Violencia solapada
La violencia germina. Crece. Se reproduce y acaba echando raíces por doquier. La violencia se la justifica. Ésta se empodera de un sector que había aparentemente “superado” aquella derrota del ser humano, la de la sumisión al miedo, al ego. ¿Y no es que luego se había encaminado hacia un mundo mejor, dizque tolerable? No. Sus acciones develan lo contrario. Muestran que permanecemos ahí, en el limbo. Tan cerca del abismo que no vemos los escasos centímetros que nos separan de la catástrofe: del fango, de la brutalidad.
Un periodista es atacado en un restaurante. Libre de alimentarse donde se le pegue la regalada gana —como cualquiera de nosotros—, escoge un local en Cochabamba para cenar. Y ahí es violentado por un ser, un Macho, un Jefe de cuadrilla que, aprovechando el silencio del ofendido, arremete contra él. Lo doblega. Lo humilla.
Por supuesto aquello tenía que ser grabado. Filmado. Y realizado en “concomitancia” con la tropilla. No está solo, asiste al escenario arropado por esos otros que avalan el golpe, que lanzan sus propios improperios. Y el registro del pinche celular debe ser el comprobante de la hombría del que defenestra, del que embiste. Porque sin compañía y sin muestra de la acción pues para qué realizarla. No, lo importante es patentar el “testimonio” en el que aquél irrumpe pretendiendo hacerse el Valiente, el Justiciero.
Pero, hete aquí lo inexplicable. Ciertos “intelectuales” saliendo al paso para justificar el atentado. Y junto a ellos, algunos políticos y uno que otro periodista de vasta trayectoria. Porque la mayoría, a pesar de ciertas antipatías hacia el actual Gobierno, optaron por la reacción sensata y reprocharon tal acto de cobardía. Quienes se regocijaban y batían palmas tras observar aquella imagen se refirieron al hecho como un acto de libertad, que no hay nada más democrático que ejercer su derecho a la crítica. Que estaba “bien tirado” que se le haya puesto en su sitio al “vendido”, al “hijo de…”.
Porque la violencia se genera de ese modo, en eventos desafortunados, circunstancias personales. Y en presencia de una comparsa que la vitorea. Y la filma. Y se deleita haciéndola pública. La violencia crece lentamente como una planta de la que no nos percatamos hasta que se prende a las paredes de nuestra casa y la derrumba. La violencia es ese tumor que crece dentro nuestro con tanta delicadeza que, si no la sentimos, si no nos damos el trabajo de eliminarla a tiempo, termina con nuestro organismo, con nuestro ser. Y el gran desafío es ése: combatirla, provenga de donde provenga.