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China, por la ruta de la seda

Mientras Trump se dedica a sus “twittamenazas”, que por suerte luego no cumple, el Gobierno chino, fiel a su milenaria historia, sigue sin prisa, pero sin pausa, impulsando el “camino de la seda”, una diplomacia sin estridencias que está dando  buenos frutos al punto de que su influencia crece, mientras que la de Estados Unidos pareciera decaer. Así, el Dragón Rojo demuestra que los métodos pacíficos, incluso en los casos de defensa propia y urgente, son los más eficientes, los únicos eficientes en rigor. Como cuando Trump se distiende encontrándose con el tirano norcoreano, luego de tantas amenazas inútiles.

Henry Kissinger, premio Nobel de la Paz 1973, fue el artífice de la histórica visita de Richard Nixon a Beijing en 1972, la cual significó el principio del fin del “peligro rojo”, un auténtico trauma occidental que creía imparable el triunfo comunista violento sobre Occidente. En su libro China, Kissinger examina la estrategia de la diplomacia del país asiático y el cambio de un paisaje rural y atrasado a la actual potencia económica, al punto que hoy es la segunda economía del mundo, solo después de Estados Unidos y no muy lejos de toda Europa junta.

El 21 de julio, el presidente chino, Xi Jinping, comenzó su cuarto viaje por África, un continente olvidado por Estados Unidos y Europa. Senegal, fue la primera escala de una gira que seguiría también en Ruanda, Sudáfrica y Mauricio. China es el primer socio comercial del continente africano desde hace una década, tras desbancar a Estados Unidos. Tras años de creciente cooperación económica fijada en la obtención de recursos naturales, Beijing centra ahora sus esfuerzos en reforzar los lazos militares y financiar una explosión de proyectos de infraestructura.

Además de los miles de millones de dólares invertidos en la obtención de recursos naturales, África se ha convertido en el gran campo de pruebas de la construcción de infraestructuras con tecnología y financiación china en pos del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, una ambiciosa red de infraestructuras que busca unir China no solo con África, sino también con Europa y el centro y sudeste de Asia, a través de puertos, carreteras y ferrocarriles.

Según datos oficiales, Beijing ha financiado la construcción o renovación de más de 6.000 kilómetros de ferrocarril en países como Angola, Etiopía, Kenia, Nigeria, Sudán o Yibuti. Esto a pesar de las críticas sobre el impacto ambiental de sus proyectos, la opacidad de sus contratos (ya que no hay un proceso de licitación abierto), o las consecuencias para los países más vulnerables en caso de no poder devolver los créditos otorgados. Por caso, el año pasado el Gobierno de Sri Lanka se vio obligado a ceder a Beijing el control del puerto de Hambantota al no poder hacer frente a los préstamos.

Como era de esperarse, la derecha, sobre todo en Estados Unidos, está poniendo el grito en el cielo por este imparable “revival” (reavivamiento) de la “amenaza roja”. Por ejemplo, días atrás el comentarista Tucker Carlson señaló “China está subiendo. Es un desastre para el mundo, es una catástrofe potencialmente para Estados Unidos. Es por lejos la mayor amenaza, no importa lo que te digan”.

Quizás sea cierto, pero en todo caso deberían tomar nota de que el crecimiento chino va de la mano de la liberación de su mercado, lo que le ha permitido potenciar extraordinariamente su economía; y deberían “contraatacar” con la misma eficacia: con más libertad y con su correlato, la paz.