Me fui con el circo, madre
Por saber qué había detrás de los cerros salí al camino y las distancias me envolvieron.
Ayer sábado fui al cementerio a enflorecer la tumba de mi madre. Lo hago una vez por semana, desde que retorné a Bolivia hace 10 meses. Estuve más de 45 años pataperreando en el exterior entregado a sobrevivir como periodista, editor de suplementos y hacedor de epigramas, aforismos y otras antiguallas literarias que, con un poquitín de maña y fama, presentaba como novedosas.
En el panteón cochabambino, donde también están los restos de mi hija Nena y otros familiares, recordé el testimonio que di a mi mamá, en 1990, cuando llegué a Llallagua para festejar su cumpleaños. Ella me oyó en silencio, pero unos años después, cuando fui a verla otra vez, me pidió recordar aquel relato. Al puro galope de la memoria, le dije:
Muchas veces me arrepentí a morir por haberme ido de la casa. Por saber qué había detrás de los cerros salí al camino y las distancias me envolvieron en su magia y aventura. Me perdí, mamá, como aquella chica de nuestra calle que se fue con los gitanos que acampaban detrás de la cancha. ¿Te acuerdas que sus padres la buscaron llorando por más de diez años y vos nos decías que los que así se van, así dejan el alma en la casa y aunque vuelvan se condenan para siempre?
Me fui con el circo, madre. Hice de todo en las garras de la “zooledad”. Ciervo lejos de su hábitat no supe dónde correr cuando las urgencias me jalaron por sus rumbos. Bajo la carpa del asombro hice de todo: tragué fuego, escupí cenizas y mi boca fue un infierno. Me improvisaron de alambrista cuando vieron que mi pellejo pendía de un hilo; desdeñando el miedo, pobre valiente, acepté subir al trapecio de los riesgos a condición de que la trapecista me asistiera en el rato crítico. Salté y aquella voló indiferente a mi lado. Me ganó el vértigo y caí de bruces, sin red de protección.
No sabía ni fu ni fa de los demás animales del circo (apenas puedo conmigo) y me aventé a la jaula de las fieras Acabé domado por el león, que me hacía saltar por el arco del fuego. Papelón. Con ese antecedente me improvisé de domador de fieras, servicio a domicilio, y comprobé que la audacia rinde más réditos pasionales que la experiencia o la pinta, según reza el Kama Sutra.
Fui prestidigitador y ya dominaba los trucos de la chistera, pero los conejos y las palomas se aliaron contra mí para empujarme al ridículo. Pasó que los conejos salían volando y las palomas daban saltos sacudiendo unas tremendas orejas… Me echaron.
Vos me conoces, no necesito disfrazarme de payaso, pero me sacaron a patadas porque era yo quien se carcajeaba del público. Otra vez, en ya no sé dónde, me introdujeron en un cañón para dispararme como al hombre-bala y…¡Ya basta!. Perdóname, mamá, estoy diciendo mentiras para justificar que me fui de tu lado. Nada de lo que te dije es cierto.
Me arrepentí a morir todas las noches por haberme ido de la casa. Ahora volví para rescatar mi alma que tal vez ya no concuase con mi edad. Y ojalá, mamá, ya no sea verdad lo que vos decías de esa chica que se fue con los gitanos. Que los que se van…
Es periodista.