Icono del sitio La Razón

La posverdad

La Real Academia de la Lengua (RAE) ha definido a la “posverdad” como a “la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. La denominada “modernidad líquida” (caracterizada por la indiferencia social, la prevalencia de los instintos, el interés individualista y cortoplacista, la negación a indagar sobre la verdad de lo que circula por las redes) es consecuencia de la digitalización de los intercambios sociales que lleva a los individuos a actuar aisladamente, asumiendo individualmente opiniones de rebaños, creando una opinión pública artificialmente dirigida.

Existen equipos en guerra psicológica que según quién los contrate, modelan la opinión pública con base en cinco elementos: el instinto y las emociones en sustitución del razonamiento; la mentira presentada como verdad, la distorsión de los hechos; la inseminación de la duda; y la erosión de los factores positivos del objetivo a destruir. Estas estrategias funcionan cada vez mejor en sociedades con poco nivel de información o que acceden a ella a través de las redes sociales.

Resulta alarmante constatar que las personas que leen más de 1.000 letras por semana son cada vez menos, y que el debate que antes se daba a través de artículos o ensayos ha sido sustituido por un vulgar meme. Las víctimas de la posverdad son los sectores sociales de menor educación, los que por desclasamiento aspiran a un estilo de vida occidental; y jóvenes que no han conocido las experiencias políticas del pasado, por lo que no es raro escuchar a cada idiota calificar al Gobierno actual de dictadura.

La victoria de Trump en Estados Unidos se dio en gran medida gracias al éxito de las políticas del miedo para influir a los estadounidenses, a quienes se convenció de que los latinoamericanos somos peligrosos y los musulmanes, terroristas. En el referéndum del brexit en el Reino Unido la posverdad fue decisiva, porque hizo creer que la Unión Europea llenaría de inmigrantes el país. La victoria en Colombia del “No” a los acuerdos de paz con las FARC fue fruto del sentimiento de inseguridad.

En Bolivia la posverdad se estrenó con el montaje del caso Zapata, en el que se hizo creer que había un niño vivo hijo del Presidente. Se alquiló un menor para mantener la farsa, se dio amplia prensa a Pilar Guzmán, la supuesta tía de Gabriela Zapata, pero en realidad no era ni siquiera su familiar, además de tener varios juicios de estafa en su contra; y no por ello dejó de salir en portadas de periódicos “serios” e “imparciales”. En esa tramoya se utilizaron fotos de menores de edad inescrupulosamente, y se llegó a los extremos de afirmar que el Mandatario había “nombrado” a Gabriela Zapata gerente de la empresa china CAMC, la cual obtuvo contratos con el Estado por 500 millones de dólares.

A la hora de la verdad, el niño no existía, Zapata nunca fue gerente de CAMC, y lo único que tuvo fue un poder notarial en 2015, y algunos de los contratos de la empresa china (los cuales en su totalidad ya fueron ejecutados hasta la fecha) se financiaron con créditos autorizados por el expresidente Carlos Mesa. Pese a ello, no faltan majaderos que siguen hablando del “negociado” de 500 millones de dólares.

La posverdad es eso, y pretende tomar carta de ciudadanía en democracia a fuerza de verdades a medias, el odio, la estigmatización racista, la despolitización y la degradación del debate político, al extremo de que a la fecha lo único que han podido articular las “plataformas” ciudadanas es el clisé “Bolivia dijo no”.