El huevo de la serpiente
Estos hechos de intolerancia evidencian que se está incubando el huevo de la serpiente en nuestra sociedad.
Con su consabido talento, en la película El huevo de la serpiente, ambientada en Alemania, el director sueco Ingmar Bergmann profetiza la llegada del régimen nazi. Eran los años 20 y la sociedad germana estaba envuelta en un ambiente desolador, en el que germina un régimen de terror. Era un presagio atroz del arribo de Adolf Hitler al poder. Hago referencia a esta cinta a propósito de una cadena de acontecimientos sucedidos en los últimos tiempos que producen desasosiego.
En primer lugar, en Brasil Jair Messias Bolsonaro ha enarbolado las banderas más conservadoras y los antivalores más recalcitrantes: el odio a los homosexuales, la ira contra los negros, el rechazo furibundo contra la legalización del aborto, entre otros. O sea, un candidato despreciable. A tal punto que un amigo en un grupo de WhatsApp de una universidad confesional nos compartió, preocupado por este discurso extremadamente conservador, un artículo donde se atribuía a la expansión de las iglesias conservadoras como una variable para entender el triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta.
Obviamente no solamente en Brasil, sino en otros lugares como en Bolivia, por la vía de sus cultos y misas, las iglesias evangélicas y católicas se han transformado en palestras mediáticas que a nombre de la “familia” van urdiendo un discurso ultraconservador inclusive devenido en un fundamentalismo religioso; muchas de ellas con un efecto masificador gracias a sus medios de comunicación.
Bolsonaro significa el avance del populismo de la derecha conservadora en América Latina. Ese conservadurismo que se expandió en Europa y tiene en Donald Trump en Estados Unidos su máxima expresión. En este populismo, que se asienta en un discurso conservador en lo social, está el aditamento para el surgimiento de un líder mesiánico que promete la salvación. Casi como si fuera parte de la trama de la película de Bermann, ese líder (y aquí está lo preocupante) no surge del vacío, sino que se asienta en un terreno abonado por los valores más tradicionales, y no da cabida a la diferencia en cualquiera de sus aristas.
En Bolivia se reproduce este discurso con sus propios matices. La movilización de inicios de año contra el nuevo Código Penal que buscaba, entre otras cosas, frenar la legalización del aborto es una señal inequívoca del avance de las posturas conservadoras. Asimismo, en las movilizaciones ciudadanas en defensa del voto del 21 de febrero de 2016 han aparecido discursos estigmatizadores en contra de los indios (Pierre Bourdieu ya decía que en las movilizaciones de los agentes sociales se entrecruzan intereses o posturas de diverso cuño). A tal punto que Carlos Mesa, al anunciar su candidatura presidencial, con el afán de volcar electoralmente esta movilización del 21F, apeló a “ciudadanizar” y no “indianizar”; soslayando así la diversidad social boliviana.
Por último, este fin de semana un periodista fue víctima de violencia verbal y de amenazas con el argumento de que se había “vendido al Evo”. Se trata de un acto condenable desde todo punto de vista. Incluso esta violencia fue elogiada por algunos parlamentarios de la oposición en las redes sociales. En todo caso, estos hechos intolerantes nos demuestran que se está incubando el huevo de la serpiente en nuestra sociedad. O sea, caminamos hacia al carajo.
* Sociólogo.