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Fascismos

El ascenso político del movimiento encabezado por Jair Bolsonaro en Brasil constituye un acontecimiento político sin precedentes. Para comprenderlo en toda su complejidad es necesario superar categorías imprecisas y estereotipadas. El fascismo, entre otras. Hoy en día esa palabra se ha diseminado, se abusa de ella por sus obvias connotaciones emocionales, pero ha perdido pertinencia respecto al fenómeno original: el momento histórico que ocurrió en los años 30 del siglo pasado en Italia y Alemania. Por supuesto, no quiero borrar los virulentos elementos autoritarios que presenta ese movimiento, pero para comprenderlo (y combatirlo).

A propósito de esta singularidad, acabo de leer una entrevista a Lamia Oualalou, investigadora franco-marroquí (Página 12), quien introduce nuevas variables en la lectura de este fenómeno. Por una parte, destaca la enorme influencia del movimiento evangélico que literalmente se apoderó del Brasil y ocupó en muchos casos el lugar del Estado. Al parecer, se trata de una red con un considerable poder simbólico para diseminar categoremas sobre la sociedad, Dios y la política, por ejemplo, la “santidad” de Bolsonaro; pero este proceso también involucra un poder mediático (notable influencia en los medios de comunicación) y un poder económico pues los pastores de las iglesias evangélicas son los nuevos millonarios del Brasil.

Es decir, y esto me parece decisivo, las organizaciones evangélicas han sido una respuesta desde la sociedad a la ausencia del Estado, sobre todo en zonas periféricas de las grandes ciudades, pero también fueron una reacción conservadora a la defección política de la Iglesia Católica, dato importante si consideramos que Brasil fue el país donde se expandió la Teología de la Liberación.

Esas redes se convirtieron en un sustituto real de la comunidad y el Estado: arroparon a los pobres y les proporcionaron una certidumbre sobre el futuro. En algunos lugares, el templo se convirtió en el único espacio de sociabilización. “Lo único que existe es el templo evangélico: allí pueden cantar, hacerse de amigos, dejar a sus hijos”, dice Lamia.

Por otra parte, estas redes difundieron efectivamente una “teología de la prosperidad” que glorifica el consumo de bienes materiales y simbólicos. Paralelamente, esta narrativa se ha crispado y se ha vuelto violenta y oscura al acentuarse tropos racistas, homofóbicos, reaccionarios y misóginos. Pienso sobre todo en su fanático rechazo al aborto.  

Estos discursos, emitidos desde organizaciones poderosas, permiten entender por qué y cómo los personajes más oscuros, infames y anodinos recitantes han ocupado el centro del espacio político.

* Sociólogo