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López Obrador, a tiempo y en su tiempo

Mucha fuerza, hermanos, porque pronto México se liberará!, gritó Evo Morales al finalizar su discurso en la plaza de Coyoacán el 2 de febrero de 2010. La multitud lo aclamó atronadoramente. Esas palabras causaron revuelo en la izquierda y en la derecha mexicanas por sus implícitos significados. “¿De qué se ha de liberar México?”, inquirió una Cancillería furiosa. “De la dependencia que atora nuestra soberanía, del neoliberalismo, las privatizaciones, los cárteles de la droga y su criminal violencia, la corrupción, la pobreza que empuja a miles de compatriotas a irse del país, de (…)”, respondió el Comité Mexicano de Solidaridad con Bolivia en voz de su dirigente Héctor de la Cueva.

Evo estuvo en el DF solo la tarde de ese domingo. No era un invitado oficial. Había llegado a gestión de la Embajada boliviana ante 17 agrupaciones de campesinos y obreros, cinco universidades y unas nueve asociaciones civiles. El gobierno de la ciudad, al mando de su regente (alcalde), Marcelo Ebrard, asumió los costos de la estadía y seguridad de la reducida comitiva.

Bolivia era por entonces un mal ejemplo para el Gobierno de México. El vibrante proceso de cambios sacaba de quicio a la anquilosada derecha. Por eso, la llegada de Evo a México fue un suceso político inusitado, y el gobierno de Felipe Calderón se dio modos para boicotear el acto central de esa tarde en la plaza de la Delegación de Coyoacán, región suburbana de la gran urbe.

En la víspera del evento, miembros del Estado Mayor Presidencial redujeron grandes espacios al enrejar las jardineras de la plaza “para que la gente no pise las florecitas…”. Y el mero domingo del mitin impuso aduanas de revisión en las esquinas para “controlar que no haya gente armada, por la seguridad del Presidente de Bolivia”, según se dijo. La gente rebasó esos controles con airadas protestas.

El único político importante que saludó a Evo fue Andrés Manuel López Obrador (AMLO), con una nota de bienvenida en el diario La Jornada y una carta personal en sobre cerrado alcanzada por el embajador. Pero había antecedentes para medir la aversión derechista a Bolivia. Cuatro años antes, en julio de 2006, a López Obrador le usurparon una victoria electoral, para lo que incluso tiraron abajo el sistema de control electoral por computadoras. En protesta por el fraude, miles de pobladores tomaron calles y avenidas por semanas y meses. Bolivia fue el último país en reconocer al presidente impostor. “Gobierno legal, pero no legítimo”, dijo Evo aún en 2007. Esos episodios jamás fueron olvidados por Calderón en su caótico mandato.

La alocución de Evo aquella vez de su visita cobra hoy niveles de premonición. AMLO y su partido, Morena, ganaron las elecciones de manera apabullante. Asumirá la presidencia formal el 1 de diciembre. No es comunista ni marxista, es un revolucionario de izquierda con proclamado apego a la doctrina de Benito Juárez, el indígena apóstol del liberalismo. Postula también el nacionalismo de Lázaro Cárdenas, quien nacionalizó el petróleo en 1939. López Obrador se hizo patriota público en los años 80 al comandar una formidable marcha desde su Tabasco natal hasta el DF, 674 kilómetros a pie, contra la privatización petrolera.

“¡Mucha fuerza, porque pronto México se liberará!”, dijo Evo. Ahora viene un tiempo de tensión y de victorias. Los enemigos de ese país son, entre muchos, el cruel narcotráfico y el rigor del imperialismo. A no olvidar que el régimen tremendista de Trump construye un larguísimo muro en la frontera norte y quiere que México lo pague. No será malo pensar que el imperialismo no mirará a México con el desdén con que vio a Cuba, hace más de medio siglo, sin imaginar que la revolución y el coraje socialista pueden edificar sociedades justas, soberanas y sabias en las narices de la jactancia imperial. AMLO y su pueblo merecen toda nuestra solidaridad y atención.