Voces

Saturday 1 Jun 2024 | Actualizado a 14:58 PM

Incivilidad y democracia

No es la primera vez que las tensiones políticas rebalsan a la vida cotidiana.

/ 22 de octubre de 2018 / 04:36

Disentir, criticar al poder y pensar lo que uno considere conveniente son derechos consustanciales de la democracia. Pero, para que ésta funcione adecuadamente se necesita también que los ciudadanos se comporten con la suficiente tolerancia y con un respeto mínimo con todo aquel que piense diferente.  

Sin ser alarmista, pues no es la primera vez que las tensiones políticas rebalsan a la vida cotidiana, se están produciendo situaciones reprochables en las que algunas personas recurren al insulto, al amedrentamiento para, dizque, manifestar su rechazo a sus supuestos contradictores políticos.

Eventos que luego son recogidos por las redes sociales para regocijo de miles de seres que desde la soledad de sus dispositivos móviles no tienen más oficio que dejarse llevar por el morbo de la odiosidad política. Lo más triste es que en vez de que esto genere algo de vergüenza, terminan incluso reivindicados, maquillados por principios o por objetivos, por supuesto, nobles.

Justificar cualquier incivilidad o grosería por el derecho que los ciudadanos tienen a disentir y manifestar sus puntos de vistas divergentes o convergentes con los poderes políticos o económicos de turno, es un recurso fácil y hasta hipócrita si solo se aplica cuando el afectado no es afín a las ideas de uno.

El rechazo a estos comportamientos no tiene nada que ver con limitar algún derecho. Hasta la opinión más horrible, desde cierto punto de vista, debe poder emitirse y debatirse libremente. Las únicas limitaciones son las que establecen las propias leyes. De hecho, lo mejor sería que estas regulaciones sean permisivas, aun a costa de tolerar comportamientos o pensamientos que puedan parecernos incluso peligrosos.

Pero, como dice un viejo adagio, lo cortés no quita lo valiente, es decir, el buen funcionamiento de la democracia está también basado en ciertas formas particulares de interacción y de diálogo entre sus ciudadanos. Aunque no sean deberes formales, hay necesidad de tolerancia, respetos mínimos, sobre todo con los que piensan o son diferentes a uno mismo, y un convencimiento de que tenemos que coexistir con el otro.

Son virtudes o modales, no legalmente exigibles pero fundamentales para que el sistema funcione. No cancelan las contradicciones, les dan un marco para que se resuelvan sin violencia y para que no sean destructivas.

Reclamar su vigencia no es solamente una reivindicación ética, que algunos la podrían calificar como ingenua, sino una necesidad práctica urgente en un momento en el que el país y sus líderes deberán gestionar una sociedad socialmente más diversa, económicamente compleja y políticamente plural. La verdadera ingenuidad es creer que se podrá evitar el diálogo con el contrario al día siguiente del fin del largo ciclo electoral que se iniciará con las primarias.

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Los programadores del odio

/ 1 de junio de 2024 / 03:55

Admiración, pasmo, extrañeza, estupor, perplejidad, estupefacción, sorpresa, maravilla, fascinación, deslumbramiento, embobamiento, embeleso, arrobamiento, conmoción, susto, espanto, sobrecogimiento. Todo eso es lo que provoca la capacidad humana para el asombro, la necesidad casi instintiva de incorporar experiencias para sentir que estamos vivos y que nuestros haceres cotidianos avanzan cargados de sentido existencial. Y todo eso es lo que precisamente se encuentra en entredicho en esta nueva época en la que el odio y la indiferencia, el desprecio y el ninguneo se ejercen de manera especializada. La fórmula consiste en dejar de asombrarse por todo y por nada, dejar de lamentarse por asuntos que con una buena estrategia marketera y política pueden terminar naturalizándose. Que sufran los que mueren con las bombas, las torturas, el hambre, la devastación de la naturaleza, los demás a tomar las cosas con la liviandad con la que una adolescente curvilínea mueve las caderas haciendo un TikTok de 30 segundos. Manipulación pura. Adormecimiento perfecto. Nos fuimos a la mierda… pero bailando.

Benjamín Netanyahu es el Hitler del siglo XXI. Un genocida del que no se admiten matices. Continúa propiciando una matanza sistemática de palestinos que va mucho más allá de quienes militan o empuñan metralletas en Hamás. Se trata de niños, mujeres y ancianos que han muerto como moscas abatidos por el poder militar israelí en la Franja de Gaza y alrededores. Dice muy suelto de cuerpo que en Rafah se equivocaron, que algo salió mal, que no estaba planificado arremeter en dicha zona, o sea, qué pena, ni modo, un error más no tiene por qué complicarle la vida al sionismo recalcitrante o al propio primer ministro judío que a lo único que apunta es a retener el poder en las próximas elecciones de su país, aunque los datos de la realidad le digan que debería marcharse y cuanto antes. No lo hará, el poder es un narcótico que produce dependencia al que solo la muerte puede ponerle fin.

Netanyahu es la máxima expresión del odio como peor expresión de la condición humana, pero no es el único. Algunos colaboradores de Javier Milei en el gobierno argentino decidieron esconder alimentos que tenían destino de comedores populares, esos con los que sus habituales comensales lograban no morir de hambre gracias a los programas sociales. Mientras tanto, como algún periodista apuntó, el país no tiene presidente, se gobierna con piloto automático, mientras el libertario que lleva el look del libertador José de San Martín, un estilo retro republicanista que tiene confundido a más de uno, viaja, viaja y cuando aterriza en España no tiene mejor idea que tachar de corrupta a la esposa del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Repite lo que sus ultrafachos amigos de Vox van diciendo, al nuevo estilo con que se han impuesto las redes sociodigitales: noticias falsas, acusaciones sin pruebas, agravios como mecanismo de activación de la mentira que significa una nueva forma de hacer política: el miente, miente que algo queda de Goebbels con los zurdos de mierda, colectivistas, que ha llevado a la humanidad a su estadio más oprobioso. No es casual, Milei respeta, admira y ha visitado a Netanyahu a las pocas semanas de haber demostrado que en lugar de viajar al psiquiátrico, se le puede decir al chofer que cambie de dirección y vaya para la Casa Rosada.

Jair Bolsonaro demostró (2019 y 2022) en Brasil que en el país de la felicidad futbolera, de la necesidad interior de sambar en carnaval, en ese subcontinente, en el de la incomparable bossa nova de Caetano Veloso, Vinicius de Moraes y toda esa banda de fabulosos músicos, en ese país también se puede instalar el odio con la pesada maquinaria de unas iglesias evangélicas fundamentalistas, unas Fuerzas Armadas a las que había que actualizar en anticomunismo y unos vigilantes de la moral, la justicia y las buenas costumbres asesinando a activistas lesbianas como Mariel Franco con cuatro disparos en la cabeza (2018).

El último truhan se llama Donald (como el pato de Disney) Trump y amenaza con volver a ser presidente de Estados Unidos, a cuatro años de perder una elección a la que tachó de fraudulenta (otro mecanismo de masaje manipulatorio masivo) cuando Joe Biden recuperaba la Casa Blanca para los Demócratas y a los Republicanos no les pareció mal que se asaltara el Capitolio en plan golpe de Estado. Entonces, los Estados Unidos de la perfecta democracia occidental, se convirtieron en una patética película documental sobre república bananera o africana según lo dicta Hollywood. 

Netanyahu. Milei. Bolsonaro. Trump. Todos ellos han demostrado que las combinaciones en política y economía pueden romper con cierta ortodoxia para combatir a árabes terroristas, zurdos de distintas tonalidades, pero todos de mierda, y cómo no, a la “mariconería” como recién ha dicho el jesuita papa Francisco. Quienes quieran trabajar y militar en el odio, están en condiciones de aspirar a una tranquilizante estabilidad laboral en esta sociedad del cansancio de la que nos habla Byung- Chul Han.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Crisis eran las de antes

/ 1 de junio de 2024 / 03:52

Es difícil entender serenamente la actual coyuntura en medio de tanto ruido, histeria real e impostada, y oportunismos que usan discursos hiperbólicos para ajustar cuentas o pescar en río revuelto. Oficialistas y opositores están sobreestimando la capacidad performativa de sus palabras, de ahí la montaña de expresiones estridentes que nos acosan pero que se estrellan con problemas reales que no se resuelven con palabras y una opinión hastiada y descreída.

Las estrategias políticas de los actores políticos, basadas en discursos apocalípticos y agresivos, son obvias. Las oposiciones, en todas sus versiones, buscan instalar la idea de derrumbe de la economía, mientras que el oficialismo retruca victimizándose, denunciando la impostura de esas aseveraciones y sus trasfondos complotistas.

Ese ejercicio tiene límites, son capaces de estresarnos, pero, al final, están implosionando la credibilidad no solo del adversario sino del conjunto de la dirigencia. Es decir, cumplen su propósito de desprestigiar al oponente, pero se destruyen también a sí mismas. Nadie está ganando, el vacío se instala. Mientras, las mayorías sobreviven, apagan la tele, relativizan el TikTok, su venganza será en las urnas.

El Gobierno es el que debería preocuparse más porque su futuro depende de los resultados de su gestión, ahora y no mañana. El resto de actores puede seguir jugando con el malestar. Lamentablemente, las autoridades insisten en una lectura equivocada de la coyuntura y en una estrategia que no tiene posibilidades de funcionar, digan lo que digan.

Desde hace un año y medio se entramparon en un callejón sin salida subestimando los problemas económicos y persisten en el equívoco. Lo peor es que una vez que has negado algo, cada día es más difícil volver a una lectura realista de la cuestión. Cuando la confianza y la credibilidad se dañan, es muy difícil recuperarlas. La gente no es burra, ve las filas, escucha que el dólar se consigue a Bs 9 o ve los afanes de su compadre para comprar para su tienda o mandar plata a su hijo en el extranjero.

El punto de partida era reconocer que la economía tiene problemas y que hay desajustes que deben manejarse, ofrecer salidas y pedir sacrificios, pero protegiendo. Aún más, porque las soluciones son de mediano plazo y precisan una articulación compleja de políticas y una gobernabilidad que no son fáciles. Ergo, desde inicios de este año, la misa casi ya está cantada, parecería que el mejor destino del Gobierno es llegar en las condiciones menos traumáticas posibles a la elección y ver qué pasa después.

Eso no quiere decir necesariamente que estemos al borde de un colapso, como los opositores se relamen con éxtasis perverso. Los desequilibrios se están volviendo crónicos, sus efectos avanzan a ritmo lento, descomponiendo la estabilidad, pero muy matizados por una sociedad que se está adaptando con sus propios medios y una estructura económica bastante resiliente pero que está mutando a su versión más informalizada y desordenada.

Por eso, las encuestas muestran un panorama extraño: un tercio de bolivianos sufre con intensidad los problemas y está muy molesta, una pequeña fracción los ve lejanos gracias a la relativa estabilidad de precios internos, y una gran mitad los siente, pero sin dramatismo. Eso sí, la gran mayoría ha perdido la esperanza y descree del Gobierno y de la mayoría de la dirigencia.

En semejante escenario, evitar el contagio en la última trinchera que son los precios es vital. Pero, de igual modo, controlar las expectativas sigue siendo críticas porque sin un mínimo de tranquilidad en la política ninguna salida estructural, poco probable, o incluso paliativa tiene posibilidades de éxito.

Polarizar, mostrar hasta la saciedad que todo es incordio, azuza el temor, alienta las expectativas devaluatorias, mantiene la presión sobre los bancos, detiene las inversiones. En suma, nos sugiere más inflación y desaceleración en el horizonte, aunque haya factores reales que pueden impedir ese escenario. La especulación es, al final, el producto natural de una política descontrolada y un discurso que al dramatizar y confrontar solo se autosabotea.

En resumen, si no hay receta milagrosa de corto plazo, hay que ganar tiempo y la única manera para lograrlo pasa por algún tipo de arreglo político, al interior del oficialismo, que contribuya a serenar el clima social. Si no se hace eso, me temo que el camino a 2025 será aún más tortuoso, una suerte de larga agonía. En el año electoral, quizás la demanda no sea tanto por nuevas políticas económicas, sino por autoridad estatal.

Armando Ortuño es investigador social.

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Elecciones de ayer, hoy y mañana

Experiencias que, a la larga, terminan volteando el verdadero castigo hacia las y los votantes mismos

Verónica Rocha Fuentes

/ 31 de mayo de 2024 / 11:59

El día de mañana arranca el mes de junio, lo que nos permite ubicarnos con un año de distancia de la promulgación de la “Ley transitoria para garantizar el proceso de preselección de candidatas y candidatos (para Elecciones Judiciales)”, que buscaba entonces destrabar por segunda vez este proceso cuya realización está aún pendiente. Para fines de este espacio denominaremos este proceso como las elecciones del ayer, toda vez que las mismas debían concluirse, con la materialización de sus resultados, al inicio de este año y a esta altura, debieran idealmente ser parte ya de nuestro pasado colectivo.

Consulte: Sentidos en disputa

Con elecciones de hoy, la referencia es para las Elecciones Primarias que debieran convocarse (es decir iniciarse como proceso electoral) en esta segunda mitad de 2024 que pronto se avecina. De ellas sabemos, hasta la fecha, que se encuentran en el centro de la pugna interna que atraviesa el MAS-IPSP, partido nacional que se encuentra en el centro de la política, y que se está librando en medio de una batalla de medidas judiciales y amenazas que cada día le aumentan la presión al torniquete que sostiene la institucionalidad electoral del país.   

Y, entonces, usted ya sabrá que con las elecciones de mañana se hace referencia a las Elecciones Generales 2025, que debieran ser secundadas por las Subnacionales en 2026. Y que, al día de hoy y con la normativa vigente, como primer paso deben sortear un proceso de Primarias. La hipótesis que lleva a aseverar que estamos ante una caótica acumulación (que cada vez se hace más visible) de trabas, presiones y zancadillas que tienen el foco puesto en los procesos electorales de ayer, hoy y mañana, no es nueva, pero sí debiera ser una convocatoria a nuestra mayor preocupación. Pues no hay energía ni atención colectiva que aguante tanto desgaste. ¿Hasta dónde va a ser posible horadar la piedra de la institucionalidad democrática, ya bastante venida a menos?

Un elemento paradójico, pero a la vez principal de esta problemática, es que los actores que tienen en sus manos la posibilidad, pero sobre todo responsabilidad de reducir los decibeles del intercambio y retornarlo a los cauces más propios (y menos estridentes) de la política, son precisamente quienes se encuentran en el centro de la disputa. Y es ahí donde radica el pesimismo con el que se hipotetiza sobre el futuro de este fenómeno que atravesamos. 

Una primera grave consecuencia de este escenario ya la estamos viviendo ante la incertidumbre de que algunos de los procesos electorales se mantengan en vilo o, el día de mañana, directamente no se realicen y asociemos ello a este nuevo panorama de “normalidad política” en el que estamos ya bastante sumergidos. Pero una segunda consecuencia, que también de alguna manera es fácil avizorar porque empieza a manifestarse en la superficie de la práctica política, es precisa y paradójicamente la de vaciar a la política de Política.

Y es que pensar en la posibilidad de que arribemos al momento de las Elecciones Nacionales, absolutamente zarandeados y desintegrados por este agotador preludio, presentaría la dificultad de que el mismo llegue a realizarse al calor de los más bajos mínimos políticos que hayamos vivido anteriormente y que vivamos las consecuencias del voto “que se vayan todos”. Pues ello, nos llevaría a una nueva gestión de “gobiernos-castigo” (nacional y su correlato, subnacional), cuya peor cara sería la incapacidad de hacer política, la falta de experiencia en la cosa pública y la imposibilidad de gobernabilidad. Experiencias que, a la larga, terminan volteando el verdadero castigo hacia las y los votantes mismos. 

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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Plazas del Bicentenario

Carlos Villagómez

/ 31 de mayo de 2024 / 11:56

En 2025, los gobiernos central y municipales entregarán en cada capital departamental Plazas del Bicentenario en conmemoración a tan significativa fecha. Son, sin duda, proyectos simbólicos de suma importancia para rememorar nuestros 200 años de historia, tanto republicana como plurinacional, que serán expresados en espacios públicos de gran valor ciudadano.

Lea: Bloqueos urbanos

Comencemos formulando conceptos importantes. Primero: los espacios públicos son vitales para el desarrollo de la vida comunitaria en las ciudades. Estos espacios, como parques, plazas, calles y aceras, permiten que las personas se reúnan, interactúen y participen en actividades sociales, culturales y recreativas. Segundo, y muy importante por las tensiones políticas: los espacios públicos fomentan la interacción social y la cohesión comunitaria, facilitan el encuentro y el diálogo para construir una sociedad más inclusiva y democrática. Tercero: la convivencia en estos espacios genera un sentido de pertenencia y de identidad colectiva entre los habitantes. Cuarto: los espacios públicos son catalizadores del desarrollo económico y social de una ciudad; bien diseñados y gestionados impulsan la actividad comercial y la generación de empleo en las áreas aledañas.

El gobierno municipal ha presentado un esquema de ubicación y de diseño para nuestra Plaza del Bicentenario. Decidió intervenir en una plaza ya existente y consolidada: la plaza Bolivia, cuyas dimensiones no contribuyen a la magnitud simbólica requerida. Para ampliar el área, el municipio diseñó un viaducto (léase un túnel por debajo) en la avenida Arce. Imploro de rodillas que no hagan semejante desatino urbano que no tiene un sustento válido, ni responde a un plan contemporáneo ni sistémico de vialidad urbana. La única vía troncal de nuestra ciudad, colapsada por marchas y bloqueos, será cerrada por dos largos años de obras sempiternas.

Como recién empezaron las consultorías de diseño, es sensato encontrar otro sitio para un proyecto acorde a la magnitud simbólica de una Plaza del Bicentenario para La Paz.  Mejor si es un área fuera del centro urbano, que desahogue el tráfico vehicular, que dinamice otros barrios, y represente por diseño y localización la historia social, política y urbana de una ciudad que se ha sacrificado por Bolivia entera durante un largo siglo de tensiones y muertes entre hermanos y hermanas.

No den por cerrada esta decisión municipal. Recuerden que a espaldas de la ciudadanía un gobierno central se equivocó y construyó dos armatostes en la plaza Murillo aspirando simbolizar un proceso revolucionario; solo edificaron símbolos anacrónicos de la concentración urbana capitalista.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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El reconocimiento del Estado de Palestina

/ 30 de mayo de 2024 / 00:35

El pueblo palestino tiene derecho a la esperanza y el pueblo israelí tiene derecho a la seguridad. Ese es el camino hacia la paz. Ese es el camino para poner fin a la violencia permanente y al dolor sin fin entre pueblos llamados a vivir juntos. Además, como hemos podido comprobar desde los acontecimientos del 7 de octubre y los que siguieron, el riesgo de escalada regional es más real que nunca, con consecuencias geopolíticas, económicas y humanitarias imprevisibles.

Para asegurar la paz, España aboga por la solución de los dos Estados. Hacer irreversible esa solución es hacer irreversible la paz en la región y hay una forma de conseguirlo: reconocer a Palestina como Estado y como miembro de las Naciones Unidas.

(…) Este es el momento de hacerlo y España lo hará el 28 de mayo. Que la solución que todos reconocemos —un Estado palestino conviviendo junto al Estado de Israel, en paz y seguridad— se convierta en un hecho.  Que por fin la paz entre israelíes y palestinos se haga realidad.

El establecimiento del Estado palestino junto al Estado de Israel es, sin duda, una cuestión de justicia, pero también la única opción para la paz. El Estado palestino debe ser viable, unificando Gaza y Cisjordania bajo la misma Autoridad Palestina, con un corredor entre ambas y con salida al mar, y su capital en Jerusalén Este.

(…) El presidente Sánchez y yo hemos visitado la región en varias ocasiones desde el 7 de octubre. También hemos mantenido numerosas conversaciones con diversos socios regionales y hemos instado a evitar una escalada regional. España ha sido pionera en pedir un alto el fuego inmediato, la liberación de los rehenes y el suministro de ayuda humanitaria a los civiles que la necesitan. Por ello, hemos decidido reconocer al Estado palestino, porque es mucho lo que está en juego: paz, justicia, pero, sobre todo, esperanza y futuro. España va a reconocer al Estado palestino porque el pueblo palestino no puede estar condenado a ser un pueblo de refugiados, porque es la vía a la paz en Oriente Medio, porque es bueno para la seguridad de Israel.

(…) El Parlamento español instó al Gobierno a reconocer el Estado de Palestina el 18 de noviembre de 2014. Nuestra decisión también está profundamente arraigada en el seno de la sociedad española. El reconocimiento ha sido anunciado en varias ocasiones y es un compromiso irreversible de nuestro Gobierno. Además, España ha propuesto la celebración de una Conferencia Internacional de Paz en el más breve plazo, cuyo objetivo es avanzar hacia la materialización de esta solución. La Unión Europea ha hecho suya nuestra propuesta, y también lo han hecho la Liga de Estados Árabes y la Organización de Cooperación Islámica. En total, más de 80 países.

Y la mejor forma de proteger y de garantizar que se va a aplicar esta solución de dos Estados es admitir también al Estado de Palestina como miembro pleno de la Organización de las Naciones Unidas. Esto implica su reconocimiento por parte de todos, como lo han hecho ya la inmensa mayoría de sus miembros, y como lo va a hacer España.

(…) Cientos de miles de personas —familias enteras, niños— están, en estos momentos, privadas de alimento, de agua, de medicinas, de alojamiento ¿Cuánto más deben esperar?

Hay más de 100 rehenes en manos de Hamás. ¿Cuántos más días deben esperar ellos y sus familias para volver a casa? Desde aquel horrible 7 de octubre, la violencia se ha llevado la vida de 1.200 israelíes, de más de 35.000 palestinos. ¿Cuántas más vidas inocentes deben malograrse?

El pueblo palestino debe tener un Estado propio, y también el lugar y la existencia de Israel debe ser reconocido por todos aquellos que aún no lo han hecho. Es de justicia para Palestina, es la mejor garantía de seguridad para Israel, y es la primera y fundamental condición para un futuro de paz y prosperidad en la región. Y eso —paz, justicia, esperanza y futuro— son los valores que la comunidad internacional debe apoyar y defender. Son también los que guían el compromiso de España y lo que defendemos para Palestina: por la paz, por la justicia y por pura dignidad humana.

José Manuel Albares Bueno es ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Reino de España.

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