Icono del sitio La Razón

Desde Mandela hasta Obama

Durante los actos de conmemoración del centenario del nacimiento de Nelson Mandela, realizados el 18 de julio en Johannesburgo, el expresidente Barack Obama pronunció un elocuente discurso repasando los cambios operados en el mundo a partir de la liberación del líder sudafricano de las ergástulas del apartheid, en 1989, hasta nuestros días. Con su habitual oratoria pedagógica, recordó la discriminación colonial en África y en Asia, cuyos territorios eran controlados por las potencias europeas como botín de guerra a repartirse.

Obama prosiguió rememorando la lucha de los pueblos oprimidos por alcanzar su autodeterminación, y en esa vía anotó que Madiba (como apodaban a Mandela) fue la encarnación de una esperanza. Las fuerzas del progreso estaban inexorablemente en marcha. Aunque es evidente que estallaron sangrientas guerras civiles en los Balcanes y en el Congo, se obtuvo la distensión nuclear, la unificación de Europa y el ingreso de China al sistema económico mundial. Fue la época en que las dictaduras dieron paso a las democracias y al Estado de derecho, el respeto a los derechos humanos devino en norma, y los países que no observaban esos avances eran considerados parias. La economía de mercado posibilitó el surgimiento de emprendedores de talento, y al mismo tiempo cerca de 1.000 millones de personas salieron de la pobreza extrema. A su vez, el desarrollo de internet posibilitó la comunicación planetaria instantánea.

Luego de enumerar aquellos logros, Obama lamentó que, sin embargo, el orden internacional esté en riesgo, porque una buena parte del planeta parece estar retrocediendo hacia modelos más peligrosos y brutales. La discriminación racial persiste, tanto en Estados Unidos como en la República Sudafricana y en muchas otras naciones.

Se afirmaba que el supuesto triunfo de la democracia liberal había desembocado en el fin de la historia. Pero tal victoria se halla en entredicho con el surgimiento de movimientos populistas controlados por “hombres fuertes”, autócratas que aprovecharon las facilidades ofrecidas por la democracia para apropiarse del poder (a esta altura Obama evitó citar al turco Erdogan, al húngaro Orban, al venezolano Maduro y a otros más). Luego agregó que “ante las desigualdades es preciso instaurar un capitalismo inclusivo, que cree empleos y dé igualdad de oportunidades a todos”. Y explicó que el mundo se ha encogido y que en Occidente la inmigración no se puede enfrentar con una política migratoria que se base en prejuicios sobre la raza o la religión de los impetrantes.

También remarcó que la democracia no son solo elecciones, y en ese nivel citó a Mandela como ejemplo, cuya popularidad y prestigio pudieron tentarlo a buscar la presidencia vitalicia. Pero Madiba prefirió rechazar ese camino fácil y optar por la fortaleza institucional de su país. Enorme diferencia respecto a mandatarios africanos y latinoamericanos que amañan la Constitución a su mejor conveniencia, en procura de perpetuarse en el poder y evadir el riesgo de ser juzgados por corrupción y/o atropellos a los derechos humanos.

Obama fue drástico en apuntar que es hora de dejar de considerar como democráticos a los Estados que organizan elecciones y las ganan con el 90% de los votos, porque, entre otras anomalías, sus oponentes están presos. La alusión a Venezuela no podía ser más clara, terminando con la advertencia de que esa modalidad solo produce el aumento de la corrupción y el abuso.

A las reflexiones antes descritas se añaden críticas directas a la presente administración estadounidense por su abandono del Acuerdo de París sobre el cambio climático y la malsana aversión al multilateralismo en las relaciones internacionales. Como Mandela en su tiempo, Obama, otra celebridad de estirpe africana, se erige como modelo de dignidad, de pensamiento reflexivo y de vida cotidiana consecuente con sus principios.