Las señales de tránsito han sido concebidas para guiar y regular el tráfico vehicular y peatonal, a fin de que puedan llevarse a cabo de forma fluida, cómoda, segura y ordenada. Estas señales, elaboradas con signos y símbolos visuales sencillos y que suelen ser instaladas en espacios y lugares estratégicos, pueden clasificarse según la función que cumplen (preventivas, reglamentarias e informativas), o según su ubicación: en demarcaciones sobre el pavimento, colocadas en postes (verticales) o en forma transversal a la vía.

Tanto las leyes internacionales como las nacionales prohíben distorsionar las señales de tránsito. Por ejemplo, está proscrita la publicidad susceptible de distraer a los conductores o de perturbar la seguridad del tránsito. A pesar de ello, en la actualidad, gracias al desarrollo de las estrategias de marketing y publicidad, el contenido visual de los mensajes publicitarios resulta extremadamente atractivo y, por ende, produce un alto índice de distracción.

Diseño, color, movimiento, luz y tamaño capturan la atención de peatones y conductores por igual, lo que aumenta el riesgo de protagonizar hechos de tránsito. Curvas y cruces de rutas ocultas, e incluso árboles colocados en un paisaje mal planificado también aumentan este riesgo. A su vez, los carteles luminosos perjudican la distinción de las luces de los semáforos, particularmente durante la noche. Al observar todas estas características en el sistema de señalización de nuestra “ciudad maravilla”, constatamos la vulneración de las normas de tránsito descritas anteriormente.

En efecto, resulta deprimente observar propagandas luminosas de varias empresas instaladas alrededor de algunas señales verticales de tránsito, con una luz tan fuerte que no permiten observar el mensaje que transmiten estas recomendaciones. Y como el propósito propagandístico, altamente eficiente, es llamar la atención, no hay conductor que no los vea, distrayendo así su atención del tránsito vehicular y peatonal.

Una señal vertical debe ser vista tanto de día como de noche, y debe tener una superficie reflectiva capaz de devolver parte de la luz a su fuente de origen, de tal manera que al ser iluminarla con los faros del vehículo pueda ser apreciada con mayor claridad. Cosa que, sin embargo, no sucede en varios lugares de la ciudad, ya que la luz de la propaganda es mucho mayor a la reflejada por las señales de tránsito. Mientras el colocado de propagandas publicitarias prolifera inapropiadamente, resulta lamentable verificar la ausencia de señales de tránsito preventivas e informativas en varias vías de nuestra ciudad; lo que impide conocer el sentido de circulación o el nombre de las calles o avenidas.

La leyes de tránsito, de transporte y de autonomías, junto con otras normas complementarias, establecen que la señalización en vías urbanas es responsabilidad de las municipalidades. Y paradójicamente esta instancia también es la que autoriza el colocado de propagandas publicitarias, aspecto que resulta necesario analizar ante la creciente contaminación visual en las ciudades del país. El problema reside en que nuestro cerebro posee una determinada capacidad de absorción de datos, la que muchas veces se ve superada por la sobreestimulación. El sentido de la vista es el que mayor incidencia tiene en la percepción del entorno y es fundamental durante el proceso de conducción. Al producirse una especie de “estrés visual” por un cambio o el desequilibrio en el paisaje, las reacciones psicofísicas del hombre se ven alteradas. Por este motivo, la contaminación visual provocada por la inmensa cantidad de propagandas luminosas publicitarias constituye un verdadero atentado contra la seguridad vial.