Población vs territorio II
La exploración de soluciones para la baja densidad poblacional o la concentración desmedida es compleja. Como es un tema multisectorial, con derivaciones transversales, la historia está colmada de errores monumentales. Van dos ejemplos a modo de ilustración: uno nacional, que quedó trunco, sobre la quimera de la migración; y otro internacional, infelizmente realizado, contra la concentración en las ciudades.
En el siglo XX Bolivia concretó experiencias de migración con resultados conocidos. Unos se integraron a la bolivianidad, y otros aún permanecen impermeables. Pero en ese siglo se pretendió ir más lejos. Por los años 70 un régimen militar realizó proyectos para dos ciudades nuevas en el oriente del país. Ese gobierno de facto contrató una reconocida firma internacional, Doxiadis y asociados, para proyectar ciudades destinadas a recibir rhodesianos sudafricanos. Los militares querían raza blanca de pura cepa en sincronía con su ideología política. Los rhodesianos, que sometieron a la población negra con un régimen criminal y discriminador, eran por entonces una vergüenza incluso para la corona británica. La idea felizmente no prosperó, pero nos dejó muchas preguntas sobre la migración planificada y sometida a los vaivenes de la política: ¿a qué raza abrimos las puertas? ¿De qué tendencia política?
Otra experiencia histórica pretendió enfrentarse a la ciudad que, según la doctrina marxista, es el producto victorioso de la acumulación de capital y la propiedad privada. En Camboya, entre 1975 y 1979 el régimen sanguinario de los Jemeres Rojos, encabezado por su líder y patrón (Pol Pot), decidió liquidar la ciudad concentradora por ser, según ellos, el germen de todos los males: angurria, explotación, discriminación, prostitución y violencia.
Pol Pot y el Partido Comunista de Kampuchea declararon a la ciudad capitalista proscrita, y ordenaron la migración masiva y forzada de la población de las grandes ciudades camboyanas (su capital, Phnom Penh, tenía entonces 7 millones de habitantes) hacia granjas comunitarias, que debían ser la base para la fundación de un socialismo comunitario-agrario. Millones de personas fueron obligadas, con engaños y a punta de fusil, a dejar sus casas para vivir sin ayuda estatal para su supervivencia en un campo desamparado. Resultado: un genocidio de proporciones bíblicas.
Tanto la migración externa planificada como la desconcentración urbana interna son políticas extremadamente sensibles, que no pueden someterse a las visiones sesgadas y/o coyunturales. La planificación territorial debe desideologizarse para concebir un futuro sostenible y sustentable. Pero, ¿será posible despolitizar la planificación?