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Cruzada contra el ruido

Conscientes de los efectos nocivos del ruido para la salud y la calidad de vida de las personas, las autoridades cubanas se han propuesto luchar contra la contaminación acústica; un fenómeno cada vez más extendido en varias metrópolis el mundo, y al que no se le suele dar la debida importancia en muchas otras regiones, como en Bolivia.

Para nadie es desconocido que el baile y la música forman parte de la identidad y de la cultura cubana; particularidad que se refleja no solo en la creación de melodías y ritmos propios reconocidos en todo el mundo, sino también en la forma de vivir de los cubanos, dispuestos a disfrutar la música allí donde se encuentren.  

No obstante, de acuerdo con los medios locales, en los últimos años esta vocación se ha comenzado a manifestar en la organización cada vez más frecuente de fiestas en domicilios privados, con música estridente y a alto volumen. Y lo propio en los automóviles privados, buses del transporte de público e incluso en las plazas y parques culturales, gracias a la utilización de parlantes portátiles de gran potencia.

Como es de suponer, este fenómeno ha comenzado a afectar la calidad de vida de gran parte de la ciudadanía, sobre todo porque el horario más frecuente de las fiestas coincide con los periodos de descanso de la mayoría de la población: durante la noche y las madrugadas de los viernes, sábados y domingos.

Para contrarrestar estas costumbres, las autoridades cubanas han ejecutado campañas educativas en los últimos años, alertando sobre los nocivos efectos del ruido para la salud de las personas, pero sin mucho éxito. De allí que los legisladores decidieran aprobar una ley que sanciona a los “promotores del ruido” con multas y penas de cárcel para los reincidentes, que entró en vigencia a principios de 2018. Y según se consigna en una nota publicada el fin de semana, durante el primer trimestre del año al menos 13.700 personas fueron multadas por vulnerar esta norma.

Se trata sin duda de una encomiable cruzada que debería ser emulada por estos lados, más aún tomando en cuenta que en las ciudades del país se organizan fiestas particulares y colectivas con música estridente y elevada a diestra y siniestra, todos los fines de semana, sin que ninguna autoridad haga algo para garantizar el descanso del resto de las personas. A ello se suma la circulación creciente de automóviles y motocicletas cuyos escapes carecen de silenciadores o, peor aún, han sido absurdamente modificados con roncadores para generar mayor ruido.

Todo ello a pesar de que no son pocos los estudios que alertan que la contaminación acústica no solo daña los oídos de las personas y animales, sino también su salud en general, por cuanto puede producir estrés, irritabilidad, dolores de cabeza, fatiga, afecciones digestivas e incluso problemas cardiacos como hipertensión y taquicardias.