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Final de una fábrica de (des)ilusiones

El escándalo de los “cuadernos K”, que ha remecido a Argentina en las últimas semanas, además de ser un parangón del caso Lava Jato brasileño y de sus consecuencias para el empresariado argentino, impulsa el final de una mendaz fábrica de falsas ilusiones y grandes desilusiones: el “socialismo” del siglo 21.

Desde el maletín de Guido Antonini con los petrodólares bolivarianos enviados por el “Comandante eterno” para la campaña de Cristina Fernández de Kirchner; pasando por “la monja” José López (exsecretario de Obras Públicas argentino) y las bolsas millonarias que intentó ocultar en un convento, hasta las ahora destapadas “bolsas K” (sin duda una “moda kirchnerista”); y sin olvidar el presunto asesinato del fiscal Alberto Nisman con el fin de silenciar sus denuncias sobre la supuesta complicidad interesada del gobierno de Kirchner para evitar avances en “la conexión iraní” del atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires; el descrédito de la corrupción en el docenio de los gobiernos del matrimonio Kirchner, sin descartar sus fracasos económicos, su ausencia de transparencia y su alineamiento con el chavismo, llevaron al significativo fracaso del kirchnerismo en las elecciones de 2017, y a un aislamiento cada vez mayor de esta tendencia política dentro del conjunto de las corrientes peronistas.

Bajo las banderas de sociedades más justas, la lucha contra la corrupción y el empoderamiento de los desposeídos, el Foro de Sao Paulo fue el movimiento globalizador (aunque la palabra para algunos sea “pecaminosa”) más importante de América Latina desde 1990. Sus partidos llegaron a gobernar la mayoría de los países de la región: además de Cuba y Venezuela; se le sumaron en 1996 República Dominicana; Brasil en 2002; Uruguay y Panamá en 2004; Bolivia, Chile, Ecuador y Nicaragua en 2006; Paraguay en 2008; El Salvador en 2009 y Perú en 2011, además de otros Estados caribeños.

Aunque ni el Partido Justicialista ni el Frente para la Victoria fueron integrantes, el gobierno K estuvo muy vinculado al Foro de Sao Paulo. A partir de 2005, el foro abrazó como proyecto ideológico el denominado “socialismo del siglo 21”, un remake “postsocialismo real” de corrientes anteriores. Por lo que desde ese año y hasta 2015 gran parte de la región estuvo gobernada bajo esa ideología, o conminó muchas posiciones de los no involucrados (por ejemplo la de Chile durante el primer gobierno de Sebastián Piñera o la de México con Felipe Calderón). Los años del superciclo de los commodities vieron surgir organizaciones regionales fondeadas por los petrodólares de Chávez (Unasur, Celac, además del Alba-TCP como macroorganismo político latinoamericano), con el objetivo de aislar a Estados Unidos y a Canadá, y debilitar a la OEA hasta anularla.

Pero muchas banderas fueron trocándose en injusticia, corrupción, ineficiencia, populismo y demagogia; y hoy solo sobreviven gobiernos del foro en Cuba, Bolivia y El Salvador (en cuenta regresiva hasta 2019); República Dominicana y Uruguay (forismos light); y Venezuela y Nicaragua, cada vez más aislados internacionalmente por su represión y prorroguismo. A su vez, los organismos generados por el bolivarianismo languidecen (Celac) o han muerto definitivamente (Unasur, Banco del Sur). Los graves escándalos de corrupción (el Lava Jato en Brasil, las coimas de Odebrecht en gran parte de la región y ahora los “cuadernos K”), los pésimos e interesados manejos de las economías, y el bonapartismo de muchos de estos gobiernos han frustrado las esperanzas de grandes sectores latinoamericanos y los han llevado a descreer en la clase política. Solo me queda preguntar, como hice en otro artículo, “¿dónde está ahora la guita?”.