Políticas migratorias contra los ideales europeos
La libre circulación de gente y productos, un principio fundamental de la Unión Europea, está bajo ataque.
El joven canciller austriaco Sebastian Kurz tenía solo nueve años cuando la mayor parte de Europa desmanteló sus puntos de control fronterizos. Como muchas otras personas de su generación, dio por sentado que podría estudiar en otros países europeos y cruzar el continente en tren sin su pasaporte.
Pero ahora Kurz, de 31 años, quien tomó el cargo el año pasado como parte de una ola de líderes populistas impulsados al poder con base en plataformas antiinmigración, está entre aquellos que están obligando a la Unión Europea a enfrentar un dilema espinoso: ¿puede mantener uno de sus principios más preciados (las fronteras abiertas entre sus miembros) y a la vez proporcionar a sus ciudadanos una sensación de seguridad e identidad? Este es el más reciente desafío de una larga lista que pone en dificultades a la Unión. Europa ha comenzado a entender que cada vez hay más reacciones negativas contra las políticas que tenían como propósito unir a los pobladores europeos, incluyendo la moneda unificada y las fronteras abiertas.
El jueves pasado, sentado en su oficina con paneles de madera, días después de una pelea por restablecer una frontera estricta entre Bavaria y Austria que casi acabó con el Gobierno alemán, Kurz dijo que la única esperanza de preservar los viajes sin fronteras ni sin visas dentro de Europa era reforzar los límites externos del continente, una medida que plantea sus propios problemas morales y prácticos. “Una Europa sin fronteras internas solo puede existir si tiene fronteras externas que funcionen”, dijo.
La libre circulación de gente y productos, un principio fundamental para la idea de un nuevo orden liberal seguro y unificado, está bajo ataque, amenazado por una revuelta pública creciente contra la inmigración proveniente del Medio Oriente y África. Mientras el número de migrantes ha disminuido drásticamente en años recientes, la furia del público no lo ha hecho, y sigue sin respuesta la pregunta de si Europa puede conservar su territorio sin fronteras y, en cierto sentido, su razón de existir. Resulta vital que Europa lo logre, dijo Kurz, porque la libre circulación a través de sus fronteras internas “es la base de la idea europea, y debemos hacer todo para mantenerla viva”.
El área sin fronteras, conocida como la zona Schengen, abarca 26 países, 4,3 millones de kilómetros cuadrados y cerca de 420 millones de personas; y es el logro más icónico del proyecto europeo. La libre circulación de personas ha sido central en la manera en la que los europeos quieren percibirse: como personas tolerantes, abiertas y diversas.
Kurz quiere cerrar de manera efectiva la frontera sur de Europa, desplegando patrullas en el Mediterráneo y regresando sistemáticamente los botes de migrantes a los países (principalmente Libia y Egipto) donde embarcaron sus tripulantes. ¿Pero ésta es la Europa de sus fundadores, o acaso es un continente más riguroso, menos optimista y con menos confianza en sí mismo?
Kurz, cuyo país acaba de tomar las riendas de la presidencia rotativa de la Unión Europea, se negó a responder esa pregunta, pero reconoció que era “un momento importante y una época muy delicada”. El problema llegó a los encabezados la semana pasada cuando Horst Seehofer, el ministro del Interior de Alemania (un conservador bávaro), amenazó con renunciar a menos que la canciller Angela Merkel aceptara crear una especie de frontera estricta entre Alemania y Austria.
Bajo las reglas europeas, se supone que los migrantes deben permanecer en el país al que llegaron primero, pero una vez que están ahí (dentro de la zona Schengen), pueden viajar libremente adonde quieran ir, que a menudo es Alemania, Suecia o Austria. Merkel primero se rehusó, diciendo que eso produciría una cascada de fronteras estrictas en otros países, lo que destruiría la zona Schengen. La migración, dijo, necesitaba una solución europea. Al final, para preservar su coalición, la Canciller acordó con Seehofer acelerar los procesos de asilo y rechazar a los solicitantes ya registrados en otros países europeos. Como parte de ese acuerdo, Alemania organizará campamentos a lo largo de la frontera austriaca para evaluar el estatus de los migrantes y concretar su deportación de ser necesario. De cualquier forma, muchos detalles siguen sin resolverse, incluyendo los acuerdos con otros países para que acepten a los migrantes que no califiquen para entrar a Alemania.
Kurz dice que él y otros líderes populistas y conservadores (Orban; Matteo Salvini, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Italia, y Seehofer) han recomendado una serie de medidas para controlar las fronteras europeas: establecer centros de monitoreo para migrantes fuera de Europa; regresar a las personas rescatadas en el mar al país donde embarcaron, y decidir, país por país, quién tendrá permitido llegar a Europa, incluyendo los casos de refugiados legítimos que escapan de la guerra y la persecución, según enfatizó.
“Lo están haciendo en nombre de Europa”, dijo Gerald Knaus, director de la Iniciativa Europa de Estabilidad, un grupo de investigación con sede en Berlín. “Pero esa es una Europa muy distinta”. Regresar a quienes buscan asilo a países en caos o que se consideran peligrosos viola la ley internacional. Hay muchas dificultades con el sistema de asilo global, señaló Elizabeth Collett, directora del Migration Policy Institute Europe, un grupo de análisis. “Pero la idea de que haya algo mal acerca de pedir asilo en Europa es un gran cambio respecto de las ideas de un grupo de países que crearon la convención de Ginebra hace 60 años”, la que rige los asuntos relacionados con los refugiados. “No solo se trata de lo que sucede en la frontera, sino de lo que pasa después de la frontera”, comentó.
De acuerdo con Pierre Vimont, exembajador francés en Estados Unidos, a menudo se ignora que el sistema de Schengen permite la reintroducción de controles fronterizos nacionales como medida temporal. Este tipo de controles existen ya desde hace algún tiempo entre Francia y Bélgica y entre Francia e Italia. “Si esto puede apaciguar a algunos de los populistas por el momento, que así sea (…) Para que podamos decir que aún estamos dentro del sistema Schengen. No es muy satisfactorio, pero es una manera de lidiar con la presión actual”, indicó Vimont.
Sin embargo, las medidas temporales tienden a durar, concedió. Señaló además que la zona de fronteras abiertas, al igual que el euro, estaba a medio construir. Los líderes europeos eliminaron las fronteras internas sin reforzar las fronteras externas porque era muy costoso o afectaba la soberanía de países como Grecia e Italia, o simplemente porque no previeron los problemas del terrorismo o las crisis migratorias como la de 2015.
No obstante, los días del pensamiento mágico se acabaron, insistió Kurz. Ningún Estado ni grupo de Estados puede descuidar la protección de sus fronteras, agregó. “La Unión Europea no solo es una gran idea, sino también es una idea en la que debemos seguir trabajando”, dijo. “Lo que debe hacer cada generación es tratar de hacer que Europa sea mejor de lo que fue en el pasado”. Nadie sabe si eso significa que cambiará tanto que se volverá irreconocible.
Es periodista y corresponsal del New York Times en Europa.
© The New York Times, 2018.