Más agropecuaria, menos hidrocarburos
Nuestro deficiente manejo de cultivos nos condena cada día más a la destrucción de los ecosistemas
En los años 80, la fuente de proteína para la pecuaria nacional era la harina de pescado importada de Chile y Perú. Hoy Bolivia exporta a esos países proteína de torta y harina de soya. La producción nacional de soya en grano pasó de 52.000 toneladas (t) en aquellos tiempos, a 3 millones en la actualidad. La industrialización de la soya (leguminosa de la que también se obtiene aceite en fábricas que representan una importante fuente laboral) permite ahorrar cientos de millones de dólares por sustitución de importaciones, y significa un ingreso de 1.000 millones al erario nacional, situando al sector en el tercer lugar como fuente de ingresos, después de los hidrocarburos y la minería. Se trata de un avance innegable que demuestra que si Bolivia emprendiera una agropecuaria basada en ciencia y tecnología, este sector sería cada vez más importante en la matriz económica.
Pese a estos progresos, hoy Bolivia es uno de los países más atrasados en desarrollo agropecuario de la región. Por eso, cualquier apertura de mercados del mundo, como los que están en trámite para la exportación de carne, café, quinua o etanol, constituye una buena noticia. Contar con mercados seguros y con compromisos serios del Estado para garantizar la producción nacional permitiría obtener la rentabilidad necesaria para invertir en tecnología y en el manejo adecuado de suelos y agua, recuperando miles de hectáreas que antes eran bosques y hoy no producen nada o rinden cosechas insignificantes. Rehabilitando suelos de áreas ya desboscadas y desalentando la tenencia de tierras improductivas, la expansión de la agropecuaria nacional no necesitaría ampliar la frontera agrícola.
Pero persisten posiciones que confunden al público divulgando que la agroindustria es insostenible. Presentan un programa desolador ante el avance de actividades tradicionales de hidrocarburos y minería invadiendo parques y territorios indígenas, pero cuando se proponen inversiones agroindustriales, las rechazan basados en falacias como la afirmación de que el uso permanente de suelos es inviable. Protegiendo el suelo es que existen cultivos en el mismo lugar desde los tiempos del imperio romano, que el cinturón maicero de Norteamérica cosecha desde hace tres siglos, o que la soya del mundo se cultiva ya más de 80 años en los mismos lugares. El suelo es un organismo vivo diseñado naturalmente para durar siempre, si se protege, se mantiene, se mejora y se cuida con innovaciones y fertilizaciones. Es el activo principal que respalda los medios de subsistencia en todo el mundo, desde los alimentos hasta los empleos y los ingresos.
Valorando estos recursos y aplicando tecnología genética, nuestros vecinos alcanzan rendimientos mucho más altos en cualquier cultivo; mientras en Bolivia seguimos “estudiando” los pros y contras de los transgénicos por poses políticas. Nuestro deficiente manejo de cultivos nos condena cada día más a la destrucción de los ecosistemas, a la migración y a que la agronomía sea en Bolivia una de las profesiones menos valoradas, con ingenieros y técnicos subempleados o mal pagados, sobreviviendo como “consultores”, eufemismo de un desempleo sometido a cargas impositivas sin seguridad social.
Los últimos de la fila nos debatimos en una agricultura incipiente de muy poca significación para el mundo, engolosinados con nuestras exportaciones de hidrocarburos y minerales.
* es ingeniero agrónomo especializado en Desarrollo Rural.