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Mao y las frituras

Muchos servicios públicos y privados son negocios que solo buscan lucro: la salud, la Justicia y la política. Esta última, que debía servir para mejorar la vida de la sociedad, se ha convertido en la manera más rápida de enriquecimiento sin el riesgo de purgar en la cárcel inmediatamente. Sea de derecha o izquierda, caen cuadrados ante la facilidad que otorga el poder para apoderarse de los dineros públicos. Bierce decía que la única “profesión” que no necesita personas con estudios es la política. Por eso, ante los escenarios preelectorales prosperan los grupos de aventureros que ven la oportunidad de escalar posiciones. De esos se llena el aparato estatal, y antes de dejarlo, casi sin excepción, culmina en un banco desfalcado.

No siempre fue así, los grandes cambios revolucionarios requerían de líderes con un cargamento conceptual potente, una ideología y un proyecto que sedujera a los heterogéneos grupos sociales. En los años treinta, por ejemplo, las disputas entre nacionalistas y comunistas chinos crearon un caos hasta 1937, fecha fatal que los obligó postergar sus enfrentamientos y frenar las incursiones militares del Japón. En estos escenarios turbulentos surgió el liderazgo de un profesor rural llamado Mao Tse-tung (1893-1976), cuya influencia en el mundo sacudiría muchos dogmas supuestamente inconmovibles.

Hijo de agricultores de Hunan, en 1913 ingresó a la Escuela Normal de Changsha para seguir la carrera de profesor, con un acervo de conocimientos sobre la situación de los campesinos chinos, provocada por la revolución de 1911, que produjo el derrocamiento de la dinastía Manchú. A pesar de desconocer los textos de Marx y Lenin, en su primera etapa de formación política, su concepción del socialismo provenía de fuentes que enfatizaban la importancia de la democracia popular y de las pequeñas comunidades que él conocía desde su niñez. En los años veinte, su activismo comunista lo llevó a enfrentarse con otros líderes que consideraban reproducir la experiencia revolucionaria rusa.

Mao hacía hincapié en el apoyo de las masas populares y la importancia del cambio cultural para alcanzar las transformaciones revolucionarias. Así, estableció un soviet rural en la provincia de Kiangsi, pero fue expulsado por las fuerzas nacionalistas en 1934. Allí empezó la acción militar y política conocida como La Gran Marcha, cuya motivación heroica fue encabezada por Mao, y luego de un costo humano muy alto, pudo conducir a su Ejército popular al triunfo, imbuido de un espíritu abierto y antidogmático entre 1941 y 1945 al que llamó “movimiento de rectificación”. Dos años más tarde era el líder más importante de China. Muchos sabemos lo que ocurrió después, cuando dijo “Solo los campesinos pueden hacer la revolución”.

En el país, su influencia dividió al Partido Comunista de Bolivia, prosoviético, generando la tendencia maoísta o china: el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Su brazo armado, la Unión de Campesinos Pobres (Ucapo), estaba encabezado por su secretario ejecutivo, conocido como Motete Medinaceli. Luego del fracaso de su grupo, devino en el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), que se convirtió en una empresa política dispuesta a pactar con todos, sin distinción ideológica.

No sorprende a los bolivianos que el gobierno actual se haya prestado una sigla (MAS) de la derecha falangista, y ahora el candidato del frente lo haga de una sigla de la izquierda. Es muy simple: en el escenario globalizado eso ya no importa, las ideologías no requieren etiqueta ni logotipo, estos tienen solo valor bursátil, no ideológico.

¿Carlos Mesa tiene su Teng Siao-Ping? Las preguntas que escuchamos giran en torno a su pasado y el temor al regreso de un “restaurador”: ¿Privatizará YPFB, el teleférico, BoA, Entel.? ¿Eliminará los bonos? ¿Subirá el dólar? ¿Le servirá la sigla a Mesa para borrar su pasado?

El oficialismo está en ascuas, el presidente Evo en su último discurso advirtió: “No permitiremos que la derecha se apropie de todo lo que hemos hecho”, como si los dineros públicos fueran de un partido. Y por el otro lado, en Santa Cruz, el Dr. Urenda, representante de la vieja guardia fascista, advierte que la nueva Ley del Servicio de Salud Pública tiene por propósito quitarles sus hospitales, como si los dineros del municipio y de la Gobernación fueran suyos. Estamos fritos.