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Litio: Camarón que se duerme…

Vivimos una revolución tecnológica que sobrepasa la capacidad de seguimiento de los cambios que a diario se observan en el desarrollo de proyectos y alternativas de transición energética que busca eliminar la huella de carbono en la generación y el uso de energías alternativas limpias (solar, eólica, hídrica, etc.), para lo cual un aspecto vital es aumentar la capacidad de almacenamiento de energía en baterías y gadgets que se utilizan en su distribución a nivel de poblados pequeños, aldeas remotas y particularmente con miras a soportar el cambio de energía de vehículos de todo tipo de su arcaica matriz de combustibles fósiles a una matriz alternativa eléctrica y/o híbrida cada vez más eficiente y más competitiva en cuanto a costos de generación, almacenamiento y distribución. Por estos lados soñamos con cristalizar nuestro proyecto de sales de litio en el Salar de Uyuni, dícese la reserva mayor de estas sales en el planeta Tierra.

El litio todavía se considera la vedette de este cambio tecnológico, aunque el tiempo pasa, las oportunidades también y el meteórico ir y venir de un mercado salvaje y global, con actores que pugnan por dominar este nicho tecnológico, hacen que cualquier jugada sea vital para conseguir el éxito. Nosotros, fieles al “dejar hacer, dejar pasar” de los filósofos clásicos y que hemos adoptado por siglos en el sector minero, vemos de balcón cómo una alternativa más se nos está yendo de las manos; lo digo sin el ánimo de ser tremendista, pero el litio en sí ha dejado de ser la preocupación fundamental en esta carrera tecnológica, sí lo son los metales que acompañan a aquel en las baterías de ion litio (cobalto, níquel, vanadio, grafito etc.) y/o los metales básicos como el cobre y el zinc, imprescindibles en la estructura básica de todo proyecto energético que tenga que ver con unidades móviles. El zinc está entrando a la competencia para convertirse en la nueva vedette de esta revolución y el vanadio es visto por especialistas como el Santo Grial de las energías alternativas.

La prensa internacional consigna estos días que poblados de África y Asia ya usan baterías de zinc-oxígeno creadas por Nant Energy, empresa de un emprendedor sudafricano, para almacenar energía generada de paneles solares; las baterías son recargables y el costo de almacenamiento, alrededor de $us 100 por kilowatt hora, cifra muy competitiva con relación a las baterías clásicas de ion litio, que es de más de $us 300 por kilowatt hora. Las baterías de zinc-oxígeno podrán abarcar ciudades intermedias y dispositivos móviles hasta 2020. El alcance de esta alternativa puede ser discutible, pero lo cierto es que hay una carrera por abaratar costos, aumentar la eficiencia y eliminar la huella de carbono con soluciones alternativas que tienen que ver cada vez más con el uso de algunos metales en los cuales nuestro país tiene un gran potencial, pero que a la hora de la verdad confirmamos que no fuimos capaces de desarrollarlo.

No hay una actualización de las reservas de zinc del país, pese a que tenemos la mina San Cristóbal, una de las cinco mayores a escala mundial, y pese a que este tipo de mineralización puede replicarse en varios proyectos de exploración inconclusos desde el boom de las exploraciones de los años 90. Las refinerías de zinc en el país, ahora más que nunca muy necesarias, no pasan de la retórica hace una década y la exploración de metales como el cobalto y níquel que identificó importantes anomalías geoquímicas en la parte norte de la cordillera y también en el escudo Precámbrico, duerme el sueño de los justos desde aquellos años. Algo habrá que hacer, ¿verdad? Pero ya.

* Ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.