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Corrupción generalizada

La tormenta política desatada por el caso Odebrecht sigue impactando en varias de las estructuras de poder de América Latina. Se trata de un pozo casi sin fondo que está impulsando dramáticas reconfiguraciones en la política regional, sin distinción de ideologías, junto a la emergencia de una era de incertidumbre en la región.

Se ha dicho bastante sobre el impacto que tuvo en Brasil la investigación Lava Jato, la cual debilitó profundamente no solo al Partido de los Trabajadores (PT), sino también al resto de los partidos centristas, que fueron pilares de la gobernabilidad desde el fin de la dictadura. La emergencia de Bolsonaro no habría sido posible si este maremoto político no se hubiese desatado.

En Argentina, el escándalo conocido como “cuadernos gate” involucra no solo a la expresidenta Cristina Kirchner, sino también a connotados miembros de la élite empresarial, entre los que se encuentran incluso algunos parientes del actual Mandatario. Por casos similares están siendo procesados o han sido encarcelados altos funcionarios ecuatorianos; tres expresidentes del Perú, dos salvadoreños, uno guatemalteco y otro panameño. Por otra parte, días atrás la Justicia peruana dictaminó la detención preventiva de Keiko Fujimori, líder del partido más grande del Perú.

Como se puede observar, los escándalos de corrupción están acorralando a la mayoría de las dirigencias políticas de la región, sin distinción de posiciones ideológicas. Este panorama tiene una evidente dimensión positiva, pues muestra que la impunidad se está acabando y que algunos mecanismos institucionales de la Justicia están funcionando. Sencillamente resultaba insostenible seguir admitiendo los excesos de una clase política corrupta que ha perdido legitimidad y sentido de responsabilidad.

Sin embargo, tampoco se puede desconocer las inquietantes derivaciones de esta situación. Preocupa la exacerbación de la judicialización de la política, fenómeno que muchas veces se realiza de manera desordenada, instrumentalizada y hasta arbitraria. Lo que a su vez alimenta una radical desconfianza y descreimiento de los ciudadanos en toda la institucionalidad del Estado.

Este terremoto está produciendo además un gran vacío político, que más pronto que tarde terminará siendo llenado. Y he ahí el problema, pues después de la depuración no siempre emergen escenarios favorables para las fuerzas institucionalistas o renovadas; más bien se convierte en un caldo de cultivo para el oportunismo, el extremismo y la antipolítica.

En este escenario, el reto para todos los demócratas latinoamericanos de hoy en día pasa por sancionar y superar los excesos y delitos del pasado, pero sin destruir todo lo construido en las décadas pasadas y, sobre todo, sin renunciar a la tolerancia, el pluralismo y el respeto de los derechos de todos los ciudadanos, sin excepciones.