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Muerte en Estambul

Un temible fantasma recorre el mundo: la tendencia autocrática del “hombre providencial” que concentra en sí mismo poderes absolutistas casi medievales, y usa esa fuerza para cometer atroces crímenes contra sus adversarios. Dueño de la vida de sus conciudadanos y de la hacienda pública, a la que utiliza como propia, ensaya alargar su poder más allá de sus fronteras, sin observar las normas internacionales de convivencia civilizada entre las naciones ni el Estado de derecho en su propio país. En ese marco, con tonalidades disímiles y de intensidad diversa, se inscriben los mandatarios Recep Tayyip Erdogan, en Turquía; Rodrigo Duterte, en Filipinas; Nicolás Maduro, en Venezuela; Daniel Ortega, en Nicaragua y, en menor medida, Victor Orban, en Hungría y Vladimir Putin, en Rusia. La lista aún no está cerrada, porque Jair Messías Bolsonaro recién asumirá la presidencia de Brasil el 1 de enero de 2019.

El caso más patético es el del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed ben Salman (MBS), gobernante de facto del reino wahabita. En reemplazo de su padre, el rey Salman (82), atingido por el mal de Alzheimer, el joven monarca de 33 años, inteligente y educado, comenzó su gestión con los buenos augurios de modernizar su nación, otorgando mayores derechos a la mujer y luchando contra la tradicional corrupción de la Casa Real; e incluso ordenó el arresto de gran parte de su parentela involucrada en negociados turbios.

Pero al cabo de tres años de omnipotencia, sus demonios más perversos han salido a flote, para reprimir la disidencia interna y usar el colosal maná petrolero en una errática política exterior que alimenta la guerra civil en Yemen, bloquea a Qatar, apoya a los rebeldes sirios, presiona a Irak, precipita la renuncia del premier libanés y, dando la espalda a las legendarias reivindicaciones árabes, se ofrece como el aliado regional más firme de Donald Trump, forjando una estrecha relación con su yerno Jared Kushner, para impulsar un curioso plan de paz entre Israel y los palestinos. Apoyados por un poderío militar impresionante, que cuenta con 180 aviones bombarderos de última generación, los sauditas son el primer productor y exportador de petróleo del mundo. Todas esas circunstancias sirven para contrarrestar la influencia de Irán, su eterno rival, en Medio Oriente.

No obstante, cuando su compatriota Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post muy cercano a la CIA, empezó a criticar al barbado príncipe, amenazando revelar el uso de armas químicas en Yemen, este periodista fue señalado como enemigo del reino. Ocurre que Khashoggi, quien residía en Estambul, requería un documento de identificación matrimonial que solamente el consulado saudí podía otorgarle. Previa cita acudió el 2 de octubre a esa oficina, de la cual no volvió a salir, al menos con vida. Un comando de 15 esbirros llegados unas horas antes de Ryad, junto con un médico forense especialista en disecciones, se encargaron de torturarlo, cortándole los dedos aún vivo, para luego estrangularlo, descuartizarlo y pulverizar sus huesos en ácido.

Tal parece que la constatación de esos macabros castigos junto con los horrendos gritos de la víctima, que solo duraron siete minutos, fueron furtivamente grabados por los servicios de inteligencia turcos y luego filtrados a la prensa. El escándalo se difundió profusamente en las capitales occidentales, que condenaron enérgicamente ese proceder, salvo Washington, pues inicialmente Trump prefirió dar crédito a las ridículas explicaciones de sus socios saudíes, quienes aseguraron que el columnista había perdido la vida accidentalmente cuando era interrogado, sin precisar dónde se encuentran sus restos. Este monstruoso suceso aún no está cerrado, y compromete seriamente el porvenir político del controvertido príncipe saudí, aunque opulentos contratos de venta de armas impiden a Occidente sancionar como correspondería semejante monstruosidad. Todo ello nos demuestra que la intolerancia de los “hombres providenciales” llega al extremo de recurrente criminalidad, cuando se corre el riesgo de perder el omnímodo poder acumulado.

* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.