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Mita y mitayos

Días atrás en la FIL de La Paz se presentó el libro Mita y mitayos en la villa de Potosí, siglos XVI-XVIII, del antropólogo belga-boliviano Vincent Nicolás. Este texto contiene seis capítulos y un epílogo sumamente esclarecedor en varios aspectos sobre la mita y los mitayos. Hay varios capítulos que me llaman la atención, como los referidos a la organización del trabajo del mitayo, la fundación de las parroquias de indios y la reconfiguración territorial de la ciudad de Potosí; y es lo que quiero compartir con los interesados.

El autor parte del significado de la palabra mit’a, que en quechua y en aymara quiere decir “turno de trabajo”, y explica que el trabajo de la mita ya existía en la época precolonial como una forma de trabajo minero; pero tras la conquista y el “descubrimiento” del Cerro Rico, la corona española la refuncionalizó para su provecho. Lo más interesante del libro es la mirada que nos proporciona del trabajo cotidiano del mitayo en el sistema colonial. La mita era un trabajo obligatorio de carácter periódico y remunerado similar al servicio militar obligatorio; aunque esa paga era mísera. Hay preguntas muy interesantes que se desarrollan en la investigación, por ejemplo, ¿cómo eran reclutados los mitayos? ¿Cómo viajaban a Potosí? ¿Qué hacían durante su semana de trabajo? ¿Qué hacían durante su semana de descanso? En fin.

Los mitayos eran reclutados desde distintos lugares que hoy pertenecen a Perú, como Chucuito, Azángaro, Lampa, Canas, Canches y Tinta; pero también de regiones hoy bolivianas, como Desaguadero, Paria, Chayanta, Cochabamba, Porco, Carangas, Pacajes, Sicasica, Umasuyos, Chichas… Las ceremonias de despedida del mitayo, que aún perduran, se remontan al siglo XVIII. Según señala Nicolás, luego de que los mitayos llegaban a Potosí, los capitanes, con la ayuda de asistentes (quipucamayoc), anotaban el número de ausentes y presentes en quipus, cuyo paradero se desconoce. Vincent también nos indica que entre los mitayos, aparte de aymaras, quechuas y uruquillas, estaban los uros de Paria. Cierta historiografía etnohistórica señala que los uros estaban exentos de ciertas obligaciones, pero tal parece que no estuvieron exentos de la mita.

El jueves era el día en el que se organizaban los qhatus; es decir, las ferias donde se vendían los “metales robados”. Hoy se llaman jukus a quienes realizan esta actividad, la cual era permitida en cierta manera entre los siglos XVI y XVIII. El domingo era otro día muy importante para los mitayos mineros. En esa jornada se dedicaban a emborracharse y a gastar el poco dinero que ganaban, como resultado de la frustración que les generaba el trabajo forzado.

Entre las parroquias fundadas para los indios se cita a Nuestra Señora de la Concepción de Pacajes de Urqusuyu, a San Cristóbal de los Qaraqaras, a San Pedro de Canas del Cusco, a Santa Bárbara Collas de Omasuyo, a San Lorenzo de Carangas, entre otras. La mayoría de estos pueblos eran aymaras y quechuas y, en menor medida, pukinas, aunque en varios de ellos se hablan de dos a tres idiomas nativos; además del español y del latín. Es decir que el Potosí de los siglos XVI y XVIII era sumamente multicultural. ¿En qué momento nos quedamos con la idea de que solo se habla quechua en Potosí?

Sobre la reconfiguración territorial de Potosí, sabemos que formaba parte del gran territorio de la nación Qaraqara; pero se reconfiguró con la colonización, porque los mitayos fueron dotados de terrenos alrededor del Cerro Rico. Además, algunas autoridades originarias compraron tierras para sus ayllus, y varios indios particulares compraron sus propias tierras. Un caso emblemático es la presencia de las tres machacas (Jesús, Santiago y San Andrés) que realizaron su mitanaje y se quedaron en Potosí, y hoy se dedican a actividades mineras y agropecuarias.