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Chaco o quemarse vivo otra vez

No hay rojo más rojo que la sangre ni negro más negro que la noche en una trinchera. Cecilio Guzmán de Rojas ha descubierto los colores más tristes en el Chaco Boreal, donde combatió durante siete meses. Un año después, en invierno de 1935, amanecer del fin de la “guerra estúpida”, inaugura su nueva exposición en la galería Gutiérrez de la calle Florida al 970 de Buenos Aires. De pie frente a sus telas, sabe que no hay cuadro alguno que pueda compararse al silencio que antecede a la muerte en un nido de ametralladoras.

Guzmán de Rojas pinta la guerra con rabia y asco: decenas de acuarelas, dibujos y pequeños óleos en cartones y papeles por los dos lados. Veintisiete cuadros del potosino —uno de los mayores artistas de la historia de Bolivia— retratan cuerpos mutilados en el fango de las trincheras y enseñan los rostros de la muerte. “Trajo el horror del Chaco a la Argentina como diciéndole a todos: mirad como es la guerra, odiadla”, reseña el diario porteño La Prensa. Influenciado por la serie del maestro Francisco de Goya, nuestro Cecilio pinta los desastres de su guerra, de Platanillos a Conchitas, de Cañada Tarija a Tres Pozos, de Nanawa al último fortín.

El “brujo de Llojeta” se incorpora al ejército boliviano en 1934, agregado al Comando Superior, destino Fortín Ballivián. Una tarde se presenta ante el general Enrique Peñaranda para rogarle que lo destinen a los puestos más avanzados, a los “velos” como se llamaban en jerga militar las primeras líneas del frente. De este modo marcha hacia Cañada Strongest, el lugar de mayor intensidad en las operaciones militares aquel año. Con el espanto en carne propia, el gran pintor indigenista, educado artísticamente en Francia y España, refleja su particular historia gráfica. Protagoniza la batalla más gloriosa teñida de oro y negro y convive junto a soldados heridos y moribundos con las que habla en aymara y quechua. Celebra los avances, sufre en los retrocesos y retorna enfermo de la campaña. Don Cecilio no podrá nunca substraerse de aquel aire envenenado del Chaco, del paludismo, de los mosquitos odiosos, de la sed y el hambre, del dolor en las caraguatas en medio del bosque.

El Chaco, dice Guzmán de Rojas a la revista Noticias Gráficas, “tiene una vegetación enfermiza, los árboles no son verdes ni proyectan sombras. La vegetación, que en lo normal emana vida, oxígeno y belleza, en el Chaco parece que envenenara la atmosfera. Pero pictóricamente hablando, el Chaco es interesantísimo, sus matices son a base de violeta y de una luz blanquecina. Mas el paisaje chaqueño que yo he sentido es aquel en que la guerra se ha enseñorado trágicamente. Quién sabe si en otra época de paz hubiese podido contemplar otro paisaje, distinto. No importa el arte por sí mismo, importa esta prédica, a través de mis cuadros, contra la guerra, contra ésta y contra todas”.

De aquellos cuadros de Cecilio —Más carne de frente, Gloria y vacío, Camino infinito, Héroes sin gloria, Estertores y metralla, “Las moscas, Garganta de la guerra, entre otros— el que más impresiona es El rezagado, también conocido como El patrullero perdido. Es un soldado a quien sus compañeros encontraron sentado en un tronco. Sin hablar, sin gritar, sin llorar. Hacía 42 días que estaba perdido. Ya no tenía palabras, ya no tenía gritos, ya no tenía lágrimas. Era un espectro humano, un esqueleto —recubierto de paquetes de músculos— que aún vivía. El “patrullero perdido” fue llevado al “hospital de sangre” en Orqueta; de él nada más se supo. Seguía siendo una momia sin vida y solo podía estar sentado, esperando, como estamos todos, esperando.

El 14 de julio de 1950, Cecilio Guzmán de Rojas se pegó un tiro. Tres días después fue hallado sin vida en su particular escondite paceño, vestía “paletot” café a rayas y sombrero azul oscuro; había vivido medio siglo. Escogió esa “comarca de magos y brujos, de adivinos y suicidas” (Saenz dixit) para partir; esa Llojeta que pintó tantas veces con los mismos colores tristes que descubrió en las trincheras. Era acordarse de Cañada Strongest y quemarse vivo otra vez. Se fue con un tiro y tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la de la guerra.

* Periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.