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Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 08:52 AM

Fiesta multiétnica y racismo legal

Esa imagen idílica de fraternidad se empaña cuando   en esa misma Europa se niega el derecho de asilo.

/ 9 de julio de 2018 / 04:23

En el dulce rubor de un verano ya presente, Europa abandona sus abrigos de invierno para vestirse ligero, alegre, casi con traje de gala. Es un ambiente de regocijo colorido que parece consagrar la tolerancia, la hermandad y la solidaridad entre pueblos y culturas.

Poniendo de relieve esa primavera de tolerancia, en el chauvinismo futbolero aplaude cada quien a su equipo nacional. España a sus vascos, valencianos o catalanes sin evocar reivindicaciones nacionalistas. Y Francia a sus 18 jugadores multiétnicos (Dembele, Mbappé, Lemar, Pogba,

Tolisso, Kanté, Matuidi, N’zonzi, Fekir, Mendy, Sidibe, Umitti, Kimpembe, Varane, Rami, Hernández, Arreola, Mandanda, sigue en vida —sin olvidar los cinco jugadores franco franceses Lloris, Griezmann, Pavard, Thauvin y Giroud).

En los países de la ex Yugoeslavia ya no se escuchan los argumentos que justificaron guerras étnicas, masacres y genocidio. Ya no hay diferendos entre montenegrinos, serbios, croatas o macedonios que comparten las mismas camisetas.

Todo esto muestra una imagen de integración étnico-cultural conforme a la composición real de la población de todos los países del mundo. Así, entre los equipos árabes se ven “haratinas”, descendientes de esclavos de origen africano. Lo mismo que en las delegaciones de América Latina. Entre los asiáticos tampoco se siente egoísmos excluyentes.

Pero, lamentablemente esa imagen idílica de fraternidad se empaña cuando en esa misma Europa se niega el derecho de asilo; se adoptan leyes que castiga la solidaridad; se prohíbe la fraternidad para atender y ayudar a náufragos migrantes. Según el criterio mayoritario de los políticos europeos, son hordas que van a “invadir y ensuciar” la identidad de un país como el de la nívea Francia, de los países de Europa Central y Oriental, Polonia, Dinamarca, Suecia, Alemania, Italia, Inglaterra, Portugal y los demás.

No han pensado los Macron, Merkel, May y otros que en esos barcos que corren peligro de naufragio están los hermanos, primos, vecinos de esos jugadores vario-pintos que hinchan de orgullo nacionalista el pecho de sus barras. Si esas grandes estrellas han logrado ingresar a Europa y merecer un pasaporte, no quisiera imaginar que es por el simple hecho de ser una mercadería de buen rédito. Los deportistas son utilizados, y para los dirigentes políticos de esos templos de la democracia las delegaciones multiétnicas tienen dos efectos (para ellos positivos): abarrotar con medallas los tableros del ego nacionalista y dar argumentos que los presentan como países solidarios.

¿Y qué piensan los 230 ilegales que se aferran a la vida y a la borda del paquebote Lifeline? Doscientos treinta seres humanos aterrados que hacen temblar, en las costas de Malta, las estructuras añejas de europeos amnésicos que olvidaron cómo se recibió en el continente americano a millones de migrantes a fines del siglo XIX y principios del XX. Ni hablar de los países africanos, cuyas riquezas sirvieron para consolidar la riqueza de las potencias coloniales.

Con esto en mente, vemos que las posiciones xenófobas de Trump encuentran eco en Europa. Por ello, se debe analizar la posición estadounidense respecto a la multietnicidad, la migración y el Mundial que organizarán con México y Canadá. Y no nos dejemos confundir. Estas fiestas multitudinarias son utilizadas y no representan para nada un mundo multiétnico y solidario. Para decirlo simple y claro, las fiestas de integración multiétnicas, para los políticos, solo sirven para lograr grandes ganancias económicas, jugando con los sentimientos. Otra cosa son sus políticas racistas excluyentes.

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Récord en el poder

Más allá de las críticas, conviene analizar algunas cifras para tener una idea más clara al respecto.

/ 14 de septiembre de 2018 / 05:00

Días atrás, un senador opositor declaró que un gobierno no se mide por el tiempo que ha estado en el poder, sino por lo que ha hecho durante su gestión. Se trataba de una suerte de reproche a propósito de la presidencia de Evo Morales. Más allá de las críticas baratas, conviene analizar algunas cifras para tener una idea más clara al respecto.

La referencia es Víctor Paz Estenssoro (MNR), quien gobernó el país durante 12 años, seis meses y 22 días en sus cuasi cuatro mandatos al frente del gobierno. En 1951 ganó las elecciones presidenciales, cuyos resultados sin embargo fueron desconocidos por un golpe militar impulsado por Hugo Ballivián. Un año después, tras la Revolución del 9 de abril de 1952 liderada por Hernán Siles Zuazo, llegó al poder. Durante su primer gobierno las bases obrero-campesinas impusieron un programa basado en la recuperación de los recursos naturales del país, con la nacionalización de las minas; el reconocimiento de toda su población, a través del voto universal, y la distribución de tierras que estaban en manos de terratenientes, por intermedio de la Reforma Agraria.

En 1960 fue elegido nuevamente gracias al apoyo de la Embajada de Estados Unidos. Su segundo mandato se caracterizó por la llegada de las devaluaciones, inflaciones galopantes, persecuciones, policías políticas, programas para acabar con las ideas socialistas, etc. Con ello la verdadera personalidad de Víctor Paz salió a luz. En 1964 fue reelegido para un tercer mandato. Tres meses después, su vicepresidente, René Barrientos, impulsó un golpe de Estado. Barrientos, populista, demagogo (se hacía llamar el General del Pueblo), gobernó gracias al terror. Por ejemplo, Klaus Barbie, un alto oficial de las SS durante el régimen nazi, apodado El carnicero de Lyon, tenía su despacho en el Palacio Quemado. Asimismo, durante su régimen tuvo lugar la Masacre de San Juan y el asesinato del Che Guevara, entre otros.

Tras largos años de dictaduras de toda índole, en 1985 Víctor Paz volvió al poder. Con un programa neoliberal, el supuesto prócer de la Revolución del 52 buscó acabar con la idea de soberanía que bulle en la sangre de los bolivianos. Con su lamentable declaración “Bolivia se nos muere”, para justificar la lucha contra la hiperinflación imperante a principios de los 80, el país se convirtió bajo la batuta de Gonzalo Sánchez de Lozada en un Estado privatizador, y después en un Estado mendigo (durante la gestión de Carlos Mesa).

Años más tarde, Evo Morales y el MAS se convirtieron en otra referencia de duración en el poder: 12 años, 7 meses hasta el momento. En 2005, Morales fue elegido presidente de la República con el 53,7% de la votación. En el referéndum revocatorio de 2008 fue ratificado por el 67,4% de los electores. En 2009, tras la aprobación de la nueva Constitución Política con el 61,4% de los votos, fue elegido primer presidente del Estado Plurinacional (64,2%), y en 2014 fue reelegido con el 61,1% de los sufragios. Esta mayoría inusitada adquiere importancia en un país donde se gobernaba con el 21% de votos gracias a las megacoaliciones, que se canalizaban con la repartija de los ministerios y otras dependencias del Estado.

¿Y los resultados del gobierno de Evo? Estabilidad política al servicio de la fortaleza económica (el Producto Interno Bruto creció en 10 años con un promedio de 5,2% anual, duplicando el PIB per cápita, uno de los mejores rendimientos de América Latina); la construcción de 7.500 km de carreteras, frente a tan solo 1.000 km en 180 años de República; edificación de unidades escolares, plantas de industrialización, distribución de regalías que llega a todo el país, todo testimonia de nuestro avance.

Además, un gobierno con nuevo estilo: si antes nunca fueron sancionados los corruptos, ahora el que peca cae y paga sin tener en cuenta su pertenencia política. No hay impunidad. Al menos así se ve Bolivia en el exterior. Pero no imaginemos que todo es perfecto. Hay errores, carencias y falencias. La obligación de corregir es para todos. Nada nos exime de este deber. Todos podemos expresar una crítica constructiva, propositiva, responsable. Así llegaremos a un verdadero récord: un Gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo.

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Trump, Europa y la Guerra Fría

Salta a la vista que el Presidente de EEUU utiliza enfoques trasnochados para reavivar rencores del pasado

/ 1 de agosto de 2018 / 03:52

En las cumbres de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Trump se comporta como elefante en tienda de porcelana. De entrada, no utiliza un lenguaje diplomático, lo que no es malo por sí solo; pero lo que dice es incoherente, incomprensible y peligroso. Aparece como un personaje arrogante, despectivo, suficiente, buscapleitos. Insulta, amenaza, divide.

Su leitmotiv “América primero”, que se resume en solo cuentan los intereses de los estadounidenses, ignora los análisis geopolíticos. Olvida la historia y el camino de las relaciones internacionales. Niega que los pueblos y naciones mostraron que, para vivir en paz, todos nos necesitamos. No ve que una cultura de paz tiende, con muchos fallos y tibiezas, a reemplazar la aberrante cultura bélica de la Guerra Fría.

Recordemos que a inicios de los 90, la implosión del campo en la Unión Soviética marcó el fin del bloque socialista; no fue el éxito del sistema capitalista. A partir de entonces, EEUU, cual gendarme designado por voluntad divina, creía ser el cerebro, el corazón y la conciencia del mundo. Participó en todos los conflictos, sin poder resolver uno solo. Pero su mayor error fue ignorar deliberadamente que la Guerra Fría había acabado.

Al llegar a Bruselas para la última cumbre de la OTAN (mecanismo de alianza militar) Trump designó Rusia como el enemigo. Parece no saber que Rusia, Europa y todos los países tienen un destino común: vivir o desaparecer juntos. De entrada, el Mandatario estadounidense acusó a la canciller alemana, Ángela Merkel, de haber “abandonado su matriz energética basada en el carbón y la energía atómica para caer en manos del gas ruso”. Luego le recordó que la “caída del Muro de Berlín” ha generado ganancias, y cínicamente agregó que Estados Unidos no recibió beneficio económico alguno.

El discurso que le dedicó al Presidente francés fue más moderado. Salta a la vista que Trump busca romper el eje franco-alemán; crear fisuras en torno a la reducción de las bases militares, la migración, la defensa de esferas de influencia comercial y tecnológica. Promete establecer acuerdos bilaterales para modular las medidas punitivas que EEUU quiere imponer de manera unilateral a quien no esté de acuerdo con sus ideas.

También busca acercarse a los gobiernos derechistas de los países de Europa Central y Oriental, para instalar tropas más cerca de las fronteras rusas, rompiendo tratados y acuerdos que garantizan espacios pacíficos. Para ello se aproxima a los gobernantes de los países Bálticos y nórdicos y apoya la emergencia de partidos ultraderechistas. Utiliza enfoques trasnochados para reavivar rencores del pasado.

En su visita a Londres, instó a la primera ministra británica, Theresa May, a cortar de manera dura su relación con la Unión Europea. A cambio, cual conquistador, le ofrece baratijas: propone a los ingleses tratados únicos, especiales y singulares. Sus burdos intentos se ven como una verruga en medio de la nariz. Trump quiere romper la UE con la potencia económica y militar de su país, cualidades que a su entender le autorizan a realizar toda clase de provocaciones. Esos exabruptos no debiesen preocuparnos, salvo que vienen de un país con una gran capacidad bélica y una enorme industria armamentista que alimenta sin ningún reparo las guerras y conflictos del mundo.

El último encuentro fue con Putin, quizás en la reunión que sostuvieron a solas le dijo que el destino manifiesto de Estados Unidos y de Rusia es repartirse el mundo. En todo caso, alguien debería decirle que la Guerra Fría ya se acabó y que los desquicios de ese talante no tienen sentido.

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Fiesta multiétnica y racismo legal

Esa imagen idílica de fraternidad se empaña cuando   en esa misma Europa se niega el derecho de asilo.

/ 9 de julio de 2018 / 04:23

En el dulce rubor de un verano ya presente, Europa abandona sus abrigos de invierno para vestirse ligero, alegre, casi con traje de gala. Es un ambiente de regocijo colorido que parece consagrar la tolerancia, la hermandad y la solidaridad entre pueblos y culturas.

Poniendo de relieve esa primavera de tolerancia, en el chauvinismo futbolero aplaude cada quien a su equipo nacional. España a sus vascos, valencianos o catalanes sin evocar reivindicaciones nacionalistas. Y Francia a sus 18 jugadores multiétnicos (Dembele, Mbappé, Lemar, Pogba,

Tolisso, Kanté, Matuidi, N’zonzi, Fekir, Mendy, Sidibe, Umitti, Kimpembe, Varane, Rami, Hernández, Arreola, Mandanda, sigue en vida —sin olvidar los cinco jugadores franco franceses Lloris, Griezmann, Pavard, Thauvin y Giroud).

En los países de la ex Yugoeslavia ya no se escuchan los argumentos que justificaron guerras étnicas, masacres y genocidio. Ya no hay diferendos entre montenegrinos, serbios, croatas o macedonios que comparten las mismas camisetas.

Todo esto muestra una imagen de integración étnico-cultural conforme a la composición real de la población de todos los países del mundo. Así, entre los equipos árabes se ven “haratinas”, descendientes de esclavos de origen africano. Lo mismo que en las delegaciones de América Latina. Entre los asiáticos tampoco se siente egoísmos excluyentes.

Pero, lamentablemente esa imagen idílica de fraternidad se empaña cuando en esa misma Europa se niega el derecho de asilo; se adoptan leyes que castiga la solidaridad; se prohíbe la fraternidad para atender y ayudar a náufragos migrantes. Según el criterio mayoritario de los políticos europeos, son hordas que van a “invadir y ensuciar” la identidad de un país como el de la nívea Francia, de los países de Europa Central y Oriental, Polonia, Dinamarca, Suecia, Alemania, Italia, Inglaterra, Portugal y los demás.

No han pensado los Macron, Merkel, May y otros que en esos barcos que corren peligro de naufragio están los hermanos, primos, vecinos de esos jugadores vario-pintos que hinchan de orgullo nacionalista el pecho de sus barras. Si esas grandes estrellas han logrado ingresar a Europa y merecer un pasaporte, no quisiera imaginar que es por el simple hecho de ser una mercadería de buen rédito. Los deportistas son utilizados, y para los dirigentes políticos de esos templos de la democracia las delegaciones multiétnicas tienen dos efectos (para ellos positivos): abarrotar con medallas los tableros del ego nacionalista y dar argumentos que los presentan como países solidarios.

¿Y qué piensan los 230 ilegales que se aferran a la vida y a la borda del paquebote Lifeline? Doscientos treinta seres humanos aterrados que hacen temblar, en las costas de Malta, las estructuras añejas de europeos amnésicos que olvidaron cómo se recibió en el continente americano a millones de migrantes a fines del siglo XIX y principios del XX. Ni hablar de los países africanos, cuyas riquezas sirvieron para consolidar la riqueza de las potencias coloniales.

Con esto en mente, vemos que las posiciones xenófobas de Trump encuentran eco en Europa. Por ello, se debe analizar la posición estadounidense respecto a la multietnicidad, la migración y el Mundial que organizarán con México y Canadá. Y no nos dejemos confundir. Estas fiestas multitudinarias son utilizadas y no representan para nada un mundo multiétnico y solidario. Para decirlo simple y claro, las fiestas de integración multiétnicas, para los políticos, solo sirven para lograr grandes ganancias económicas, jugando con los sentimientos. Otra cosa son sus políticas racistas excluyentes.

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Contra la legalidad de una ley o simple pretexto

Las leyes precautelan los derechos fundamentales de todo individuo y de la sociedad en su conjunto.

/ 6 de enero de 2018 / 04:00

La vida, al interior de un Estado, está reglamentada y ordenada por preceptos que establecen derechos, deberes y responsabilidades. La norma permite o prohíbe, conforme a la Justicia. Es así que las leyes limitan el libre albedrío de las personas, pero también precautelan los derechos fundamentales de todo individuo y de la sociedad en su conjunto.

Para que las normas jurídicas tengan coherencia, que no expresen redundancia ni creen lagunas, y para que las penas sean justas y universales, se adopta un Código Penal. Es un compendio sistematizado y ordenado de las normas jurídicas de un Estado y un baremo que establece las penalidades que corresponden a cada incumplimiento. El legislador establece las normas y el Estado es el protector para evitar penas arbitrarias.

La ley concierne a todos los ciudadanos. Y el Código se aplica a todos los casos. A los grupos gremiales, a las asociaciones profesionales, incluso a aquellos que históricamente reivindican privilegios… En un Estado moderno, todos son iguales ante la ley. Nadie puede considerarse exento de obligaciones. Nadie puede tener estatutos especiales. Es decir que nadie debe temer por el ejercicio normal de su oficio. Nadie debe ver peligro o limitación de sus libertades. Es evidente que ni los conductores de camiones, ni los periodistas, ni los médicos, ni las vivanderas son personas perfectas. Tampoco todas sus acciones deben ser criminalizadas.

Ahora bien, en la vida cotidiana se cometieron y se cometerán errores. Algunos son simples incidentes sin importancia. Otros son calificados de infracciones y, los más raros, son delitos. En el desarrollo normal de un oficio o una profesión puede ocurrir lo mismo. Nadie está al amparo de un accidente. Puede tratarse de una infracción o de un error culposo con importantes consecuencias. Esto deberá ser determinado por la Justicia y, para evitar desbordamientos, se sabe cuál será la sanción.

Por una parte, no se puede imaginar que un médico, al iniciar su jornada de trabajo decida matar a uno de sus pacientes. Pero existe la posibilidad de un descuido. Conviene pues proteger al paciente y al médico. Al paciente, para asegurarle que no hubo un error culposo y al médico, para protegerlo de la tendencia a judicializar todo incidente.

La norma jurídica protege a la sociedad y a los profesionales, ya sea en el caso de los médicos, de los periodistas o de los conductores de vehículos. Por ello, todos debemos respetar y someternos a la ley. Nadie puede pretender que su acción está exenta de error. Nadie es infalible. Si una acción no es calificada de delito, se puede invocar la buena fe y beneficiarse de circunstancias atenuantes. Inclusive ser reconocida como simple incidente. Si existe delito, los juristas establecerán el grado de culpabilidad y dictarán la pena correspondiente.

Si una ley no corresponde a criterios de un grupo, busquemos mejorar la norma; contribuyamos responsablemente. Pero la ley debe existir. Si un Código Penal no nos satisface, busquemos mejorarlo. Pero no olvidemos que las leyes se aplican a todos y que el Código Penal enmarca el rango de penalidad aplicable.

No es nada constructivo exigir que tal profesión o tal cuerpo colegiado escape a la ley. No es admisible que un grupo pretenda que todos pueden errar, menos ellos. Persistir con chantajes sobre la salud parece ser un argumento político para echar oprobio sobre un gobierno. No querer dialogar, hacer berrinches de niños maleducados es, a mi entender, simple pretexto político que busca desestabilizar un gobierno elegido democráticamente por una mayoría apabullante de los bolivianos.

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Fuga de…

Nos sentimos orgullosos de enviar a nuestros mejores jóvenes como si se tratase de un reconocimiento.

/ 14 de octubre de 2017 / 04:04

A mediados del siglo XX, los países del sur que salían de la férula colonial y buscaban una verdadera independencia, aquellos que luchaban contra las dictaduras, eran considerados por los países del norte una suerte de reserva de recursos naturales y humanos.

Sumidos en la pobreza, producto de la sempiterna explotación que ejercía el Primer Mundo, los pobladores de muchas de estas naciones no tenían otra escapatoria que el exilo. Buscando mejores oportunidades migraban a los países del norte, atraídos por los centros culturales, científicos, académicos.

Por otra parte, a la mano de obra que hizo posible el renacimiento europeo después de la Segunda Guerra Mundial se le empezó a prohibir el ingreso a los países industrializados, con la exigencia de visas, cartas de invitación de residentes y hasta de reconocimiento, en una franca expresión de un racismo malagradecido.

Muchos intelectuales árabes, asiáticos, africanos y latinoamericanos se constituyeron en referencia, en intelligentia. Solo entonces comenzaron a considerarlos “ciudadanos del Primer Mundo”. Esos artistas, científicos y técnicos ayudaron al florecimiento de la cultura europea, y también permitieron avances tecnológicos y científicos en Norteamérica.

A este fenómeno se lo denominó fuga de cerebros. A quienes formaban parte de este grupo se les privaba de su identidad cultural y se los integraba de manera tal que la otra nacionalidad les era concedida como un premio a una nueva manera de ser, lejana de sus orígenes. Incluso el país que los acogió les hizo entrega de un pasaporte, símbolo de su distinción, luego de jurar fidelidad a su nueva patria.

La globalización parecía positiva, se pensaba que iba a impulsar la construcción de una ciudadanía universal. Salvo que para los otros, los trabajadores que asumían las tareas cansadoras y sucias, para los inmigrantes indispensables para el desarrollo, la situación no era la misma. Seguían siendo no deseados, ignorados y explotados.

Luego vino la fuga de músculos. Por el prestigio de una medalla, de un récord, por el talento de un jugador, se olvidaron los términos racistas y las condiciones draconianas que presidian la obtención de visas. Los países ricos compraban “músculos” para inscribirlos en el medallero de su nacionalismo barato.

En la actualidad, para hacer frente a la baja natalidad, los países del norte reciben jóvenes parejas, de preferencia profesionales ya formados en los países del sur, siempre que primero se comprometan a procrear e inscribir a su descendencia como ciudadanos del país receptor. Podría denominarse a este nuevo fenómeno como “fuga de vida”, por no decir “fuga de ovarios” o “fuga de espermatozoides”.

No estoy contra el relacionamiento estrecho entre los pueblos, pero no me parece bueno que éste ocurra siempre en beneficio de los países del norte. Y lo peor es que nos sentimos orgullosos de enviar a nuestros mejores jóvenes como si se tratase de un reconocimiento. Y se van atletas, médicos, intelectuales, técnicos… jóvenes profesionales cuya formación cuesta mucho al Estado y que deberíamos conservar.  

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