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De pañuelitos blancos y ciudadanos

Era marzo de 2005, Carlos Mesa se encontraba abrumado en su condición de presidente de Bolivia. Sectores sociales lo cercaban. Tanto en El Alto como en el Chapare se organizaban bloqueos. Las élites cruceñas estaban en apronte por sus autonomías. Al verse acorralado, Mesa convocó a los “pañuelos blancos” para neutralizar a los revoltosos bloqueadores.

Envuelto en pétalos de rosa y papel picado, serpentinas de color rojo, amarillo y verde; el entonces Presidente rompía el protocolo y mostraba una sonrisa indeleble. En esa aura populista, Mesa aludió a “las banderas bolivianas y pañuelos blancos que dicen sí a la patria”, y anunciaba “mano justa” contra los bloqueadores. La gente atiborrada en la plaza Murillo le suplicaba que no renunciara. Consciente e inconscientemente, con esa convocatoria Mesa estaba atizando el fuego de la polarización.

En rigor, una de las aristas de la polarización que años después puso en vilo al país se asentó, entre otros factores, en aquel clivaje: ciudadano vs. indios. Claro, en ese momento de tensión para el Gobierno de “ciudadanos” (en palabras del propio Mesa), los bloqueadores eran de raigambre aymara o quechua. Esa exacerbación de las identidades raciales luego condujo a una tensión étnica con efectos dramáticos para el tejido social.

Hace un mes, al anunciar su candidatura a la presidencia con el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), Mesa nuevamente recurrió a la misma apelación discursiva. En un tono mesiánico, habló de “un nuevo tiempo de los ciudadanos” y añadió que el “viejo tiempo es Evo Morales”. Con esta lógica discursiva se puede deducir que se agotó el tiempo de los “indios” en el poder y es el tiempo de gobernar de los “ciudadanos”. No es una interpretación antojadiza. En su oratoria, Mesa recurre permanentemente a los “ciudadanos”, y al pasar y como añadidura menciona a los “pueblos indígenas”.

Es un discurso instrumental. En su intento por llevar agua a su acequia, Mesa procura canalizar electoralmente la irrupción de las plataformas ciudadanas, emergentes en el contexto de la defensa del voto del referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016. Y desde allí, pretende capitalizar ese sentido de “democracia” asociada al Estado de derecho, sin percatarse de que muchas de esas plataformas no surgieron espontáneamente, sino digitadas por partidos políticos de la oposición. Esta jugada se la debe entender, entonces, en el marco de una disputa en el campo político de la oposición y sus apelaciones a los “ciudadanos”, la cual no toma en cuenta que las connotaciones subjetivas que entran en este tipo de juegos discursivos son interesantes, pero riesgosas e irresponsables.

Aunque Mesa propone unidad, seguramente de la oposición en torno a su imagen, su discurso tiene connotaciones segmentarias. Ya sabemos que con este tipo de discurso excluyente no se construye hegemonía, tan importante para gobernar, solamente se aviva la radicalización sorda de las identidades sociales y raciales. Las cuales necesitan más bien conjurarse, en el plano simbólico, procurando impulsar una convivencia pacífica y democrática.

Por esta razón, las alocuciones de Mesa son un discurso táctico que se reduce instrumentalmente a interpelar al “ciudadano”. No tiene la dimensión histórica de ser un discurso estratégico, porque carece de una nueva visión de país. O sea, es un discurso vacío y, sobre todo, peligroso. Así, quizá Carlos Mesa represente la restauración conservadora.

* Sociólogo.