Ernesto Cavour, vibrante mito
Un cerebro a la orden del movimiento y la ejecución de un cuerpo y un espíritu pleno... Ernesto Cavour es infinito.
Char, char, charrr, charanguito… tatiu, tatiu, tatiuuu… sonó por aquí, allá y acullá, el sortilegio de las cuerdas afiebradas por unas manos de picaflor engolosinado con mil y un fantasías, en bulliciosa actividad…
Era nada menos que el mago de la música boliviana Ernesto Cavour Aramayo, bajo el cielo chilango y en el espacio acústico Incalli Ixcahuicopa, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad de Azcapotzalco, de la Ciudad de México, en la semana titulada Plenilunar Bolivia de Sol grande, realizada del 2 al 11 de julio de 2008; o sea, hace 10 años, que se fueron fugazmente cual loca pasión “que llega como el champán y se va como vino”, según burbujeante adagio del Coco Manto.
Para la buena ventura universitaria, y contrario sensu del meteórico paso del tiempo, el maestro Cavour sedujo nuestro corazón como las fabulosas Caliope y Euterpe que, en rampante aleteo al filo del monumental Palacio de Bellas Artes, fascinan a los mortales. Cada resonancia del ilustre charanguista, en armónicos tonos bajos, medios, finos: pi,pi,pi; ti,ti,ti; pr, prrr, prrr; schrish, scrishh, scrishhhhh; putucum, putucum, putucum…, transportada por la fuerza del dios mexica del viento, Ehécatl, nos elevó en un convoy de etéreos cirros, nimbos y altoestratos, por el celeste firmamento.
De mito a mito, vale el contrasentido, pues en tertulias, recitales y conciertos al aire libre convivieron los espíritus más dispares —clásicos y tradicionales— gozando de la música, composición e invención del genial Cavour.
Por la Plaza Roja de la UAM también danzaron diablos, caporales y tinkus. Las cintas Sangre del cóndor y El coraje del pueblo, de Jorge Sanjinés, colmaron las salas de cine. En biblioteca y galerías se vio arte pictórico de Sonia Rivera, Gonzalo Torrico (†) e Iván Castellón; y fotografías de mi autoría sobre la estética urbana de La Paz. La comunidad boliviana degustó salteñas y té de coca. Desde luego, el entonces embajador de Bolivia en México, Jorge Mansilla Torres (el Coco Manto de los irónicos gracejos, epigramas y sonetos), disertó sobre la política plurinacional.
Con el apoyo solidario que la UAM Azcapotzalco ha prodigado siempre a este país del continente sur, hermano en historia y cultura, y al embajador Mansilla, durante su gestión la magia de Cavour se extendió a la capital de Puebla y al municipio de Metepec, del estado de México.
Formidable aventura para mí fue acompañar al maestro boliviano y atestiguar cómo, pese al trajín en tan delirantes recorridos, afinaba sus cordófonos, con serenidad y cuidado pasmoso y, sin demora, conquistaba a su público al develar la curiosa progenitura de su arpineta o charango cuadrado: “Una vez subieron a un vochito (Volkswagen) un arpa graaande, graaande y un charanguito (…) De ese dulce romance nació esta arpita”. E imitando graznidos, trinos, chillidos y feroces ruidos; y al ritmo sonoro de sus pies, voz cantante y parlanchina, tocaba por la derecha, por la izquierda, por arriba de la cabeza, por la espalda…
Vamos, un cerebro a la orden del movimiento y la ejecución de un cuerpo y un espíritu pleno… Ernesto Cavour es infinito. Enhorabuena por su Premio Nacional de Culturas con el que fue honrado en 2017 por el Estado Plurinacional de Bolivia.
* Docente e investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad de Azcapotzalco, de la Ciudad de México.