Voces

Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 05:49 AM

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/ 3 de agosto de 2018 / 04:11

Indefectiblemente cuando sufro de saudade, me pongo a escuchar música. Y el momento ideal es el sábado por la tarde. Ya pasaron las matinales clases de Narrativa Literaria y la comida se cuece a fuego lento. Pasa un popurrí de música boliviana, desde la infaltable Cantarina, que tanto me recuerda a mamá Magda, hasta las baladas en inglés. Y cuando la tarde llega a su fin, cuando el cansancio de toda la semana se manifiesta, cuando es hora de ir a leer un poco o dormir, es el momento del Sui Géneris de mis 15 años, cuando querían enseñarme a ser “formal y cortés, cortándome el pelo una vez por mes”, y yo que tenía mis cabellos más abajo de los hombros. Y claro, necesitaba “alguien que me parche un poco y que limpie mi cabeza” sin pensar que tardaría, pero la encontraría.

Escuchado todo el repertorio repito todavía la que más me gusta: “Detrás de las paredes que ayer te han levantado, te pido que respires todavía. Apoyo mis espaldas y espero que me abrases, atravesando el muro de mis días”. Y esa canción, con la inigualable voz de Nito Mestre, fue señal y destino: así siento haber vivido, rasguñando las piedras, cansado de gritar solo para despertar.

Nuevos y viejos menesteres evitaron que siga el resto de la carrera de Charly García. Claro, escuché muchas de sus canciones, pero nunca despertaron en mí la pasión, la fuerza, la memoria de las de Sui Géneris, esas que cantaban los chicos de la Noche de los lápices en la prisión. Por supuesto, leí sobre los escándalos, sobre los excesos, sobre la locura que con tanta frecuencia comparte la cama de los genios y se vuelve su amante más fiel.

Y ahora leo que en un concierto en Córdoba al final de Inconsciente colectivo, canción compuesta para Mercedes Sosa en torno a la lucha de la Negra (militante comunista), a los desaparecidos, a la construcción de un mundo diferente, bueno, decía al final del tema: “Hoy desperté cantando esta canción/ Que ya fue escrita hace tiempo atrás/ es necesario cantar de nuevo/ una vez más”. García gritó el hit del verano: “Mauricio Macri, la puta que te parió”, y el concierto estalló en aplausos y el estribillo fue repetido hasta que las voces quedaron roncas.

Es la Argentina de los años 70, de antes, de después. La que derrotó a la dictadura, la que llevó al populismo al poder, la que repartió bonos para rebajar la pobreza, la que terminó con la deuda externa. Y Charly está ahí, abrazando a su público, atravesando el muro de los días.

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‘Vamos a ir a la guerra’

/ 16 de marzo de 2018 / 04:18

Ahí estábamos, María René, quien dirigía ATB; Ernesto Monasterio, de Unitel; Juan Carlos Rocha, de La Razón, y otros directores de medios. El arriba firmante iba en representación del Extra. Era el mediodía del jueves o viernes anterior a la masacre. La matanza fue el domingo. Pero ahora estábamos en el almuerzo convocado por el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.

El por entonces Primer Mandatario nos comunicó que había decidido ir a la guerra, y que en el altiplano boliviano operaba el grupo guerrillero Sendero Luminoso, aliado del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).

Fui de los pocos que repliqué que, primero, era imposible una alianza entre maoístas y guevaristas en Perú, pero no abundé mucho en eso. Sin embargo, remarqué que lo malo de la guerra es que se va con la seguridad de ganar, pero que frecuentemente ambos pierden porque hay muertos en los dos lados. Goni me dijo que lo deseable era que no hubiera muertos, pero que la determinación estaba tomada. Sesenta y ocho fallecidos después y centenares de heridos… aún recuerdo la mirada del expresidente y su decisión de ir a la guerra.

Horas después, alguien me contó que las autoridades de gobierno habían hecho escenarios y que creían que con 1.000 residenciados y 200 muertos terminarían su mandato tranquilos. Le dije al entonces presidente que Bolivia no iba a aguantar ni 100 difuntos, pues el límite para los nuestros era la muerte, y que por eso mismo Sendero Luminoso nunca había podido pasar la frontera aymara.

Ese domingo me tocaba turno en el Extra y era el único ejecutivo en el canal, pues nuestras oficinas estaban ahí, por eso me pasaron varias llamadas.

Todas ellas eran de gente que llorando me decían que les estaban disparando, que los estaban matando en El Alto. Me comuniqué con la directora general del canal, Lola Álvarez, e hicimos un programa a la noche con Andrés Rojas en el que entrevistamos a uno de los ministros del Gobierno. La gente llamó para quejarse, para denunciar, para pedir que por favor, por clemencia, no los mataran.

Al día siguiente tenía que leer el informativo de la mañana. Llegué a las 06.00. Teníamos que salir al aire a las 06.30 pero costó arrancar, el resto del personal llegó al filo de la hora porque sus barrios habían amanecido bloqueados. Ese mismo día Carlos Mesa se alejó del Gobierno. El resto de la historia es conocida.

Hoy se juzga a Goni y a Carlos Sánchez Berzaín sobre si hubo o no orden de matar. Y claro que la hubo. A nosotros nos lo confesaron cuando dijeron que habían decidido ir a la guerra. Solo que esta vez ganaron los que no tenían armas.

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Wiphala o no wiphala

/ 2 de marzo de 2018 / 04:05

El Príncipe de Dinamarca frente a la calavera del bufón hubiera dicho “Esa es la cuestión”. Él es joven. Estudia en la Universidad Católica y vive en la zona Sur. Participa activamente con su novia de las marchas que demandan “el respeto al voto del referéndum del 21 de febrero de 2016”. Y por todo ello, salió a las manifestaciones gritando a voz en cuello “Bolivia dijo No”. En fin, como tantos otros.

La diferencia es que él enarbola una wiphala, la otra bandera nacional de los bolivianos. De pronto en la marcha comienzan a recriminarlo: que esa insignia es masista, que es un invento de Evo y patatín patatán hasta que se la arrebatan. Unas pocas personas se solidarizan con él y hasta esgrimen que la suya es una marcha democrática.

En pequeño, esta historia nos muestra el drama de los opositores. Tienen una sola consigna de unidad: su antievismo. Pero después están los que comprenden que el país ha avanzado y habrá que mejorar lo que Morales hizo; y por tanto, levantan la wiphala como un símbolo de adscripción de la mayoría nacional. También están (y mucho me temo que son los más) quienes niegan todo esto y quieren volver a los tiempos donde los indios era buenos para mensajeros y empleadas domésticas.

No es un detalle menor, pero es pequeño todavía. La oposición debe pasar de quejarse a proponer. Y aquí estarán las mayores dificultades, porque hacer organización no es fácil. Ahora que son cuatro gatos en el Parlamento ya se están matando, imaginémonos para hacer una fórmula para las elecciones.
Está claro que prefieren ir solos para ver si el segundo logra entrar a la segunda vuelta y todos lo apoyan. Pero las ilusiones pueden caerse si Evo logra más del 40%. Hay en la oposición una tendencia aún más suicida: la enarbola la periodista Amalia Pando, quien dice que si Evo se presenta a las elecciones de 2019, la oposición no debe presentar candidato. Una locura, porque si algo realmente puede hacer la derecha hoy por hoy es evitar que el masismo tenga dos tercios en el Parlamento. Si no van, el camino estará allanado para la izquierda masista.

Quedan 13 meses para presentar candidatos. Samuel ya ha dicho que va. Pero los tiempos son cortos si las plataformas quieren tener sus propios representantes en la papeleta. Puede pasar que los llamados movimientos ciudadanos no lleguen a ponerse de acuerdo y se atomicen entre los varios candidatos de derecha. Puede que aunque haya un solo candidato de la oposición sea un representante del viejo régimen y, por tanto, tampoco sea bienvenido entre los jóvenes. En fin: to be or not to be. William estaría muy feliz al comprobar lo suyo; la vida entera es un inmenso escenario.

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De propaganda redes sociales y periodismo

El autor sostiene que ‘una poderosa maquinaria’ opera en las redes para ‘difundir mentiras’ sobre el Gobierno.

/ 15 de febrero de 2018 / 04:00

El papel de barrera que desempeña la artillería en la preparación del ataque de la infantería será asumido en el futuro por la propaganda revolucionaria. Se trata de destrozar psicológicamente al enemigo antes de que los ejércitos empiecen a entrar en acción”, la frase no pertenece a ningún revolucionario sino a Adolfo Hitler en Mi lucha.

Y fueron los dos archirrivales del siglo XX (fascistas y marxistas) los que comenzaron a inventar el concepto de propaganda usado para la política. A ello se sumaron los grupos intermedios no radicales. En el siglo del viento como lo llamaría Eduardo Galeano la comunicación creció como nunca antes lo había hecho. Atrás quedaron los papeles colados en las paredes, los pequeños panfletos y hasta los periódicos organizadores de la clase obrera y de su partido.

La guerra, ese inmenso esfuerzo bélico, físico y económico para las naciones desarrolló los medios de comunicación. La radio se vio impulsada por la primera guerra mundial, la televisión surge poco después de la segunda. Y ya se sabe que la red internet fue producto de los científicos que trabajaban para las fuerzas armadas norteamericanas ante la posibilidad de que masivos bombardeos del enemigo pudieran inutilizar su sistema de comunicación, particularmente los teléfonos. Se quería una red inalámbrica y se la construyó, pero su verdadero desarrollo se dio en tiempos de paz.

Y a través de todos esos medios reinó y reina la propaganda política. No solo destinada a mostrar las virtudes de los programas o candidatos, sino sobre todo a destruir al oponente, para ponerlo en palabras de Jaime Durán Barba, el ideólogo de Mauricio Macri: “Hay que llevar al enemigo a la desesperación”. Y eso es lo que se hizo en la guerra de las redes contra el Gobierno boliviano. La diferencia es que quien emite los mensajes ya no es una persona escribiendo las octavillas, una organización política a través del periódico, la radio o la televisión. No son ni siquiera los periodistas encargados de la construcción de la opinión pública, sino una curiosa mezcla de ciudadanos empoderados que pueden lanzar mensajes (y sobre todo reproducir mensajes) junto a una poderosa maquinaria llamada “la factoría” donde trabajan internautas contratados para, encubiertos en nombre falsos, difundir cuanta mentira se les ocurra con tal de llevar al enemigo a esa desesperación y convencer a un público miedoso y confundido que llega a creer las mentiras.

Luego viene la parte más dulce de la propaganda: la empaquetadura. Esta maniobra consiste en convertir a los trolls en la voz ciudadana. Lograr que los propagandistas de la mentira se conviertan en la expresión de un estado de ánimo de grupos sociales. De esta manera el particularismo es sustituido por la generalización: “el pueblo” o “la gente”. O aquello de “Bolivia dijo No” que es una verdad a medias dado que un poquito más de la mitad dijo No y un poquito menos de la mitad de los bolivianos dijo Sí.

Todo esto es parte de la guerra de los imaginarios. No es una construcción de  los ciudadanos comunes. No, es una bien aceitada maquinaria de fabricación de sensibilidades. Es un trabajo de profesionales en la comunicación y en el marketing político. Esta maquinaria detectó que la mayoría de los bolivianos rechazan el racismo, la violencia y el autoritarismo (rasgos característicos de la derecha boliviana) y en cambio quería la integración nacional, el pacifismo, la ecología. De ahí comenzó a desarrollarse su estrategia:

– Dado que los partidos de la derecha no tienen ninguna eficacia electoral había que crear plataformas ciudadanas, amorfas que buscaran derribar a un enemigo común: la continuidad del MAS. Había que travestir a los sectores más conservadores de la clase media y presentarlos como progresistas y hasta revolucionarios.

– Para ello había que denunciar al partido de gobierno como dictatorial, comunista y falto de palabra. Y a la derecha como defensora de una Constitución por la que nunca votaron.

Vuelvo a citar a Jaime Durán Barba porque es el principal ideólogo de la neoderecha latinoamericana: el electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. Y hay que darles estas ilusiones. Para eso los medios tradicionales no sirven del todo, sencillamente porque si exceptuamos los medios claramente políticos como Página 7, el resto buscará por lo menos comprobar cierta veracidad de las informaciones. Pero el medio ideal son las redes sociales. Sobre ellas no hay legislación alguna y se puede mentir a placer. Puede que hayan absurdos como proponer que Evo traerá a 1 millón de chinos para que voten en 2019, algo que nadie creerá, pero también medias verdades como que están prohibidas las manifestaciones.

No es un caso solamente boliviano. La guerra a través de las nuevas tecnologías de la comunicación es mundial. Lo increíble es que los sectores de izquierda, los progresistas asumieran una actitud conservadora frente al fenómeno. Así perdieron la batalla del Código Penal. Pero claro, la guerra continúa. El siguiente capítulo podría venir con miles de jóvenes campesinos de raigambre indígena peleando con las nuevas armas. Porque lo cierto es que la derecha ha puesto toda la carne en el asador, la Revolución todavía no.

  • Jaime Iturri Salmón es periodista, director de Contenidos de ATB

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Guerra de imaginarios

/ 2 de febrero de 2018 / 04:02

Así como la primera revolución se da en la cultura, la primera batalla se produce en nuestros cerebros y corazones. Mattelart cuenta cómo en la Primera Guerra Mundial se enfrentaron dos formas de hacer propaganda: aquella destinada a la razón y aquella destinada a manipular las emociones. La primera fue encargada a los generales alemanes, la segunda, a los directores de los principales periódicos británicos. De más está decir que los segundos ganaron la contienda.

Así se explica lo ocurrido con el abrogado Código del Sistema Penal. Mientras el oficialismo bregaba por explicar algunas de sus virtudes, a la oposición le bastó difundir medias verdades para que muchos creyeran ser afectados en vez de favorecidos. El resultado usted lo conoce. El gran error del Gobierno fue no darse cuenta que comunicación es vanguardia, no defensa; que primero hay que explicar, luego convencer y finalmente aprobar.

Mientras tanto, la derecha trata de vender su charque: que son la democracia, que luchan contra la “tiranía” y que son pacíficos. Es propaganda. Y claro, en medio de ella se realizan actos muy burdos como querer comparar a los jóvenes que apoyan al proceso y que visten poleras negras con las juventudes SS de Hitler que usaban uniformes del mismo color. Una estupidez si no fuera que detrás de ella está la idea de que la violencia vendrá del masismo contra los pacíficos opositores.

De verdad, los asesores extranjeros de la derecha leyeron muy bien los errores de 2008. El paro de Santa Cruz, para poner un ejemplo, fue acatado por muchos de manera convencida, pero hubo también los que lo impusieron a palos, amenazando, amedrentando y cobrando peaje. Basta leer un poquito de historia para comprobar que la derecha puede travestirse y levantar las banderas democráticas, pero detrás de la piel de cordero está la violencia.

Viendo la foto de los chicos en cuestión, reconozco a varios de ellos y veo los ojos de sus padres. A una de ellas una militante argentina le preguntó si tenían contacto con los históricos, y le respondió “somos hijos de los históricos”. Muchos de ellos no provienen de familias de militantes de la izquierda, pero muchos de ellos sí. Son hijos de hombres y mujeres que ganaron la democracia, las libertades de las que hoy gozamos; y de quienes hicieron historia luchando contra los fachos y los neoliberales.

Y si me esfuerzo más, reconozco en ellos a los bisnietos de los combatientes internacionalistas del Madrid que gritaron “No pasarán”, y de los guerrilleros que derrotaron a los nazis en Yugoslavia, en Francia y en Italia. Sí, sus poleras son de color negro, pero no su corazón.

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Miente, miente

/ 19 de enero de 2018 / 04:00

Se trata, no lo olvides, de una ciudad en la que todo el mundo quiere ser engañado”, dice la obra de teatro Electra Garrigó, del escritor cubano Virgilio Piñera, que inauguró el teatro moderno en el Caribe en 1948.

Esta obra me vino a la mente luego de ver las grandes colas de personas que creyeron en la burda mentira de que habría desabastecimiento de carburantes en el país. Lo propio pasó con los supermercados; parte de la población se volcó a comprar para el mes y aún tienen la alacena llena. Finalmente no hubo ningún desabastecimiento. Perdieron los ingenuos, y por algunas horas ganaron los mentirosos que usan las redes sociales para engañar como si se les fuera la vida en ello.

Pero, claro, como dicen por ahí, “se necesita dos para bailar un tango”. No solo es el que miente para causar zozobra y poder crear un clima caótico, sino también el que cree, el que no analiza, el que piensa que los comunicados oficiales no son ciertos. Bueno, estos últimos algo habrán aprendido el pasado fin de semana: perdieron tiempo y dinero.

Y creo que este tipo de rumores pueden tener un efecto de boomerang. Es decir, volverse contra sus autores. Una vez que te mienten, ya no crees con la misma fuerza lo que te dicen. Pero por algo los nazis decían: “Miente, miente, que algo queda”; y esa es la posverdad, una mentira que por algún tiempo se vuelve verdad.

Firmado el acuerdo entre los médicos y el Gobierno que, por fin, terminaba con la huelga que a tantos y tantos bolivianos hizo sufrir, inmediatamente los ultras de la oposición viralizaron la foto de Aníbal Cruz con polera azul eléctrica junto a varias personas que vestían el mismo atuendo. Aunque difuminaron los escudos de la prenda de vestir, alguien, como el arriba firmante, que haya estudiado en el Instituto Americano puede reconocer claramente el símbolo del Amerinst. Claro, ahí estudió Cruz y era una de tantas reuniones de promoción.

Podría seguir largamente sobre la cantidad de canalladas que se cometen en internet, donde los equipos de los políticos trabajan en tres turnos para dañar a los opositores y a su honra. Por ello, la frase correcta debería ser: “duda, duda, y después vuelve a dudar”. No ocurre solo con los mensajes transmitidos por las redes sociales, también los de los medios de comunicación; solo que en la web esto es mucho más pronunciado.
Una sociedad crítica, democrática y madura aprende pronto a separar el polvo de la paja, a leer la verdad y descartar la posverdad, y no hace colas en vano. ¿O no?

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