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Cuba, ¡a afeitarse las barbas, ortodoxos!

Semanas atrás, la Asamblea cubana aprobó el proyecto de ley de la nueva Constitución Política de Cuba, que entraría en vigencia luego de que el pueblo la sancione en un referéndum el 15 de noviembre. Entre otras reformas, este proyecto contempla el reconocimiento de la propiedad privada y de la inversión para el desarrollo de la isla. Otras medidas buscan “liberalizar” parcialmente varios aspectos de la sociedad cubana.

Muchas opiniones se están vertiendo en este momento para responder a la pregunta de hacia dónde se dirige el régimen cubano. Algunos señalan que se trata de reformas cosméticas que no conducirán a ningún cambio. Otros afirman que es un reconocimiento explícito del fracaso de la economía socialista y que son la antesala de cambios más profundos, que finalmente terminarán en la restauración del capitalismo en la mayor de las Antillas.

Evidentemente la aprobación de estas medidas significa un acto de contrición de parte de los comunistas cubanos. La experiencia les ha demostrado que no es posible progresar con un modelo económico estatista, cuya aplicación ya ha fracasado en los expaíses socialistas. Aparentemente las reformas vienen incubándose desde antes de la muerte de Fidel, pero no se llevaron adelante para no tener que reconocer públicamente las penurias a las que tuvieron que someterse los cubanos a lo largo de media centuria, debido a la ortodoxia de sus concepciones. Todos estos cambios están siendo meticulosamente programados, por lo que todo indica que los cubanos han decidido seguir el modelo pragmático chino.

La comprensión de este fenómeno tiene profundas implicaciones en la teoría marxista, que hasta ahora ni los estudiosos locales afines ni los teóricos adversos al marxismo han logrado calibrarlo en su exacta significación. Hace cuatro años aproximadamente planteé en mi libro La revolución del celular y en una serie de artículos posteriores un análisis sobre los gruesos errores de la teoría marxista ortodoxa para explicar no solo los fracasos sufridos por los expaíses socialistas de Europa, sino también el pronóstico pesimista sobre las limitaciones de los experimentos socializantes de América Latina.

Las conclusiones del libro, que no ha podido llegar a la mayoría de los investigadores sociales por lo limitado de la edición, apuntan a la renovación del marxismo para el nuevo milenio. Sin embargo, hay que reconocer que no solo se trata de esta dificultad. La ortodoxia marxista está forjada tan a hierro rojo (¡Maikovski!) que ha transformado a los antiguos dialécticos en los más recalcitrantes conservadores, sino creyentes, de una nueva religión.

Estas conclusiones pueden resumirse en los siguientes puntos. i) No existieron y tampoco existen actualmente las condiciones materiales para la construcción socialista. ii) La tesis leninista de construir la base material necesaria, desde el poder soviético, con medidas estatizantes, es absolutamente equivocada. iii) El descubrimiento de la cibernética y su aplicación extensiva e intensiva en la administración de la sociedad es la que recién posibilitará el manejo eficiente y honesto de la propiedad en manos del pueblo. iv) La nueva conceptualización que propongo sobre la clase obrera que involucre a todos los asalariados provoca un cambio sustancial en el concepto de democracia. Su defensa y mejoramiento la transforman en la nueva consigna revolucionaria del milenio. v) El mejor camino para el desarrollo de la base material necesaria es la utilización de una mezcla adecuada entre las políticas liberales y las keynesianas, según las condiciones de cada país.

Los chinos, a pesar de tener una larga tradición filosófica, no han producido los documentos teóricos que respalden su camino pragmático y tampoco lo harán ahora los cubanos. Las razones son evidentemente la necesidad de la conservación del poder en manos de la omnipresente estructura de sus respectivos partidos comunistas.