Bolivia, ¿mejor o peor?
Los primeros escarceos de la lucha política anuncian una pelea casi a muerte para definir a los nuevos titulares del poder en 2019. Mientras que este 2018, en tanto preámbulo de difícil proceso electoral, transcurre con varias interrogantes. Los indicadores y variables más importantes señalan que al esquema gobernante actual aún le alcanza la fuerza para retener el poder por otro periodo. Desde la vereda del frente, muchos análisis sostienen que ya se acumularon demasiados problemas para que la población siga confiando en el MAS.
Más allá de los vaticinios, lo que se necesita en esta hora es que el MAS reflexione sobre el alcance de sus afanes hegemónicos y lo que está dispuesto a jugarse con tal de alcanzar sus objetivos. La oposición también puede dispararse en el pie si sigue negando por consigna los avances de los últimos 15 años. El decir que todo está mal implica adoptar fórmulas de asesores extranjeros, que trabajan para poderes sin rostro visible.
Algo hay que cuidar entre oficialistas y opositores, masistas y antimasistas. Este 2018 estamos un poquito mejor que hace 15 años, cuando la sensación colectiva era de profundo escepticismo, y la palabra crisis asomaba sobre todas las conversaciones en torno a la situación económica, el desempleo y las sombrías perspectivas del país. En esos tiempos ni siquiera el Himno Nacional se cantaba con la motivación necesaria, porque primaba un desánimo colectivo, y el país vivía la fase terminal de una forma de vivir la política.
El boliviano era un Estado tremendamente desorganizado y centralista, que no sabía cómo ni por dónde atender las demandas de Santa Cruz, Cochabamba, Tarija y el resto de los otros departamentos, que crecían en población pero no en proyectos ni obras. Era un Estado que no atendía a las regiones no porque no quería, sino porque no sabía con qué recursos hacerlo. La minería había entrado en declive y lo poco que captaba el TGN, más el sombrero que vergonzosamente se pasaba a la cooperación internacional, apenas alcanzaban para las necesidades urgentes del aparato burocrático central.
La Bolivia de 2018 es distinta a la de 2003; así sea un poquito, pero es distinta. Afirmar que se pudo cambiar un poco a uno de los países más ingobernables y pobres de América Latina es casi un heroísmo. Es obvio que hay mucho por mejorar, pero ya sea el MAS o la organización que tome el poder en 2019 tendrá que entrar en la lógica de la acumulación; es decir, continuar lo que se hizo bien y rectificar lo que se debe mejorar. Ya no estamos para improvisaciones ni aventuras. Llegó la hora de trabajar con una mirada de largo plazo para construir el país que hace mucho nos merecemos.
* Comunicador social y abogado, director de la consultora Luces de América.