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El círculo rojo

Con la profesionalización y sobre todo la mediatización de la política ha surgido un sector especializado en el raro oficio de hacer análisis, comentarios, predicciones y hasta defunciones de procesos, partidos, candidatos y ramas conexas a la acción política. Esta actividad, complementada con trabajos de investigación, se sitúa en los espacios que tradicionalmente eran potestad monopólica de quienes Dominique Wolton definía como los actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política, y que serían los políticos, los periodistas y la opinión pública que, hay que decirlo, es vista más como un ser pasivo al que los otros tendrían la misión de iluminar y orientar.

Los nuevos personajes amplían este espectro no solo como actores, sino también en la consideración de los temas, los enfoques y los espacios desde los que se asume la política. Con su reconocimiento, la triada clásica se reconvierte en tetraléctica, figurando una compleja organización que relaciona a políticos/estrategas/partidos/gremios – periodistas/medios/redes/blogueros/tuiteros/publicistas – analistas/encuestadores – opinión pública/electores/ciudadanía.

Por su particular dinámica, que los hace girar en su propio mundo, dando vueltas sobre sí mismos, se los suele comparar con el círculo rojo de la mitología egipcia basada en la figura del uróboro o serpiente que se muerde su propia cola, formando un círculo que constituye su vida. Son seres que, dice Jaime Durán Barba, no han descubierto la ignorancia, y se atacan, se alaban, debaten en los medios, se amistan saliendo de ellos, discrepan y coinciden, y se reproducen en un círculo que no se agota porque el uróboro no acaba de devorarse.

En este grupo, por profesión abierto al veredicto público y por acción trotadores de procesiones mediáticas y eventos donde se encuentran siempre los mismos rostros, están personajes que efectivamente hacen grandes esfuerzos por la asepsia partidista tratando que sus gérmenes no los contaminen; otros pretenden que se los vea como independientes aunque sean visibles representantes de definidos colores políticos; y también están quienes aspiran a academizar la política. La tipología es bien variada. Por cierto, ninguna encuestadora aceptaría ni por si acaso que podrían realizan trabajos por encargo.

Se trata de una élite que se ha propuesto hurgar los vericuetos, entuertos y narrativas visibles y subterráneas de la acción política, abordando con la misma soltura tutti quanti el tema que esté en agenda. Su rol, sin ninguna duda importante y ya imprescindible cuando no orientador, le hace equilibrio a un sistema mediático basado en la inmediatez, la levedad y el histrionismo, empujándolo a que los temas salgan de sus titulares para adentrarse en sus causas, características, contextos y posibilidades.

¿Que si pesan en la opinión pública? Por supuesto; además, marcan agendas, a veces guiando las realidades a sus propósitos políticos. Un ejemplo: hasta hace tres semanas el escenario electoral legitimaba la preferencia por el candidato oficial; hace dos semanas una encuesta pateó el tablero poniendo primero a un líder opositor; apenas una semana después, otra encuesta recupera el equilibrio preferente al oficialismo; y no han pasado tres días para que otra encuesta ponga las cosas en el lugar de antes, minimizando en las estadísticas y en los imaginarios a las oposiciones. Unos políticos aplauden, otros despotrican; los medios que auspician las encuestas no pueden escudar sus responsabilidades en la libertad de expresión; los analistas y los (ana)listos empiezan a plantear preguntas además de evidenciar sus fobias o sus preferencias; mientras que la opinión pública, bien gracias, navega con la dinámica zigzagueante del círculo rojo.

* es sociólogo y comunicólogo boliviano, ex secretario general de la Comunidad Andina de Naciones (CAN).