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Los indios en la (no) historia

En 1921, la acuarela Ángelus Novus del pintor alemán Paul Klee despertó la curiosidad de Walter Benjamin, a tal punto que decidió comprarla. Para el filósofo alemán, ese ser celestial del cuadro significaba el ángel de la historia. Al respecto decía: “donde nosotros percibimos una cadena de hechos, él solo ve una única catástrofe que sigue acumulando derrumbe tras derrumbe y los apiña a sus pies”. Se trataba de la historia de los oprimidos que, aunque negada, irrumpe recurrentemente en la escena como un espectro atormentando. Así, el pasado duerme en el presente.

A veces, ese ángel resplandece como instante vivo de un sueño, queriendo “despertar a los muertos y reconstruir lo que ha sido destrozado” (Benjamin dixit). Ese retorno del pasado, cuando viene como acción subversiva, trastoca la narrativa que privilegia (siempre) a los vencedores de las batallas; vale decir, el relato de la historia oficial montada sobre los cuerpos de los vencidos. Esa historia canonizada fue escrita por ejemplo por los jacobinos, quienes se autoproclamaron hacedores de las nacientes repúblicas.

En el caso de las gestas independistas latinoamericanas, para desgajarse del orden colonial, la historia “luminosa” oficial fue trazada por las élites criollas/mestizas por la necesidad de controlar el mensaje histórico dominante y, sobre todo, con el propósito de legitimar el horizonte trazado en función del ethos civilizador. Esta lógica de negación o silenciamiento de la historia subalterna fue una estrategia recurrente en torno a las luchas anticoloniales impulsadas por los indios, los africanos y otros pueblos vilipendiados.

La historiografía boliviana no escapa de esta tendencia. El relato sobre la guerra de la independencia está plagada de mestizos y criollos, aunque en ambos casos el fervor era “contradictorio”, como dice Octavio Paz, pues lo que buscaban era preservar sus derechos y privilegios, formales e informales.

Un efecto colateral de esta tendencia en la reconstrucción del pasado fue la estigmatización de los oprimidos, específicamente de los indios. Por ejemplo, en los documentos coloniales las insurgencias protagonizadas por indios fueron calificadas de forma despectiva, como execrables y ominosas. Eso se debió no solo porque la mayoría de las rebeliones anticoloniales indias fueron derrotadas y aniquiladas ferozmente por las tropas realistas, sino también debido a que, a posteriori, las élites criollas/mestizas entendieron a las insurgencias indias como resabios peligrosos de la barbarie y del salvajismo; y por lo tanto, indignas de pasar al panteón heroico y mucho menos a las páginas gloriosas de la historia.

El cercenamiento del protagonismo de los indios no solamente durante las insurgencias anticoloniales, sino también de aquellas sucedidas en el curso de la República fue una constante. A lo mucho, los indios aparecían como carne de cañón o como subordinados de una tropa encabezada por un criollo o un mestizo. Así por ejemplo, la narrativa dominante en torno a la Guerra del Pacífico priorizó a los héroes criollos/blancos considerados como los portadores de la energía cívica.

Esta cuestión pasó inadvertida para la historiografía convencional, hambrienta de héroes y heroínas para consolidar el ethos nacionalista. Así, la lectura del Estado–nación sobre el pasado también menguó la presencia de los indios en el pasado; quienes, empero, no dejaron de irrumpir en la historia, conquistando así la Reforma agraria.