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Mi siglo muy personal: 1918-2018

Mi abuelo y mi padre sirvieron en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, respectivamente; dos generaciones gravemente dañadas, al menos psicológica y moralmente. La paz, la libertad y la prosperidad europeas en las que, en contraste, me fue posible crecer han durado ya más de 70 años. ¿Sabemos apreciar lo suficiente cuán afortunados somos? ¿Hacemos lo suficiente para preservarlas?

Como si fuera un milagro, me conmueve cada año que en todo el mundo los embajadores de Alemania conmemoren junto con sus colegas de Francia y Gran Bretaña, los principales países adversarios de aquel entonces, el armisticio del 11 de noviembre de 1918. Este año el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, rememoró este acontecimiento en Londres, y la canciller Angela Merkel, en París. En Bolivia comenzamos con esta tradición este 2018.

En la primera Guerra Mundial murieron 17 millones de personas. En esa cifra no están incluidas las 20 millones de víctimas de las innumerables guerras de sucesión, epidemias, enfermedades, revoluciones, hambrunas y expulsiones que le siguieron. Cien años después del armisticio del 11 de noviembre, todavía podemos ver amplias extensiones de tierra en el viejo núcleo de Europa, devastaciones de cuatro años de guerra de trincheras. Son cicatrices, pero no se han curado.

En aquel conflicto armado se vieron involucradas seis grandes potencias europeas, numerosos Estados y entidades más pequeñas. Para tres de estos imperios de siglos de antigüedad (el austrohúngaro, el zarista y el otomano) la Primera Guerra Mundial significó el final de su existencia. Para Europa en su conjunto significó el fin de una dominación mundial indiscutida. Perdedores de todas partes, incluso las potencias victoriosas de Europa, vieron su ruina económica. Política y moralmente se convirtieron en la sombra de lo que eran; una generación de náufragos humanos.

En la posguerra, el ambicioso objetivo de alcanzar una “paz para acabar con todas las guerras” (Woodrow Wilson) en la práctica resultó una “paz para acabar con toda la paz”. Esto porque se suscribieron una serie de tratados que, en opinión de algunos historiadores, hicieron posible el surgimiento de un nuevo gran conflicto armado. Totalitarismos de derecha e izquierda se levantaron, amenazando la democracia. Incluso hoy en día zonas periféricas de los antiguos imperios sufren de una violenta inestabilidad.

¿Hemos aprendido los europeos? Sí, pero solo después de las peores devastaciones de la segunda gran conflagración europea, que finalizó en 1945. A menudo se dice que la Primera Guerra Mundial fue un conflicto que en realidad duró 30 años, de 1914 a 1945. ¿Qué hemos aprendido? El camino hacia el abismo comienza con un nacionalismo que define al propio país étnica y exclusivamente por encima de los demás. No reconocer a las personas de otras lenguas, culturas, colores de piel, religiones y convicciones políticas como iguales, con las mismas necesidades esenciales y talentos, y definirlas como fundamentalmente diferentes, las excluye. Con esta perspectiva, la privación de sus derechos y su persecución como enemigos queda a un solo paso.

¿Qué hicimos? Treinta años después del alto al fuego de 1918, la joven Organización de las Naciones Unidas adoptó en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Con ello rescató la lección inmediata del horror totalitario de la primera mitad del siglo XX: todas las personas, dondequiera que estén, deben disfrutar por principio de los mismos derechos individuales, que deben ser justiciables a nivel nacional e internacional. El 10 de diciembre de 2018 se conmemora el 70 aniversario de esta declaración.

Los europeos occidentales reconstruimos poco a poco con la ayuda de Estados Unidos no solamente la parte física de nuestro continente que quedó en ruinas, sino también nuestras democracias y nuestros estados de derecho. Construimos, sobre todo, una estructura común, que es principalmente un edificio jurídico: la Unión Europea de hoy. A partir de 1990, se sumaron con entusiasmo aquellos europeos que hasta entonces no habían podido ejercer su derecho a ser parte de esta Europa entera y libre.

¿Y hoy? ¿Podemos los europeos descansar cómodamente en el éxito histórico de esta labor de paz? ¿Pueden otros continentes decir “esto no nos concierne, no somos nosotros”? Cada lector puede encontrar su propia respuesta. La mía sería una simple mirada al estado de nuestro mundo actual, incluso en nuestra Europa comparativamente idílica, el cual nos revela cómo la Justicia, la libertad y la democracia siempre están en peligro. ¡Defendámoslas juntos cada día! 

*  Embajador de Alemania en Bolivia desde 2016.