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Ola de feminicidios

En el primer semestre de este año al menos 61 mujeres fueron asesinadas por cuestiones de género, y al menos 37 niños y niñas perdieron la vida a manos de sus progenitores o tutores. De seguir esta tendencia, el 2018 superará con creces la cantidad de feminicidios (109) e infanticidios (87) registrados en 2017, delitos tanto más execrables por cuanto truncan proyectos de vida y destruyen familias enteras.

Estos datos de espanto, cuyo número podría ser mayor tomando en cuenta que no todos los feminicidios ni los infanticidios salen a la luz, son apenas una pequeña muestra de lo arraigado que la violencia de género y sus diferentes variaciones como el abuso de menores se encuentra en nuestra sociedad, a raíz de una serie de factores culturales fácilmente identificables.

Por ejemplo, no solo existe una excesiva tolerancia hacia la violencia en general, sino que incluso este comportamiento es percibido como un rasgo de hombría en muchas familias y colegios, así como en instituciones de corte machista como las Fuerzas Armadas o la Policía; tal y como ayer comentábamos en este mismo espacio a propósito del inicio de las inscripciones para el servicio premilitar voluntario.

En efecto, estos factores explican en parte porque no son pocos los varones en el país que se colocan a sí mismos en una posición de superioridad frente a las mujeres y a todos aquellos que se les “asemejan”, como los niños o los homosexuales. Y esta visión distorsionada de la realidad contribuye a internalizar y a reproducir diferentes tipos de violencia (física, psicológica, sexual, social, económica, laboral, etc.), tanto entre los hombres como en las mujeres.

Por ello, no sorprende que cuando ocurre algún hecho de esta naturaleza los agresores minimizan lo sucedido con excusas que se reproducen como recetas de cocina: es algo que siempre ocurre entre las parejas, la discusión fue subiendo de tono y reaccioné sin pensar, estaba borracho, no volverá a suceder… Además de trasladar la responsabilidad a la víctima: me sacó de mis casillas, fue una cuestión de celos…

Y para colmo de males, muchas de las instituciones llamadas a hacer prevalecer la ley, resguardar la seguridad de los sectores más vulnerables y evitar este tipo de crímenes suelen mostrarse indolentes, ora por las deficiencias estructurales de las que adolecen (como la corrupción y la burocracia extrema), ora por los prejuicios machistas bastante arraigados entre los operadores de justicia y entre los miembros de las fuerzas del orden.

Urge, en este sentido, insistir en la necesidad de enfrentar este problema atacando las condiciones que hacen posible estos execrables delitos, un mal que tiene que ver con la forma cómo se construyen la masculinidad y la feminidad en la sociedad, sobre la base de una cultura de signo machista que no solo tolera la violencia, sino que incluso la promueve.