¿Populismo trumpista-bolsonarista?
El populismo es una política de reconocimiento simbólico, cultural, político, étnico y social de las clases bajas.
Con razón, en los años setenta, Torcuatto di Tella afirmaba que el término populismo era bastante desdeñoso, porque tenía algo de irresponsabilidad. No otra cosa se me ocurre decir para tratar de entender la significación que se hace de Jair Bolsonaro y Donald Trump como populistas. Veamos por qué creo que quienes afirman esto se han “estido”.
En la historia continental se identifican tres olas populistas: el populismo clásico, entre los años 40 y 70; el mal llamado neopopulismo de los 90; y el populismo del socialismo del siglo XXI. Distintos procesos para un solo término. En relación al denominado populismo clásico, Gino Germani solía decir que era una forma que incorporaba a los excluidos en épocas de la transición de sociedades tradicionales a la modernidad, confrontando las teorías de la dependencia y la sustitución de importaciones al desarrollismo.
Esta acepción visibiliza una connotación de lucha de clases con la puesta en escena de sistemas de alianzas nacional-populares, posturas antiimperialistas, inclusión variada de la participación popular en la vida política, nacionalizaciones y reforma agraria. En estos populismos, entre los que se incluye a la Revolución nacional de 1952, se vislumbran luchas por la independencia económica, contra el colonialismo y por la liberación nacional. Ese es su sentido histórico.
Siguiendo el curso de la historia, en otra visión, opuesta y negadora de la anterior (y por lo tanto no populista), el neopopulismo deja de lado la estructura de clases y las transformaciones estructurales, para aferrarse a una estrategia electoral con outsiders que surgen en contextos de crisis de los partidos, movilizan a las masas contra la institucionalidad, alientan políticas neoliberales, degradan la noción del populismo y devienen en autoritarios. ¿Creen correcto denominarlo neopopulismo?
Los populistas del socialismo del siglo XXI también irrumpen con una postura en contra de la partidocracia, pero retoman el nacionalismo en oposición al neoliberalismo, e impulsan políticas estructurales que los hacen justificarse como portadores de misiones míticas, tales como alcanzar la segunda y definitiva independencia política y económica, disputando sentidos con el capitalismo. Politizan las reivindicaciones sociales con un bloque de nuevos sujetos, populares, opuestos a las oligarquías.
En cualquiera de sus expresiones, en el populismo el eje que moviliza los procesos es el concepto de pueblo que, si bien quisiera representar al conjunto de la sociedad, en realidad promueve la inclusión material y simbólica de un sector: los pobres y los excluidos. Desde esta perspectiva, su narrativa tiende a superar las nociones descalificadoras a las que acuden las élites cuando se refieren al pueblo, como cuando doña Florinda le dice a Quico: “Vamos tesoro, no te juntes con esta chusma”.
En pocas palabras, el populismo es una política de reconocimiento simbólico, cultural, político, étnico y social de las despreciadas clases bajas, y de transformación de las humillaciones y opresiones que sufren en factores de dignificación con derechos. ¿Creen posible leer en esta caracterización al trumpismo y al bolsonarismo?
Forzando criterios, se podría decir que esta corriente podría acogerse a la identificación que se suele hacer del populismo con narrativas míticas que transforman la política en categoría litúrgica, con un pueblo concebido como actor al que habría que redimir. Lo paradójico de estos casos es que son las oligarquías quienes se asumen promotoras de estos procesos de ilusión participativa, negando en la práctica ciudadanía a los migrantes, a los desplazados, a los vulnerables, a los excluidos… Ch’enko total.
* Sociólogo y comunicólogo boliviano, ex secretario general de la Comunidad Andina de Naciones (CAN).