Vaso medio lleno o medio vacío
Noticias como la que suscita este comentario deberían ser analizadas sin susceptibilidades o mala fe.
Bolivia ha aumentado sus reservas probadas de gas, lo cual le permitiría sostener por 14 años más el actual nivel de consumo y exportación de este carburante. Como es habitual, esta información ha generado percepciones políticas divergentes, que muestran una vez más nuestra dificultad para encarar un debate constructivo sobre los temas nodales del desarrollo.
La industria gasífera es uno de los pilares de la economía nacional, de allí que la cuantificación de los recursos con los que cuenta el país no es una cuestión menor. De ello depende no solo el destino del sector, sino también la estabilidad de mediano plazo de las cuentas fiscales y la disponibilidad de divisas. Por esa razón, el informe que cuantifica y certifica las reservas de gas es de mucha trascendencia. La empresa canadiense Sproule International Limited indica que el país contaría, al 31 de diciembre de 2017, con reservas probadas de 10,7 trillones de pies cúbicos (TCF) de gas y de 14,7 TCF si se suman las reservas probadas, probables y posibles.
Comparando con el valor cuantificado por la compañía GLJ Petroleum Consultants en 2013 (10,45 TCF de reservas probadas), se evidencia una compensación de las reservas consumidas en el último cuatrienio, e incluso se habría registrado un leve incremento en el volumen total. Si se mantienen los actuales niveles, esos recursos podrían cubrir 14 años de exportaciones y consumo interno de gas. Es un resultado positivo, considerando las inquietudes que se emitieron últimamente sobre un supuesto agotamiento de estos recursos energéticos.
Aunque el dato es bastante concluyente para descartar un escenario adverso, de todas maneras se ha desatado una polémica política acerca del dato. Mientras el oficialismo lo celebra como una señal de éxito de sus políticas; la oposición oscila entre la sospecha de que la información sería inexacta y, en el mejor de los casos, observa la disminución de las reservas probables y posibles (de 7,65 TCF en 2013 a 4 TCF en 2017), lo que indicaría debilidades en la exploración de nuevas zonas gasíferas.
Es lamentable que cuestiones esenciales para nuestro desarrollo terminen en debates maniqueos improductivos. Siempre habrá quienes vean el vaso más bien medio lleno y quienes lo percibirán medio vacío; de todas maneras no es sano que se nieguen logros que no son del Gobierno, sino del país, bajo el argumento de que no se le puede creer nada al oficialismo.
Tampoco hay que descartar las observaciones críticas sobre estos avances. Valorar el esfuerzo de YPFB y del Ministerio de Hidrocarburos para optimizar la explotación de las zonas tradicionales de producción, con buenos resultados, no implica no preocuparse por reforzar la exploración para encontrar nuevos campos. En resumen, noticias como la que suscita este comentario deberían ser analizadas sin susceptibilidades o mala fe, contribuyendo de paso al potenciamiento de una industria que beneficia a todos los bolivianos.