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Agosto y las torres ¿gemelas?

Agosto es el mes de la Pachamama, tiempo de cambio de estación y de siembra. Para la cosmovisión andina, es la época en la que desde el mundo oscuro de abajo, la Mank’a acha, salen la Warmi Supay y su pareja, el Chacha Supay, a desordenar el mundo de las personas, a promover la entropía creativa.

Para que nada extraordinario suceda, los bolivianos, incluidos los del oriente, quemamos una mesa ritual en agradecimiento a sus dones y para calmar el hambre de los seres que viven abajo: semillas, víboras, minerales, arañas y cuanto lagarto suba hasta la Aka Pacha, o el mundo donde vivimos y caminamos. Por eso, en este mes mucha gente no contrae matrimonio, no hace negocios y no asume responsabilidades ni compromisos importantes. Las fiestas a las vírgenes abundan y siempre, desde que tengo uso de razón, suceden cosas inusuales y alguna que otra tragedia o tragicomedia. El logos occidental no lo comprenderá jamás, porque nuestro imaginario es distinto.

En los últimos días, Bolivia fue motivo de escarnio en la prensa internacional, precisamente por una serie de sucesos que pueden servir como material para elaborar un guion y una película del absurdo y del nonsense. Así, a un miembro de las Fuerzas Armadas con antecedentes policiales le encargaron custodiar y trasladar la medalla que lucen los presidentes de Bolivia. Este se fue de juerga a una casa de citas y organizó un fiestón donde las guerreras del amor, ataviadas con la medalla, hicieron el papel de presidentes ¿Fellini? El resultado: un quiebre institucional entre la FFAA y Policía Nacional. Todavía sin digerir la comedia de la medalla, que ya debería estar en un museo, sucede otro acto para degustar el relajo moral: el happening artístico contemporáneo que organizó un diputado, desnudándose públicamente en un aeropuerto, presa de la euforia producida por un brebaje de alcohol y otras sustancias “incontroladas” que le ofrecieron en un local, donde es posible que haya dejado una medallita de la Virgen de Urkupiña como prenda.

Para rematar, el Presidente inauguró el 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas Originarios, la Casa Grande del Pueblo. Inmediatamente después las oposiciones hicieron llover sus críticas, de la misma manera como lo hicieron los opositores de izquierda cuando inauguraron el edificio del Banco Central de Bolivia, cuyo proyecto se presentó en plena dictadura (1973), y su puesta en servicio, en 1981. Tal vez la crítica más acertada y original fue la del exdiputado socialista Róger Cortez: “(…) el presidente Evo, después de 12 años de gobierno, está viviendo su regresión infantil. Sus adulones le impulsaron a construir su nuevo juguete, helicóptero incluido, para que se siga elevando sobre la realidad” (Canal 13).

Efectivamente el ingreso del nuevo Palacio de Gobierno parece, por su decoración, el vestíbulo de un jardín de infantes, con soldaditos listos para una hora cívica. A falta de narrativa revolucionaria y no folklórica, mandaron a copiar un mural de 1954 de Alandia Pantoja para el salón de reuniones del gabinete, queriendo emular a Paz Estenssoro. Acumulado el desorden y la improvisación, nos queda una fatiga moral, y nadie se sorprendería que un grupo de aventureros proclame candidata presidencial a Gabriela Zapata.

La Paz ahora tiene dos torres gemelas. Aunque con diferencias morfológicas, se parecen en varios aspectos. Por su origen: tanto Banzer como Evo destruyeron el patrimonio arquitectónico de la ciudad. Y simbólicamente: las dos representan la lucha de imaginarios de clase y cultura. Mientras el Banco Central tiene como divisa el medallón de Hermes, divinidad greco-romana símbolo del comercio y del talento industrioso, también protector de los ladrones, representa la etapa neoliberal; la Casa Grande del Pueblo, con ornamentación folklorizada de la iconografía de las naciones originarias, pretende simbolizar a los bolivianos que la República excluyó.

Todos los gobiernos, a su turno, fueron tocados por el prurito de la trascendencia judeocristiana, y por ello quieren perpetuar su paso por la historia. Así lo hicieron Pericles en Atenas, los emperadores romanos, los gobernantes incas, los déspotas africanos y árabes; Hitler llevó este afán hasta el desvarío con su proyecto de la ciudad de Linz. De palacios, torres y mansiones está lleno el mundo; estos no cambian a la sociedad, sino a los seres humanos que los habitan, así sea una choza.

Es artista y antropólogo.