Saberes ancestrales, patrimonios ocultos
Los saberes tradicionales y ancestrales constituyen un recurso muy importante para la humanidad

Si combinamos nuestra gran biodiversidad y se aplican de manera integral nuestros saberes ancestrales, no sería descabellado pensar que podríamos aportar al mundo con curas a las principales enfermedades que aquejan a la humanidad, contribuir con soluciones para enfrentar al cambio climático, o simplemente sorprender con alimentos de alto valor nutricional. Para esto, nos falta mucho trabajo, aún hay un largo camino por recorrer, primero hacia la recuperación de nuestros saberes ancestrales, y luego hacia la identificación de las aplicaciones que puede aportar este patrimonio al desarrollo del país y sus regiones.
Siempre se ha dicho que los saberes tradicionales y ancestrales son un patrimonio para la humanidad, y constituyen un importante recurso. También se los vislumbra como una fuente de creatividad e innovación. Y su reconocimiento fomenta la inclusión social y la participación de las comunidades en la construcción del conocimiento, como se describe en la Declaración Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural (2001).
Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela reconocen los saberes ancestrales como componentes importantes para el desarrollo, y proponen valorar e incluir la diversidad cultural en este ámbito; a tiempo de resaltar la importancia de incorporar el patrimonio de conocimientos tradicionales y ancestrales. Sin embargo, los saberes ancestrales o locales son abordados de manera diferente en cada país.
El Estado Plurinacional de Bolivia incorpora esta visión en su Constitución Política, en el capítulo 4, donde establece que los saberes tradicionales deben ser valorados, respetados y promocionados. La Constitución habla de los idiomas, rituales, símbolos y vestimentas. Otras normas como la Ley 300 incluyen la tecnología y sus formas de interrelación con la Madre Tierra.
A su vez, los agricultores familiares y sus organizaciones han trabajado en la recuperación de los saberes ancestrales y su aplicación en la gestión de riesgos. Por ejemplo, el conocimiento sobre el comportamiento de algunos animales en señal de alerta de lluvias o de sequía ha sido sistematizado en diferentes regiones; y es sabido que las tecnologías andinas han permitido el desarrollo agrícola de muchas zonas.
Pero el potencial de este patrimonio aún está dormido, ya que en esencia la cosmovisión de los pueblos implica una estrecha relación con la naturaleza; y por sus ojos y prácticas pasan soluciones en salud, riesgos, alimentación, aplicaciones tecnológicas, recursos naturales y valores éticos que de integrarse a las políticas públicas podrían significar una gran posibilidad de desarrollo para el país.
El desafío que tenemos como sociedad es fomentar el trabajo de recuperación y la aplicación de estos conocimientos, para fortalecer nuestros valores identitarios como Estado. Desde la academia se debe identificar y aprovechar los recursos naturales en aplicaciones de salud, agricultura, y desarrollo gastronómico, entre otras áreas. También debemos impulsar la validación de tecnologías probadas para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático. De tener la voluntad como país de trabajar en ello, nuestras culturas podrían ser ese capital moral, espiritual y económico que brinde un horizonte civilizatorio distinto al que hasta ahora hemos transitado.