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Plástico de arroz

El plástico está recubriendo el mundo. Su descubrimiento empezó como una bendición por sus bondades: liviano, barato, impermeable, móvil, transparente, para uso múltiple, etc. Ahora se ha convertido en una maldición, y los medioambientalistas le han declarado la guerra, con algunas batallas ganadas por sociedades cuyo elevado nivel de conciencia impulsa acciones concretas de parte de sus Estados y gobiernos locales. Ese en un problema que nos atinge a todos, pero hay otro que nos preocupa aún más: la credulidad.

Así, mi comadre Susana que vende comida cerca de la Universidad Pública de El Alto (UPEA), cree que ahora están usando el arroz para fabricar plástico biodegradable. Para ella esa posibilidad es una afrenta a las necesidades del mundo. Y está esperando que esta información aparezca en las redes sociales para corroborar la noticia, y luego apuntarme la pantalla de su celular con el índice y decir, triunfante: —Ya ve, compadre, te he dicho siempre, no me has creído. En nada crees, bien desconfiado siempre eres.

El crédulo es el que cree ligeramente o fácilmente. Es decir, que no usa su sentido crítico ni especulativo, sino que simplemente asume como cierto lo que ve. Por eso en este tiempo es más importante ver sin discernir. No es una novedad de ahora, ni tampoco de las redes sociales que irrumpieron con las tecnologías. En las sociedades, las primeras víctimas de la credulidad son sobre todo los estratos que no tuvieron la oportunidad de recibir una educación amplia.

Así, los falsos chamanes y curacas hacen de las suyas, prometiendo a sus “clientes” conjurar las maldiciones que la brujería les puede ocasionar. De estos temas, aparentemente sencillos, hemos pasado a otros hechos que cambiaron la visión del mundo. Por ejemplo, en 1820 el papa Pío VII finalmente admitió la veracidad del sistema solar explicado por Copérnico, poniendo, aparentemente, fin a la controversia relativa al movimiento de la Tierra alrededor del Sol. No fue así, varios grupos religiosos no admitían semejante reconocimiento, entre ellos el grupo religioso de Zion (Illinois), comandado por Glen Voliva, que seguía creyendo que la Tierra era chata.

Antes, este carismático líder ya había anunciado el fin del mundo para 1923, luego desplazó su pronóstico hasta 1927; después, a 1930 y a 1942, año en el que quien finalizó fue él. Todavía existen personas de su reducido grupo religioso que creen que la Tierra es plana y siguen esperando el fin del mundo. Voliva también aseveraba que el sombrero mantiene el equilibrio de los sesos, y  por consiguiente es indispensable para el hombre pensante.

Los grupos que anuncian el fin del mundo recurren a una serie de motivaciones terroríficas para obtener beneficios. Ahora, sus medios de comunicación son las últimas tecnologías, y penetran fácilmente en la intimidad de las personas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las mujeres estadounidenses ocuparon los cargos de los hombres en la fabricación de armamentos, intempestivamente dejaron sus fuentes de trabajo. Corrió el rumor que podían quedar estériles por la soldadura, o por trabajar con rayos ultravioletas o infrarrojos. Otras temían que el remache les provocase cáncer de pecho; pero el verdadero pánico les llegó a las mujeres que manipulaban tetracloruro de carbono en los extinguidores contra incendios, porque creían que provocaba embarazos.

Entre otros temas perniciosos, está la visón que tenían los intelectuales positivistas. Así, Gabriel René Moreno difundió varios mitos que estuvieron vigentes casi un siglo. En un texto sobre la entrevista a su amigo Nicómedes dice: “Según Antelo, refiriéndose a Bolivia, el cerebro indígena y el cerebro mestizo son celularmente incapaces de concebir la libertad republicana (…). Como término medio, estos cerebros pesan entre cinco, siete y 10 onzas menos que el de un blanco de pura raza”. Este mito se trasladó a la mujer, asegurando que su cerebro es más pequeño que el del hombre. La ciencia ha desmentido esa creencia impulsada por el colonialismo y el positivismo, poniendo en ridículo dicha afirmación.

Muchas de estas “creencias” reaparecen en las redes sociales, con algunas variantes que son aceptadas sin ningún juicio crítico. Como asevera Bergen Evans: “Estamos más cerca del pasado de lo que suponemos (…) y en nuestra mente, apariciones y demonios coexisten con sueños de materiales plásticos y televisión”. Por eso, la antítesis de creer es pensar.