Bolivia y su derecho a existir
La historia de Bolivia es una sucesión de hechos funestos que nada tienen que ver con la suerte.
Abajo el tirano”, gritaba con la voz desencajada la poeta Teresa Solari Ormachea, mientras levantaba emocionada hasta las lágrimas la insignia de la patria. De la plaza Franz Tamayo partió la marcha comandada por maestros y estudiantes universitarios, que azuzados por los medios de comunicación pedían colgar del pescuezo al dictador. Varios regimientos se habían dado vuelta, por lo que la movilización era dueña absoluta de la ciudad. Era el 21 de julio de 1946, con el cuerpo ensartado a un gancho de carnicería moría el tirano que había querido dar “los mismos derechos al blanco y al indio, a la esposa y a la amante”.
La historia de Bolivia es una sucesión de hechos funestos, que nada tienen que ver con la buena o mala suerte, sino con el carácter de una estirpe obsesionada con el sofá, que justifica su fracaso en la composición social del país, mientras construye un Estado pedigüeño.
El 23 de marzo de 1979, en el Cine Esmeralda de la ciudad de La Paz, se fundó un partido de conocida vocación fascista: Acción Democrática Nacionalista (ADN), comandado por el general Hugo Banzer Suárez, quien unos años antes restituyó la pena de muerte, llenando las morgues de fusilados. Aquel mínimo detalle no impidió que la Corte Nacional Electoral (CNE) habilite al general a participar de futuras elecciones libres y democráticas. Ninguna radio, ningún periódico se refirió jamás al asunto.
El artículo 137 de la anterior Constitución Política del Estado (CPE) señalaba que “Los bienes del patrimonio de la Nación constituyen propiedad pública inviolable”, pero los padres de la patria neoliberal jamás creyeron en las constituciones.
Desde el inicio del primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, don Édgar Oblitas, presidente de la Corte Suprema, había expresado que “la capitalización es inconstitucional. No le pueden arrebatar al pueblo su legítima propiedad”, decía. Mientras tanto, un intrascendente debate periodístico entre el sacerdote Eduardo Pérez y Carlos Palenque desvía la atención de lo que está por venir: una conjura orquestada por la CIA y el MNR destituye al magistrado. Por lo que el 21 de marzo de 1994, los entusiastas militantes del libre mercado levantan las dos manos para aprobar la Ley de Capitalización 1544.
“El plan de todos” se llamaba la propuesta económica de Sánchez de Lozada, que prometía crear 500.000 empleos y luchar contra la corrupción, pero neoliberalismo y corrupción son las dos caras de la misma moneda.
“El Estado es un mal administrador” dijeron, “son empresas deficitarias”, dijeron; luego vendieron las empresas del Estado y se las compraron ellos mismos.
El 20 de enero de 1839, al enterarse de la derrota del Ejército boliviano en la Batalla de Yungay, el presidente de Bolivia, José Miguel de Velasco, envió una carta de felicitación al Ejército chileno por haber vencido al Ejército boliviano.
El 1 de octubre de 2018, un grupo de jóvenes acribilló la ciudad a petardos, serpentinas y cohetillos, destaparon varias botellas de champán, abrieron botellas de cerveza y brindaron por una nueva derrota del país. Así sucedió una y otra vez, una y otra vez en nuestra azarosa vida republicana.
Durante 200 años, los gobernantes de Bolivia aprendieron a no ponerse colorados, cuando tienen que pasar el sombrero, sino todo lo contrario.
Convirtieron la corrupción en cultura y se mofaron toda vez que el río se llevaba a los niños, a las vacas y a los árboles.