en los andares de movimientos sociales que tuvieron la capacidad de subvertir el orden liberal con propuestas esperanzadoras de nuevas formas de convivencia en el mundo.

En el argot político actual, el idealismo clásico de Fukuyama aparece investido del argumento que las demandas concretas suplen las ideologías. Se suele decir también que para la juventud de ahora ya no existen izquierdas ni derechas, sino solo conectividad a un mundo sin fronteras. Asimismo, se arguyen opciones electoralistas que ya no votan por grandes proyectos, sino por realizaciones inmediatas; y no se mide que el cuestionamiento a la partidocracia arrastra consigo las posiciones que representan.

Lo cierto es que estamos en presencia de un debate que en lugar de afirmar que cierta izquierda desencantó por sus desvaríos, o que la partidocracia tiene que recomponerse con la participación ciudadana y los programas políticos, diseñarse articulando demandas concretas con proyectos estructurales de sociedad, prefiere concederle a la derecha perfiles de defensor de las libertades, sin interrogarse si la anima la construcción de un nuevo orden con equidad o la protección de sus privilegios.

No sería posible pensar que ya no existen ideologías en un mundo donde la ultraderecha desarrolla políticas hiperproteccionistas de sus economías y de xenofobia en relación a nuestros países. ¿Vamos a quedarnos con la imagen de un mundo trastocado sin distancias ni visiones encontradas, y renunciar a proponer alternativas renovadoras develando las regresiones de las derechas y recomponiendo los giros de las izquierdas? ¿Izquierdas y derechas son términos válidos para re/denunciar y obsoletos para proponer?