Durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de 120.000 residentes y ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa de la costa oeste fueron desalojados de sus casas y confinados en campamentos lejanos. Mas Okui era uno de ellos. Nació y creció en el valle de San Fernando, al sur de California, pero su padre y sus abuelos maternos eran inmigrantes japoneses. Cada año, Okui, de 86 años, visita Manzanar, donde él y su familia estuvieron presos.

Su propósito es recordar y educar. En 1988, EEUU ofreció una disculpa oficial e indemnizó a los sobrevivientes. El año pasado, el Gobernador de California firmó el Civil Liberties Public Education Act, que aporta $us 3 millones para la educación sobre la reclusión japonesa con el fin de “vincular las violaciones históricas a los derechos humanos con los retos actuales de las libertades civiles”. “Tenemos que recordar que el encierro de más de 120.000 japoneses-estadounidenses sin el debido proceso legal comenzó con un decreto presidencial, muy parecido a los que el presidente Trump ha estado haciendo”, dijo Al Muratsuchi, el miembro de la Asamblea estatal que propuso la ley.

Dos de los 10 campos de concentración estaban en California: Tule Lake era el más grande y Manzanar es quizá el más conocido. La familia Okui fue enviada a Manzanar en 1942. Él tenía 10 años. Pasaron tres años y medio tras alambres de púas en el desierto al este de la Sierra Nevada. Manzanar está a 322 kilómetros al norte de Los Ángeles. Durante su máxima ocupación, congregó a 10.000 hombres, mujeres y niños en cuartuchos endebles. En abril, Okui y 44 maestros de escuelas públicas de Los Ángeles abordaron un autobús rumbo al desierto.

Okui organiza visitas para organizaciones civiles y sin fines de lucro. También trabajó durante más de 30 años con United Teachers Los Angeles, el sindicato de maestros de la ciudad, para dirigir una serie de talleres que culminaban con una visita al lugar. El objetivo de los talleres es guiar a los maestros en cómo educar a sus estudiantes acerca del confinamiento japonés. “Reunirse con aquellos que experimentaron esa tragedia les brinda sanación y esperanza para el futuro”, dijo Richard Katsuda, un activista y antiguo maestro que ayudaba a dirigir los talleres.

“La única manera de enseñarle a los chicos sobre estos sucesos es instruir a los maestros sobre lo que nos pasó. Sentí que era mi deber y lo haré hasta que pueda”, dijo Okui, maestro jubilado de estudios sociales. Este año, el grupo de los maestros tenía dos participantes nuevas: las nietas de Okui, Alissa y Jessica. “Nunca habíamos venido, pero creo que conforme creces quieres saber más sobre tu pasado”, dijo Jessica Okui, de 25 años. “Es muy especial para nosotras que nuestro abuelo sea quien dirige el recorrido”.