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El mar nos pertenece: que el mundo lo sepa

Qué situaciones tan disparatadas vivió el país en los últimos días. Del dolor a la esperanza, de la esperanza al dolor. Quizá lo de siempre, quizá lo constante. Pero más allá de nuestros suplicios y de nuestro mundo de vida plagado de contradicciones, un algo había hecho posible que el todo o gran parte de él se elevara en nombre de la esperanza, logrando incluso que el indiferente se abstrajera de su propia individualidad. Fue la posibilidad de que tras 140 años de una infausta agresión y una usurpación justificada a través de todo tipo de argucias, el agresor fuera puesto en evidencia y que en las generaciones venideras ese corpus que trae consigo la reproducción de nuestra historia que nos hace ver como objeto de constantes abusos, pasara a ser deconstruido. Pero la ironía nos mostró su rostro cruel, pues habiendo reclamado la reparación de una injusticia y aprestándonos a recibir una satisfacción, en el país nuestro aparato de justicia mostraba su más vergonzosa corrupción.

No obstante, más allá de que para algunos la demanda marítima haya consistido en una simple jugada política, demeritando un esfuerzo que no fueron capaces de realizar, la sentencia de la CIJ fue un golpe doloroso, porque particularmente desde la distancia se esperaba un estallido de júbilo social que encendiera la nostalgia y la añoranza, quizá como nunca. Pero no fue así, y desde una visión absolutamente particular, tal vez resulte pertinente reflexionar en torno a dos aspectos que hacen a nuestra bolivianidad y que bien podrían haber sido relacionados con la “estrategia” de la demanda marítima.

En primer lugar, por una historia que nos condena y que es reproducida por efecto de nuestros procesos de socialización, los bolivianos tendemos a victimizarnos y a causar lástima, según la visión que tienen de nosotros los otros que nos ven. Incluso ese cliché se reproduce en el conocido “lamento boliviano”. Aunque tenemos razones históricas de sobra para ser como somos, esa percepción deriva de una concepción de nuestra personalidad desprovista precisamente de historia; y aunque no es posible exigir una lectura comprensiva de nuestra personalidad, ni exigir la enseñanza de la historia de Bolivia en el mundo, en una sociedad de la información la difusión de nuestro diferendo marítimo habría permitido dar una razón de nuestros problemas como país. Si bien el grado de incidencia de esas acciones habría sido nulo, ante un asunto plenamente jurídico, la solidaridad habría sido importante, por su posibilidad incluso de ser global.

En segundo lugar, los cinco años que transcurrieron desde la presentación de la demanda marítima, representaron una valiosa oportunidad para el trabajo coordinado y organizado. Ello habría permitido contraatacar la intrascendencia del país en el panorama mundial, como su falta de gravitación en ese escenario. En cambio, la iniciativa del Gobierno pareció ser una tarea meramente personal, como ya lo han señalado muchos. Bastaba con ver al Presidente repartiendo el Libro del Mar y a las embajadas, actores esenciales en el panorama internacional, continuar fungiendo como casas de turistas sin nulo activismo político. La sola frase: Mar para Bolivia, parecía una solicitud más que la exigencia de algo que nos pertenece por derecho y que el mundo debe conocer.

* Es doctor en Sociología, docente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.