Ayúdame a morir
La excelsa dupla actoral Alice Guimaraes y Gonzalo Callejas nos habla de la buena y dulce muerte
Ayúdame a morir, Amparo”. Eusebio está enfermo, la muerte le escupe en la cara. No quiere ser una carga, no quiere que nadie le limpie el culo ni le agarre el pito para mear. Es un actor y también un viejo escenógrafo que hace llover cuando quiere. Tiene un pacto secreto con su compañera, Amparo, actriz. Juntos, en casa, en su teatro, comparten el último desayuno antes del amanecer, pero los perros negros de la muerte ladran y ladran, como presagiando un final de partida.
Amparo y Eusebio se han conocido en el teatro, han trabajado juntos, se han robado líneas de guiones y besos fríos como esta noche o calientes como una taza de café en este invierno. Se han enamorado de sus imperfecciones, de sus torpezas, se han amado. Ha llegado luego la rutina y con ella, las mentiras y las peleas, las peleas y las mentiras. Han dudado, han querido terminar. Pero se quieren y se extrañan, por eso Eusebio y Amparo nunca pudieron aprender a decirse adiós, a despedirse en serio. La (buena) muerte va a ser la encargada de que sean verdad y no mentira.
Amparo y Eusebio son cómplices en bailes apretaditos, en ilusiones perdidas, en aquel paraguas colorado cuando él hacía llover. Pueden medir sus vidas en tazas de café compartidas. Son, como todos somos, fragancia, humo y olvido. Por eso, su partida, la definitiva, nos conmueve. Toda fragancia es una paradoja: presencia y ausencia a la vez. Oler el tiempo es evocar el final de las cosas. “Tal vez seamos ausencia, tal vez seamos el olor de la ausencia”, susurra Eusebio, nostálgico.
Eusebio y Amparo han disfrutado de los rituales sencillos de los años, de la satisfacción de las cosas simples, “esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón”, como cantaba la gran Chavela Vargas. La vejez los esperó sin apuro, los miró con interés. Los volvió a esperar para decirles que ella no es buena ni mala, pero a veces, con suerte, ayuda a hacer las paces con la vida misma, con las peleas y las mentiras.
Un buen morir (del amor y otras iluminaciones”) es la nueva obra del Teatro de los Andes, que se estrenó el último fin de semana de julio en La Paz, en un
Nuna repleto hasta el techo, irreal como la puesta. Bajo la dirección del chileno Elías Cohen (del elenco KiM Teatro Danzante) y con el texto del poeta sucrense Álex Aillón Valverde, la excelsa dupla actoral Alice Guimaraes (Amparo) y Gonzalo Callejas (Eusebio), pareja también en la vida real, nos habla de la buena y dulce muerte (eutanasia significa eso, etimológicamente hablando). Y nos cuenta, con idas y venidas, con fragmentos varios y saltos en el tiempo, con lenguajes escénicos diversos, que los muertos llegan atraídos por el olor a café que “evoca otra versión de las cosas” (Roberto Juarroz dixit). Y que nos esperan, los muertos, al otro lado del camino, ese lugar vacío de cielos e infiernos donde nos aguarda solo una luz.
Un buen morir tiene sensibilidad y humor (que desata carcajadas sinceras, que alivia y descarga), tiene acción y sugerencia, tiene las sorpresas de un thriller y las sutilezas de un poema fluido. La puesta respeta las viejas señas de identidad del Teatro de los Andes, pero también desafía con una vuelta de tuerca, lejos de las sesudas propuestas colectivas, de los grandes temas y formatos, de la grandilocuencia de lo “hamletiano”. Un buen morir llega con intimismo personal, con sencillez compleja, con susurros, metáforas y el “tiempo de las pequeñas cosas”. El elenco de Yotala está transitando del clásico Shakespeare a nuestro Zavaleta Mercado. Y allí sigue el metateatro, vieja marca de agua, como la fuerza visual y textual (gran libreto de don Álex). Sigue también el trabajo escenográfico del hacedor de lluvia (maestro don Gonzalo) y la evocadora música (de don Lucas Achirico).
Juntos, en casa, en su teatro, compartiendo la última representación, dos actores respetan su pacto secreto. Tomados de las manos, conscientes del partir, toman el último café. “Decir adiós y volverse adiós”. Ya lo dijo Jaime Saenz: para aprender a morir, hay que aprender a despedirse. Telón. Aplausos largos y cómplices, como toda una vida juntos. Amparo, ayúdalo a morir.